El camino catalán

Vayamos todos, y yo el primero, por la senda inconstitucional”, ha sido lo que, parodiando a su antecesor, Fernando VII, acaba de indicarnos el gran ZP con la aprobación del nuevo Estatuto nacional para Cataluña. Lo confirmaba, desde el mismo Congreso, esa otra lumbrera que es Pasqual Maragall, verdadero diseñador de cuanto acaba de ocurrir, el que volvió de Boloña con un plan que supo encarnar en Rodríguez Zapatero, aquel diputadillo silente, tan escasamente ambicioso y tan leal a la Constitución (y a Maragall) como lo había sido el rey felón. Ha dicho Pasqualet, a modo de legitimación de un tal engaño, que habremos de ver cómo en el futuro todas las Autonomías se dirigen por el “camino catalán”. Es decir, el sueño del catalanismo: la disgregación del Estado liberal, igualitario, municipalista y homogéneo de raíz castellana, para imponer -tras cubrirse la ‘etapa autonómica’- el modelo confederal anterior a la llegada de los Borbones, incluso al Compromiso de Caspe que llevó a Aragón a una dinastía castellana. Retroceder al s. XV, antes de los malvados Reyes Católicos, es el progreso que nos ha traído ZP.

No obstante, nadie vaya a creer que lo que desean catalanes y vascos es eso, que nos equiparemos con ellos. Ni hablar. Han sido precisamente el desarrollo económico y la equiparación competencial y práctica, prevista por la Constitución, de las demás comunidades españolas (lo que llaman con desprecio “las regiones”), lo que les ha puesto en el disparadero de exigir eso que acaba de concederles el ex-socialismo ex-pañol a cambio de su perpetuación en el Gobierno: el reconocimiento del hecho diferencial (singularidad de Cataluña en el nuevo Estatut); los derechos históricos frente a los que carecemos de derechos y de Historia, o sea, que somos una mierda recién caída del cielo; la nación y los símbolos nacionales, frente a las comunidades regionales; la representación en el exterior como nación asociada a España, lo que se le rechazó a Ibarreche por salirse de la hoja de ruta de Perpiñán que le llevará a la oposición a manos del tripartito Zapatero-Madrazo-Otegui; el uso de la lengua como filtro e instrumento de dominio y control de la Administración toda, la suya y la del Estado allí; y, sobre todo, la bilateralidad y los vetos con que se dotan frente a las decisiones de todos, que sitúan a la nación catalana en una posición de asimetría y privilegios inconcebibles en cualquier sociedad moderna y democrática.

Así pues, o el camino catalán o la tiranía catalana. Ese es el paradójico dilema al que quedamos sometidos a partir de este momento: el de ser españoles libres o vasallos plurinacionales. Si reformamos los estatutos para homologarlos al catalán, malo, porque habremos hecho inmanejable el Estado, convertido entonces en una ineficiente e inútil máquina de coordinar lo imposible, como lo son hoy, por ejemplo, unos ministerios de Educación y Sanidad carentes de competencias y estrictamente virtuales, reinantes solo sobre Ceuta y Melilla. Es de risa zapatera: lo que va a quedar de España es Ceuta y Melilla. Hasta que se las lleve el moro por desistimiento.

Y si no seguimos el “camino catalán”, peor, porque entonces aceptamos una España desigual, con comunidades sometidas frente a los poderes catalán y vasco, que se habrán convertido de hecho en Estados soberanos frente a la condición subsidiaria del resto. Eso es a lo que siempre aspiraron, al café sólo para ellos, al reconocimiento de derechos y calidades superiores frente a ese pueblo de alpargatas y lagartos, parásito de su grandeza, que nunca deberían habernos consentido dejar de ser. Y, al fondo, Euskalherría, con Navarra incorporada, y los Países catalanes, con Baleares y Valencia, como próximas estaciones republicanas.

Y si he llamado paradójico a este callejón donde nos han encerrado, es porque siendo intolerable la segunda opción, la de humillarnos ante ellos y aceptar la asimetría con que quieren culminar esta Segunda Transición de San ZP, no nos queda otra salida para salvar algo de España que la de hundirnos con ella. Que, como ocurrió con el Cantón de Cartagena, nos confederemos todos y este disparate no tenga otra salida que volver a llamar a algún Cánovas y algún Sagasta (Hay un poema divertidísimo del gran Ramón Irigoyen de los ochenta, que resume la Restauración borbónica más o menos así: “Nunca olvides, Cánovas, que el amor Sagasta”) que, como están haciendo en Alemania, recuperen el sentido común. O que, sencillamente, reconstruyan, desde la igualdad, que es el requisito necesario para convivir, la España que quede. Con nuestro propio mercado, nuestros cavas extremeños, nuestra propia industria alimentaria y nuestro gas natural, nuestros impuestos compartidos y redistribuidos con justicia. Cualquier cosa antes que volver a entregar cada año diezmos y doncellas a los bárbaros del Norte.

Si al PP murciano le queda un mínimo de coraje bajo los greens; y al PSOE de la Región de Murcia un ápice de decencia tras su traición a la región con el Trasvase, y a España con el Estatut, se unirán para fotocopiar juntos el camino catalán. Pueden llamarnos, en el Preámbulo, nacionalidad o ramblizo, cosmos o barranco, morrena de la Historia o Federación de Teleclubes, pero todo el resto de prebendas hay que pillarlas, porque no podemos tolerar que ellos puedan vetarnos y nosotros a ellos no; que se arroguen las competencias sobre el agua o la energía de todos; que nos manden a sus viajantes de comercio a metérnosla con crema catalana, y nosotros ya no podamos ni siquiera emigrar allí para salir de la pobreza que otra vez quieren imponernos.

La desvergonzada financiación que le han sacado a este Robin Hood inverso que es ZP, que les roba a los pobres lo que regala a los ricos, resulta ya irreversible, porque conviene a todas las autonomías desarrolladas y porque no se puede, sin cambiar la Constitución y la LOFCA (Ley Orgánica de Financiación de las Comunidades Autónomas), mantener sistemas distintos.

Sin agua para la agricultura, y condenados a autofinanciarnos, la izquierda solidaria y antiturística, sostenible y desalada, nos entrega a la más feroz especulación balnearia como única salida. No sé por qué han detenido a Roca, si es su profeta. Marbella es hoy el camino. Catalán.

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