Alejo y el monstruo

La derrota del Partido Popular en las elecciones de marzo de 2008, y su desquiciamiento posterior, comenzaron en verdad doce años atrás, el día en que José María Herodes Aznar ofreció la cabeza, aún sangrante, de Juan Bautista Vidal Quadras como pago para la Herodías Pujol que podía darle el Gobierno. Imaginar al Honorable (pronúnciese ‘unorabla’) ex-presidente de la Generalidad ejecutando la danza de los siete velos ante Aznar en la intimidad, no parece el espectáculo más excitante ni aleccionador que podamos concebir, pero en aquel momento todo el Partido Popular calló, seguramente por desazón similar a la que hoy está llevando al grueso de sus dirigentes a cometer el mismo error por segunda vez: ceder ante el nacionalismo, concederle legitimidad, desbrozarle los obstáculos.

Y así fue como José María Aznar, el mejor presidente del PP y de la democracia, comenzó a cavar la desgracia de los suyos y, con ellos -convertido definitivamente el PSOE en un partido más de la Galeuska nazionalista tras la defenestración de Borrell y la llegada de ZP-, de la posibilidad de una España de todos. Y así es, si nadie se lo impide, como Mariano Rajoy se apresta a presentar a los españoles un PP domado, perfectamente integrado en el Régimen inaugurado por el Estatuto de Cataluña con la aquiescencia de esta curiosa Monarquía borbónica para un Estado austro-húngaro, y refundado como instrumento útil para una eventual alternativa de gestión de la nueva Confederación Asimétrica. Es el efecto Piqué a lo bestia, que les dejen hacerse la foto, que les perdonen la vida los mismos que firmaron el Pacto del Tinell o fueron al Notario para tratarlos como apestados, y que puedan alguna vez volver a la Moncloa aunque sea de alquiler.

Lo curioso es la insistencia en el error, cambiada la cabeza de Vidal Quadras por la de María San Gil. No sólo el radical yerro estratégico de no advertir que su seña de identidad, su única filiación posible para seguir teniendo sentido es mantener al PP como heredero de la Constitución de 1812, del progresismo liberal que supo combinar el patriotismo y la libertad, la igualdad y el progreso en un Estado para todos que acabara con fueros, feudos y privilegios; sino la pertinacia en una táctica errónea que les ha conducido a una posición semimarginal dentro de la política catalana.

Dejar de hacer frente al nazionalismo, aceptar el gueto de Varsovia como un mal menor, vivir “bajo tolerancia”, pero no en plenitud de derechos, no les llevó a otro sitio que a la Notaría de Artur Mas en cuanto a su aceptación por el “oasis”. Y a cambio desmovilizaron a su gente, hundieron la ilusión de ser algún día decisivos en una Cataluña liberada del nazismo, y provocaron que hubieran de nacer fuerzas políticas alternativas como Ciutadans –con sus luces y sombras-, que acogieran a quienes no veían en Piqué sino a un miembro de la misma clase dominante que les negaba su condición de españoles.

No entiende cierta derecha que nunca podrá competir en su mismo terreno con esa alianza en el resentimiento colectivo que mueve tanto a la izquierda como al nacionalismo xenófobo. Y que, por ello, para buena parte de la izquierda siempre será más importante el Partido que la nación, porque es el cauce de esa razón sectaria que moviliza su alma puritana. Pero para la inmensa mayoría de esos diez millones largos de votantes del PP, lo fundamental es la idea democrática de la Nación de ciudadanos como garantía de la igualdad y la libertad, y el Partido Popular sólo un medio para sostenerla. Por eso, cuando existan dudas acerca de su capacidad para servir a esos principios, lo que se ha de producir inexorablemente será la deserción, la búsqueda de alternativas desacomplejadas como la de Rosa Díez y su UPyD.

La derecha española parece, una vez más, destinada a caer en el fraguismo que les hizo, durante los años ochenta, émulos de aquel Raymond Poulidor que siempre llegaba segundo, preso de patas en su falta de convicción, en su complejo frente a un Anquetil depredador. Y lo que Alejo Vidal Quadras supone dentro del PP ha sido siempre lo contrario: la convicción, las ideas, el coraje. Su absoluto desparpajo para denunciar el cáncer nacionalista y oponerse a él, que fue lo que le llevó a un crecimiento excepcional en Cataluña con el que en marzo habrían impedido la consagración del zapaterismo. Y que es lo que volvió a proponer el pasado viernes en Caravaca, al hilo de las Jornadas organizadas por el departamento de Filosofía del IES San Juan de la Cruz en conmemoración de nuestra Guerra de la Independencia, en una de sus brillantes, y siempre divertidísimas, lecciones políticas: una reforma constitucional que reconstruya el Estado y acabe con el chantaje nacionalista que sólo busca su destrucción final. En suma, la estrategia y la táctica exactamente contrarias a las que, al parecer, propician quienes van a triunfar en el próximo congreso del PP rajoyano.

Pero si esa propuesta de Alejo resultara aceptada -y si no también, puesto que su contenido responde al pensamiento de la inmensísima mayoría de los simpatizantes populares-, entonces el PP se encontrará –se encuentra ya- con un cuerpo doctrinal claramente partidario de relegar al nacionalismo a su condición de fuerza irrelevante, que es lo que le corresponde por número de votos, y una cabeza pensante o arriolante partidaria de todo lo contrario: de la cantinela vacua de integrar al nacionalismo o, lo que es lo mismo, sumarse a él como ha hecho el pZoe. En fin, no tanto un monstruo de dos cabezas, sino de dos cuerpos –hay que contar también con el cuerpo del ‘aparato’- y una sola cabeza, que no tiene antecedentes, creo, ni en las mitologías más imaginativas.

Entonces sólo la democracia, esa que se están negando a utilizar en plenitud e igualdad, los votos libres y limpios de su militantes, podría devolver al PP una cabeza para regir el cuerpo y no para combatirlo, una figura equilibrada, unida, armoniosa, movilizada en una empresa compartida, y no el monstruo que Rajoy prepara para servir al Régimen y, encima, seguir perdiendo.

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