PUTSCHDEMONT

Putsch significa, en alemán, golpe de estado. Y golpe de estado significa en español levantamiento contra la legalidad instituida para transgredirla y sustituirla por una nueva legalidad al servicio del grupo golpista. En 1923, Adolfo Hitler, acompañado de sus secuaces del NSDAP (Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán), tomó una cervecería de Múnich en la que estaba dando un mítin el gobernador de Baviera y proclamó: “Ha empezado la Revolución Nacional”. Y así, según sus planes, una vez que Baviera se hubiera convertido en su feudo, avanzar desde allí hacia Berlín. Como había hecho Mussolini, también socialista y nacionalista con su “Marcia su Roma”, la Marcha sobre Roma que lo llevó al poder en Italia.

Hitler era un revolucionario nacionalista, socialista y anticapitalista, que a veces se nos olvida, lo que nos impide advertir las nuevas manifestaciones del nazibolchevismo (mismos métodos, mismo desprecio a la legalidad, misma concepción del hombre como pieza insignificante frente al poder del Partido, único Dios, única Ley) que cada cierto tiempo reaparecen por aquí.

La justificación de aquel golpe, que desde entonces se conoce como el Putsch de Múnich, era el trato humillante y las millonarias compensaciones de guerra que el Tratado de Versalles había impuesto a Alemania, y que eran la causa de la pobreza y el hundimiento del pueblo alemán. Como la pobre Cataluña “de la pérgola y el tenis”.

Afortunadamente, las autoridades reaccionaron un poquito y Hitler acabó en la cárcel, condenado a cinco años, de los que sólo cumplió nueve meses. Si lo hubieran condenado a veinte años, y los hubiera cumplido, Europa se habría ahorrado cincuenta millones de muertos. La debilidad del Estado democrático es siempre el principal nutriente de los golpistas y la causa de los males posteriores.

Por supuesto que Puigdemont no es Hitler. Pero es un tipo que se plantó hace unos días en el Parlamento catalán, declaró derogada la legalidad vigente, saltándose todos los procedimientos, garantías y derechos de la oposición y del resto de los españoles, y proclamó una nueva legalidad sin más apoyo que el de su grupo político y la programada y violenta ocupación de las calles. En fin, que se declaró independiente, puesto que ya no aceptan las leyes del Estado del que, así, se consideran ajenos. Como he escrito ya muchas veces, la convocatoria del referéndum era, por sí misma, un golpe de Estado y una declaración de independencia, puesto que sus cojones, con perdón, ya no admiten otra ley que la que ellos mismos se han autopromulgado.

No hace falta que se asomen al balcón de la Generalitat como Companys en el golpe de estado contra la República de 1934 (¿cuántos de los que hablan de memoria histórica ocultan o ignoran que este no ha sido el primer golpe del nacionalismo catalán?), porque la independencia ya ha sido proclamada.

Y, por supuesto, Puigdemont no es Hitler. Pero es un nacionalista, como Hitler, se apoya en los anticapitalistas y los nuevos comunistas (si Carrillo o Gerardo Iglesias vieran al líder de Izquierda Unida apoyando a éstos, antes de irse un mes de vacaciones a Nueva Zelanda y declarar que eso es lo normal entre los españoles –lo que, por cierto, de ser verdad, dejaría sin la menor razón de ser a la izquierda en pleno-, supongo que entrarían en un convento), además de en el racismo supremacista de quienes se consideran mejores y superiores al resto de españoles (“españoles subhumanos” es una de las pintadas que se pueden leer desde hace tiempo en las calles de Cataluña y en los foros de la red), y que constituye uno de los ingredientes esenciales del movimiento nacionalista desde sus orígenes.

Además, las razones esgrimidas son muy similares a las del nazismo, el maltrato a la nación alemana (o catalana), sólo que si las compensaciones impuestas en Versalles a Alemania eran asfixiantes, a la ‘humillada’ Cataluña, una de las regiones mejor tratadas por el Estado y con mayor PIB de España, lo único que le ha hecho la “potencia ganadora” de este Versalles nuestro de la señorita Pepis ha sido financiarla sin límite. Igualito que a la Alemania de 1923.

Hablar de represión y de presos políticos, como ha hecho el siniestro Pablín Iglesias; escuchar a Ada Colau llamando a la sublevación contra, entre otros, los alcaldes socialistas (el partido que la tiene al frente de Barcelona) que han resistido a su señalamiento, método criminal de todos los totalitarios; oír a Iceta, después de haber sido apedreado, y a toda la tontería ‘progresista’ haciendo llamadas al diálogo con los golpistas; escuchar al PSOE apoyar al Gobierno, pero culpar al PP de una situación de la que ellos, vía ZP, son los responsables principales; saber que hay tanta gente en el resto de España que, por simple odio, están con los separatistas que los desprecian; en fin, leer el comunicado del F.C. Barcelona en apoyo del golpe, y que siga teniendo seguidores, no produce sino hastío. Supongo que con Tejero lo que debería haber hecho el Gobierno era sentarse a dialogar.

Yo debería estar escribiendo contra Rajoy por no haber encarcelado a Mas tres años atrás. O por no haber aplicado el artículo 155 hace ya mucho tiempo. O por no haberse atrevido a tomar las riendas de la situación tras el atentado de Barcelona. Pero ante el putsch es el momento de estar con el Estado, con el Gobierno, con la Justicia y con la Ley.

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