En España no se sabe nada sobre España. No, desde luego, más allá de Cataluña, el País vasco o Madrid, el tridente oligárquico de la España contemporánea. Se cree, por ejemplo (lo creen incluso allí), que las regiones mediterráneas son paraísos fértiles, todo regadío, frutales, sol y playas. Y se ignora a esa España vacía que, por estar fuera de los territorios a los que al menos se les reconoce tal condición (las Castillas, Aragón, Extremadura…), no goza siquiera de la curiosidad de la España urbana y costera. Más de la mitad de la Región de Murcia es España vacía. Y para ‘resolverlo’, el Gobierno regional ha prometido que, si renueva su mandato, trasladará la Consejería de Turismo a Cartagena. Es decir, todavía más lejos de las zonas a las que ya solo el turismo de interior podría aportar alguna esperanza.
Y así, una vez que el presidente López Miras hizo el anuncio del traslado de la Consejería de Turismo a Cartagena, la oposición se lanzó en tromba a sumarse a la tarea: no sólo estaban todos de acuerdo, sino que lo habían inventado o propuesto o pensado o comunicado a sus parientes en una boda mucho antes de que al PP se le ocurriera la ocurrencia. Hay que rebañar votos de donde sea. Y, normalmente, las promesas se les hacen a los más, mientras se olvida a los menos.
La propuesta coincidía, para aviso de nadie, con los datos que revelan el despoblamiento de varios municipios de esta región, una estadística que muestra, una vez más, lo que -no sé si fue Borges– alguien llamó la mejor fórmula de la mentira: la estadística. Lo trascendente no es que algunos municipios hayan perdido población, sino el asolamiento de muchos que no la han perdido, pero cuya distribución territorial no ha hecho más que dejar vacío y ruina en sus extensísimos términos municipales. Caravaca, con 859 km2, casi la provincia de Guipúzcoa, tiene hoy los mismos habitantes que al principio del siglo XX, 26.000. Pero sus cortijos y veredas, “campos de soledad, mustio collado”, ya no guardan ni su propia memoria.
Como he escrito otras veces, esta región son, al menos, dos: la rica, la levantina, la de Murcia y la huerta y Cartagena y la costa; y la pobre, las tierras del interior, más castellanas y andaluzas, la España vacía, la del olvido, la del secano y el monte, la que aparece sin iluminación en esos mapas de noche que podemos encontrar en internet, la que se une en su abandono con los pueblos hermanos de la provincias de Jaén, Almería, Granada y Albacete, esa tierra, la mía, la que se dio cita el pasado domingo en Barranda, en el Encuentro de Cuadrillas, y a la acudieron los mismos políticos, todos, que nos dejaron sin circunscripción electoral, es decir, sin la mínima representación propia de que gozábamos siquiera para que se nos pudiera escuchar.
Sucede que, en esta región, cada vez que un político murciano se levanta magnánimo y se mira la barriga a ver si se le ha puesto verde, se le concede algo a Cartagena: un parlamento de hojaldre y chantilly, unas inversiones millonarias para una ciudad renovada (y preciosa), una universidad, unos museos… y aun así el llanto sigue siendo allí una opción electoral. Y no hay partido que no use el lagrimal cada vez que se acercan elecciones. No digo que no sea justo ni que la descentralización no resulte, en este caso, racional. Lo que digo es que aquí la descentralización siempre va hacia el mar, y nunca hacia quienes sin la actuación de las administraciones públicas están condenados a desaparecer. O ya lo han hecho.
¿Oponerse la oposición? ¡Qué va! El PSOE tiene a una alcaldesa en el alambre y, cada vez que se presenta la ocasión, demanda la provincia o lo que sea necesario. ¿Y Ciudadanos? Clama al cielo que un partido cuyo portavoz es hijo de esa desolación, se sume sin rechistar al olvido del que procede. Mientras, el partido de la Gente, Podemos, está en su guerra y no va a ir a reclamar nada donde ya no hay gente. Derechas ciegas, izquierdas tristes y falsarias, todos concentrados donde está la riqueza.
¿A quién se le va a ocurrir, por ejemplo, la insensata idea de que las aldeas que se caen a pedazos pudieran beneficiarse del trasiego y el incremento de población que supondría la instalación de una Consejería? Casi cuatro mil km2., sólo en esta provincia, de bellísimos paisajes, de bosques y calares, de sabinas y carrascas, podrían convertirse en una experiencia de repoblación y atractivo turístico ejemplares. Pero para eso hay que tener un proyecto de Región, que es lo que jamás se ha tenido, lo que nuestra clase política ha sido incapaz de concebir en cuarenta años de autonomía.
Solemos quejarnos del trato que recibimos fuera, sobre todo desde el Estado. Y deberíamos preguntarnos si acaso la razón no somos nosotros mismos.