Atraca la cruel envidia del éxito precedente de un mundo onírico. El esfuerzo de los músculos tensos, bajo la mirada del eterno dictador, corrompe a los insurrectos.

Entre cinco y siete joyas juegan con mi destino. ¿Acaso tengo una salida a tan destructivo camino al don sin fueros?

Cien lombrices atareadas mascullan un hilo eterno, mezcla de servidumbre y de conexión al inframundo maldito. ¡Vaya dinamita absorta de tan magnífico documento!

Por las largas avenidas de verde y acero resbalan mis pensamientos. Acabo una frase y me destruye la ola de un nuevo disfraz de monaguillo hambriento.

Quizás salga el sol en esta nueva aventura, llena de infinitos riesgos. Aquella casa vomitaba bilis, esta es un poder obsoleto.

Vibro con el que está detrás de la tele, casi magnético, que mira alucinado lo que está ocurriendo. Sol de luna, mira al viento.

Yeyo me sirve la última copa con los hielos encendidos, con Javi, Zarek y Nacho como amigos sedientos.

Vuelvo al destino insípido de una hortaliza seca y un fruto escondido y longevo.

¿Estoy vivo?. ¿Acaso los grandes poetas simularon su gran vicio mezclándolo con el dolor de su cerebro estreñido?

Por fin vuelan libres y jolgoriosas las mariposas pardas y azules de un nuevo mundo rebelde y con brío. Vaya invento.

Tengo el puño cerrado, apretado y firme. Me dice Matilde que abra la mano. Tan solo tengo cuatro centavos. Ella pincha, yo distraigo, ella afirma, yo miro lento y no prudente a sus ojos claros.

Siento las venas encallarse en el puerto maldito. ¡Venga la selva virgen!, ¡venga la hueste del gran misterio abrupto y normando!.

Siento el frío de la noche oscura. Siento, y por más que siento, amo la que me admira y odio el amor eterno. Subsiste a la lógica gris y véndete al mejor postor. Tú todavía eres alma y llanto del frontispicio del árbol claro de una vida sin frente rota de un muro inmenso y diabólico.