La Hora de la Verdad

Miguel Ángel Malavia

Amor en el silencio de dos vidas rotas

Eran las cinco y media de la madrugada. Arrastrando sus pesadas botas rojas de charol, Elsa sacó las llaves de su minúsculo bolso y abrió la puerta de su casa. Silenciosamente, avanzó hasta situarse delante del espejo del servicio. Cuando levantó la mirada, vio la imagen de una mujer de cuarenta y cinco años, con el pelo teñido de rubio y ostentosamente maquillada. Sin poder evitarlo, como todos los días a esa misma hora, rompió a llorar, en silencio.

Una vez enjugadas las lágrimas, entró en la habitación. Era una sala adornada únicamente por una mesa, una silla y un colchón. Todos ellos sacados directamente del contenedor de la basura. Tras quitarse la minifalda y el top, se puso un camisón agujereado y se tumbó en el colchón. No hizo ruido, no quería despertarle. Se le quedó mirando, con los ojos vidriosos, tristes y amorosos hasta que el sueño la venció.

Cinco minutos después, su compañero de colchón, Eusebio, abrió los ojos. Llevaba más de cinco horas despierto, pero no se había atrevido a mirar los ojos de la mujer con la que compartía su vida desde hacía treinta años. Sin hacer ruido, se dio la vuelta y, ahora sí, la miró. Con un nudo en la garganta, acercó su mano a la cara de Elsa, pero no la tocó. Seguía con su dedo índice las facciones del rostro de su mujer, pero sin tocarla. No podía. No se atrevía.

Como todos los amaneceres desde los últimos tres años, sabía que ella se había acostado esa misma noche con varios hombres. Y lo peor de todo, sabía que lo hacía por él, por culpa de los desvíos de la vida maldita. Hacía ya tres años que fue despedido del trabajo por alcohólico. A su edad, aunque todos los días se recorría Madrid en busca de una oportunidad, nadie quería contratarle. De un día para otro, lo perdió todo. Salvo a ella. Elsa, la mujer de su vida, sacrificó todo lo que era por permanece junto a él. Lo que empezó en un momento dado como una solución circunstancial, se había convertido ya en el infierno de cada día, sin aparente posibilidad de retorno. Él, cada noche, cuando oía abrirse la puerta y sabía que ella lloraba en silencio delante del espejo, se prometía a sí mismo que aquella sería la última vez, que lograría sacarla de esa muerte viva en que se había convertido su existencia.

Sin embargo, nunca lo logró. Noche tras noche, año tras año, cuando ella llegaba arrastrando sus botas rojas, siguieron sin hablarse, sin mirarse, pagando así el precio de la subsistencia, de poder estar juntos, amándose en el silencio de dos vidas rotas.

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Autor

Miguel Ángel Malavia

Conquense-madrileño (1982), licenciado en Historia y en Periodismo, ejerce este último en la revista Vida Nueva. Ha escrito 'Retazos de Pasión', ¡Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno' y 'La fe de Miguel de Unamuno'.

Miguel Ángel Malavia

Conquense-madrileño (1982), licenciado en Historia y en Periodismo, ejerce este último en la revista Vida Nueva. Ha escrito 'Retazos de Pasión', ¡Como decíamos ayer. Conversaciones con Unamuno' y 'La fe de Miguel de Unamuno'.

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