Una vez que he explicado, ya de forma sosegada, mis argumentos a favor de la tauromaquia, te pido a ti, querido amigo antitaurino, que trates de ponerte en mi lugar, y en el de todos los taurinos, e intentes pensar qué es lo que sentimos en una plaza; es decir, qué nos lleva a considerar un arte aquello que, centrándose exclusivamente en lo que se ve, sin mirar más allá, no es sino el contemplar cómo se hiere y se mata públicamente a un animal.
Sé que es un ejercicio difícil, pero a mí siempre me ha ayudado mucho el tratar de ponerme en el lugar del otro, para acercarme a sus planteamientos y comprobar, una vez más, que no son tantos los locos que se enrocan en posiciones absolutamente injustificables. Creo, de verdad, que ayuda a buscar de verdad el camino de la tolerancia.
Si te parece una tontería, empiezo yo con algunos ejemplos. No soy comunista, pero entiendo que su ideal de un estado fuerte parte de la apuesta por la igualdad y la solidaridad entre las personas. No soy liberal conservador, al menos no de un modo dogmático, pero creo que su esencia parte de la creencia en que todos los hombres hemos de ser libres para explotar al máximo nuestras capacidades. Detesto las dictaduras, pero imagino que sus defensores, sean del signo que sean, sienten que ese modelo es el único que asegura la vigencia de unos valores que consideran irrenunciables. Finalmente, no soy antitaurino. Pero sé que la inmensa mayoría de los que sí lo son es porque consideran intolerable que se maltrate a un animal, públicamente, ante el regocijo de un público que asiste a un “espectáculo”.
Ahora, si quieres, te toca a ti, querido amigo. Repito, no consiste en que entiendas lo que pienso. Sólo es que imagines un posible porqué, en mi cabeza y en la de muchísimas personas más para las que esto de los toros es un sentimiento. ¿Por qué crees que los taurinos disfrutamos con lo que consideramos un arte profundo… y que tú ves como algo abominable y digno de prohibir?
MIGUEL ÁNGEL MALAVIA
