Hago una excepción y desplazo hoy a San Unamuno de mi oración-reflexión. Ando leyendo estos días el ‘Tratado sobre la tolerancia’, que Voltaire escribió en 1767. Tomo algunas de sus letras, que me sirven para rezar a San Voltaire, cuya áspera y fresca voz surge en estos tiempos con una vigencia absoluta:
“No hagas lo que no querrías que te hiciesen. No se entiende cómo, siguiendo ese principio, un hombre podría decir a otro: ‘Cree lo que yo creo y no lo que tú puedes creer, o perecerás’. (…) El derecho de la intolerancia es, por tanto, absurdo y bárbaro; es el derecho de los tigres, y es mucho más horrible, porque los tigres solo desgarran para comer, y nosotros nos hemos exterminado por unos párrafos” (Capítulo VI).
“Me respondéis que es grande la diferencia, que todas las religiones son obras de los hombres, y que la Iglesia católica, apostólica y romana es la única obra de Dios. Pero, en buena fe, porque nuestra religión es divina, ¿debe reinar mediante el odio, la furia, los exilios, el despojo de los bienes, las cárceles, las torturas, los asesinatos, y mediante acciones de gracias dadas a Dios por esos asesinatos? Cuanto más divina es la religión cristiana, menos corresponde al hombre imponerla; si Dios la hizo, Dios la sostendrá sin vos. Sabéis que la intolerancia no produce más que hipócritas o rebeldes: ¡qué funesta alternativa! ¿Querríais, por último, sostener mediante verdugos la religión de un Dios al que unos verdugos hicieron perecer, y que solo predicó dulzura y paciencia? (Capítulo XI).
“El sucesor de san Pedro y su consistorio no pueden errar; aprobaron, celebraron, consagraron la acción de la San Bartolomé; así pues, esa acción era santísima; así pues, de dos asesinos iguales en piedad, quien hubiese despanzurrado veinticuatro mujeres hugonotes embarazadas debe ser glorificado el doble de quien solo haya despanzurrado doce. Por igual razón, los fanáticos de las Cevenas debían creer que serían glorificados en proporción al número de sacerdotes, religiosos y mujeres católicos que hubiesen degollado. Extraños títulos son estos para la gloria eterna”. (Capítulo XII).
Me sería imposible añadir algo. Callo, miro al mundo en el que vivo en el año 2011 y rezo a San Voltaire.
MIGUEL ÁNGEL MALAVIA