Sangre de muerte. Seca, dura, amasada. Sangre de ilusión que acabó con un robo del alma, con un desgarro en la esperanza. Sangre de muerte. Maloliente, podrida, agusanada. Sangre que rodea un cuerpo inerte, justo antes pleno de movimiento, suspiros y proyectos.
Ya ha acabado todo. No hay nada. Ni siquiera la sangre, que en poco tiempo será negra. Que en nada será incrustada en la tierra, que la abrazará en sus senos, que la sumergirá en sus tripas. Y el dueño de la sangre ni siquiera será consciente. Quien pensara días antes en exámenes, novias y fiestas, jamás imaginó de verdad, pensándolo en detenimiento, cómo su sangre se helaría. Aunque sea junio. Aunque otros sigan haciendo exámenes, persiguiendo a las que serían sus novias y bebiéndose todo el ron de las que hubieran sido sus fiestas.
Sangre maldita, ¿por qué me dejas? ¿Por qué abandonas mis venas? Yo, que siempre me mareé cuando la aguja del médico te sacaba de mí en los temidos análisis, nunca pensé en serio que te amarías con la tierra que me acoge en mi último hogar. Hasta la eternidad. Que se acaba en el día en que empecé a morir.
Nunca asimilé que mi sangre sería sangre de muerte.
MIGUEL ÁNGEL MALAVIA
