Me sorprende lo que leo y escucho por parte de muchos que se sienten decepcionados y hasta engañados por UPyD al permitir este partido, con su único escaño en Asturias, que alcance el gobierno del Principado la suma de PSOE e IU ante la que, posiblemente (no lo tengo tan claro), hubieran fijado PP y Foro. Son los que tachan de izquierdista a UPyD, como los otros que afirman que el partido de Rosa Díez es la derecha camuflada, mentes tan contaminadas por la mala práctica de los políticos que son incapaces de entender esta decisión más allá de la mera defensa de unos principios ideológicos.
Porque ha de quedar bien claro que UPyD no entra en ningún Gobierno (mienten los que hablan de un “tripartito” conformado por socialistas, comunistas y magentas), como tampoco ocupará ninguna consejería u otro espacio de poder. No, UPyD, desde la transparencia, siempre ha dejado claro que apoyaría coyunturalmente la conformación de gobiernos en los que el partido aspirante aceptara sus principios ideológicos más básicos. En el caso de Asturias, el candidato socialista se ha comprometido a debatir seriamente la ley electoral en el sentido de que el voto de cada ciudadano valga lo mismo en su autonomía. Justo lo que reclama desde siempre este partido.
¿Tan difícil es esto de comprender? ¿Está tan viciada la imagen de los políticos que no se puede ni siquiera asimilar que no quieran “vender” su apoyo a precio de saldo? ¿Es tan increíble que se deje la ambición por el poder a un lado y se concentren los esfuerzos en sacar adelante principios que se consideran más idóneos para facilitar la convivencia entre los ciudadanos?
UPyD, manteniendo una misma línea de acción desde sus orígenes, demuestra hasta el momento representar la esencia de la política: ofrecer una alternativa para la conformación de una sociedad mejor. Si se da por hecho que esto no lo hacen los políticos convencionales, tal vez sea mejor abandonar tal definición y concluir que, mientras la política puede resurgir en un momento de crisis, los políticos agonizan por pura ausencia de credibilidad. Y esto es muy peligroso.
MIGUEL ÁNGEL MALAVIA
