Es Jerusalén: rabinos e imanes viajan en el mismo autobús que surca el empedrado bullicioso de lo que un día fue el Vía Crucis del Santo. Es Caracas: los energúmenos que se han hecho los dueños de las calles con sus pistolones se quedan espantados al comprobar que las armas se han derretido por la influencia de un eclipse lunar. Es Berlín: las cicatrices del Muro se han difuminado de un modo absoluto en la existencia de los anónimos que más sufrieron el trauma la separación.

Es Bangui: el resplandor de una estrella fugaz ha hecho brotar la fraternidad en el corazón ennegrecido de los rebeldes de la Seleka, que firman definitivamente el armisticio. Es Melilla: los guardias civiles que sufren mientras les obligan a vulnerar la ley y la justicia en la valla se niegan a cumplir ya más órdenes de sus superiores que no les sean dadas por escrito. Es Bangladesh: una mujer es intentada violar en un autobús por diez hombres y los cuarenta restantes apalean a esos miserables y compran un helado a la musa de la dignidad.

Es Madrid: las personas impedidas a las que el Estado les ha retirado bastardamente las ayudas por la Ley de la Dependencia se ven agraciadas con una lluvia de millones en la Quiniela de esta noche. El Papa Francisco se planta por sorpresa en un comedor social y comparte mesa, mantel y confidencias con los pobres de la capital. Los mafiosos que se lucran con la trata de seres humanos acuden a una representación de Don Juan Tenorio y caen todos en la cuenta que “un punto de contrición aún puede salvar su alma”. Los 50.000 asistentes a un partido de fútbol en una soleada mañana no tienen que padecer el disgusto de ver acercarse al estadio a una manada de nazis o comunistas que aprovechan el fútbol para dar rienda suelta a la violencia gratuita. Ningún club les permite la entrada a sus gradas. Y su equipo continúa ganando…

Es la Humanidad. Y vive en paz.

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA