Me ha gustado mucho ‘Mientras dure la guerra’, de Alejandro Amenábar. He comprobado lo que temía: los que, sin verla, clamaban por el boicot contra «otra película española de la Guerra Civil» y ya veían en ella un «pufo ideologizado», están lastrados por la misma lacra que denuncia la obra: el maniqueísmo fanático que impide realizar un juicio crítico y sensato sobre cualquier cuestión en la que no les den antes el «pensamiento a pensar» comprimido en una pastilla. Son menores de edad. Hace 80 años y hoy.
Amenábar ha realizado un ejercicio de honradez intelectual. Ecuánime (que no equidistante), nos anima a aventurarnos en la cueva más temida: el laberinto de la Guerra Civil. Y, nada más y nada menos, que dentro del alma de quien fue una guerra civil andante durante toda su existencia: Miguel de Unamuno. Queda claro que Don Miguel se equivocó, pero como lo habría hecho cualquier referente nacional que se manifestara en plena jauría. Apoyó el golpe militar, sí, pero solo con la esperanza de que fuera un golpe quirúrjuico que devolviera a la República a la senda del orden. Es decir, para alejar de nuestra faz el comunismo materialista que arrasaría con toda huella del cristianismo.
No pudo percibir lo que estaba por venir: que Franco se impondría en la lucha de poder entre los militares y que, sobre la marcha, facilitaría que lo que iba a ser un conflicto corto degenerara en una guerra de años. Más tiempo para hacer «limpieza» y, también, para doblegar a sus enemigos internos y erigirse en Caudillo.
Aquí vemos a un Unamuno (enorme Karra Elejalde) que va respondiendo sobre la marcha. A borbotones, desbordado. Como también nos topamos con un Franco (Santi Prego es el mejor Franco que nos ha dado el cine español) que, desde una opacidad que desconcertaba a todos sus interlocutores, va ascendiendo peldaño a peldaño al trono sobre el altar. Ya sabemos quién ganó el duelo… Aunque, en el fondo, el auténtico combate es el que se dio entre el representante de la débil inteligencia y el de la hercúlea barbarie; esto es, Millán Astray (lo borda Eduard Fernández).
Y aquí es como desembocamos en el episodio del Paraninfo… Un momento mítico y sobre el que han corrido ríos de tinta en los últimos meses. Amenábar ha optado por ser fiel a la versión tenida por válida durante muchos años y, prácticamente, la ha reproducido tal cual. Eso sí, con una capacidad maravillosa de hacernos vibrar, de emocionarnos ante el sacrificio de quien se ofrece a sí mismo en holocausto. Por España. Por sus hermanos.
Felicito a Amenábar por este homenaje a un hombre único… Eso sí, siento que ha llegado un poco tarde. Porque, aunque nació ayer, la película ya ha envejecido. Muy pronto, todos conoceremos la próxima aportación a este momento histórico a través de los ojos del mismo Unamuno. Del mismo, sí, pero distinto. Porque va a ser la película (documental) definitiva sobre Unamuno. La que al fin coja la llama y levante la luz al cielo, despejando las sombras.
Entonces, tendremos que dar las gracias a Manuel Menchón (director de ‘La isla del viento’, que refleja magistralmente la experiencia del destierro del rector de Salamanca en Fuerteventura) y a Jean-Claude y Colette Rabaté, los dos historiadores que mejor han penetrado en la esencia unamuniana. Mientras ese gran día llega (queda muy poco), eso sí, no dejemos de aplaudir a Alejandro Amenábar.
