En la capilla de Castelgandolfo, en este instante de suma gravedad, Benedicto XVI afronta su última hora como Papa. Se retira por propia voluntad, adelantándose a la muerte. Ya está «oculto al mundo». No hace sino unos minutos que un helicóptero le ha hecho sobrevolar Roma, la Ciudad Eterna. Desde lo alto, en pleno tañer de las campanas, que no hacían exhalar letanías del luto sino gozo por la humildad testimoniada, Ratzinger miró por última vez hacia atrás y, ya en silencio, se sumergió en Getsemaní, donde ahora se encuentra. Ante el Santísimo, Rey de una sala custodiada por la Virgen de Czestochowa, lo que ve en realidad no es sino Jerusalén. La Ciudad Celeste, ya de noche.
Es esta una «noche oscura». El momento es ominoso. No ha muerto, pero es consciente de que, muy posiblemente, ya no sea visto en público nunca más. En la capilla, realmente, aún resuena el estallido de las campanas de todas las iglesias del mundo. Y el minarete de las mezquitas vecinas. Un rabino amigo susurra en su oído los salmos preñados de más hondura. Esto es Jerusalén. El instante es denso, como pesada es la carga. Pero la luz despeja todas las brumas. Es plenamente consciente de que, comparado con la autenticidad de su gesto de servicio, el cruel aullido de los lobos se apaga hasta consumirse en su miseria.
El Papa de lo esencial y la humildad ha sido también el conductor de la frágil barca de Pedro en las hoy turbulentas aguas del Tiberíades. Tendió puentes a todos. Pastoreó a cada una de las ovejas de su rebaño. A las negras las reprendió por sus brutales crímenes, pero optó por cargar él mismo con la Cruz. No se ha bajado del Madero. Este «humilde servidor en la viña del Señor» se va como llegó: haciendo ejemplo vivo su ‘Dios es Amor’.
El Papa teólogo e intelectual completó su ‘Introducción al cristianismo’ en una noche oscura en Getsemaní. En esta noche, que ya se extenderá hasta el final de sus días. No estás solo. Estás con nosotros, y nosotros contigo.
Capítulo de mi libro ‘Retazos de pasión’, publicado en 2016.
La pasión, con amor, siempre te hace volar.
El fanatismo, siempre con semillas de odio, te ancla con grilletes y espinas.