1. Planear te da sensación de control
«Planear y organizar un viaje da sensación de control y tener el control de lo que hacemos nos hace sentir bien», explica la psicóloga Miriam Lucas Arranz. Por esta razón, desde antes de arrancar el viaje en sí mismo, durante la etapa de preparación, este viaje ya nos está proporcionando cosas buenas. Investigamos estrategias para afrontar los nuevos lugares, los futuros hoteles, las salidas gastronómicas, las experiencias que pensamos disfrutar. Decidimos qué hacer, cómo y cuándo, cuánto estamos dispuestos a pagar, qué queremos dejar pasar. Intentamos llevarlo todo atado y bien atado, controlado. Saber a dónde vamos para aprovechar el tiempo al máximo.
2. La expectativa viajera genera bienestar
Soñar despierto o dormido sí da la felicidad. «De por sí, las expectativas del viaje nos generan un bienestar, una ilusión. Pensar en viajar se asocia con algo positivo, el tiempo que pasamos planeando un viaje alarga el bienestar de ese viaje aunque no estemos viajando», detalla Lucas Arranz. «Es como cuando en una relajación te dicen: vete a una playa desierta (en tu imaginación). Estás visualizando una sensación placentera, estás anticipando esa sensación placentera, y ya de por sí eso te genera bienestar, aunque no esté pasando nada», según recoge skyscanner.
Para Lucas Arranz la relación del viajero con su viaje se parece mucho a la del perro con su comida, que utiliza Eduardo Punset en El viaje a la Felicidad: «Imaginemos un perro. El perro se emociona un montón ante la idea de que va a recibir comida, es muy feliz pensando que lo vas a alimentar. Luego le das la comida y ya está. El perro casi ha disfrutado más durante el camino que cuando ya tiene la comida delante».
3. Sobrevivir en otro país nos hace sentir competentes
No se trata solo de conocer otras culturas y hacerse selfies en sitios muy bonitos con todo lo que eso conlleva de aprendizaje y de crear nuevos recuerdos. «Ir a un país extranjero y valerse por sí mismo supone una hazaña, un pequeño reto porque es algo nuevo. Viajar, superar esa pequeña prueba, nos hace sentir competentes e incrementa nuestra autoestima. Eso también nos produce felicidad», explica Lucas Arranz. Un nuevo destino es siempre un nuevo código cultural, un nuevo idioma, una nueva forma de comer, de ser educado, de profesar la fe. Adaptarse a él, manejarlo y sobrevivirlo es para muchos fuente de gran satisfacción. En algunos casos, con mucha razón.
4. Viajar ayuda a relativizar los problemas cotidianos
«Viajar te hace modesto, porque te hace ver el pequeño lugar que ocupas en el mundo», reza la cita de Gustave Flaubert. Conocer otras realidades ajenas a la nuestra, con sus propias problemáticas (problemáticas casi siempre más dramáticas que las que afectan al llamado primer mundo), nos ayuda a relativizar los problemas cotidianos que, después de todo, quizá no sean tan grandes.
«Viajar te abre la mente y el espíritu, es educativo, te pone en contacto con nuevas personas e ideas», asegura A.C. Grayling, autor del libro ‘Thinking of Answers: Questions in the Philosophy of Everyday Life’, según recoge CNN. Con frecuencia, durante el viaje se descubren, se piensan o se invitan nuevas soluciones, nuevas estrategias para resolver nuestras miserias del día a día. Y, por si fuera poco, con frecuencia nos enseña a valorar lo que tenemos.
5. Durante el viaje somos menos haters
Un curioso estudio de la Universidad de Vermon (Estados Unidos) liderado por Christopher Danforth revela que la gente utiliza palabras más felices en sus ‘tuits’ cuando está de vacaciones. «El equipo de Vermont ha desarrollado un hedonómetro para medir el nivel de felicidad de los ‘tuits’. Esto es, un algoritmo que busca en los textos palabras que impliquen un contexto positivo o de disfrute (tales como «nuevo», «genial», «café» o «comida») o un contexto negativo («no», «odio», «maldición» o «aburrido»). El hedonómetro asigna a cada mensaje una ‘nota de felicidad», explica BBC. Los efectos positivos de los viajes, ¡ya saltan a la vista hasta en Internet!