P.D. A los lectores…por razones familiares probablemente tendre ciertas dificultades para responder a vuestros comentarios hasta el 27/8.
Mil perdones…
Shimshon.
CARLOS AURELIO CALDITO AUNIÓN es el autor del articulo, que fue publicado en VOZ IBERICA
El dilema Straussiano: entre Atenas y Esparta
Leo Strauss, filósofo judío alemán exiliado en Estados Unidos tras el ascenso del nazismo, planteó un dilema central para toda civilización que aspire a perdurar: ¿Atenas o Esparta? Es decir: ¿la deliberación racionalista de las democracias abiertas o la disciplina hierática de una comunidad cerrada y defensiva?
Strauss, consciente de las vulnerabilidades de las sociedades abiertas —volubles, relativistas, ingenuamente optimistas ante el mal— no dudó en inclinarse por Esparta como modelo de contención, resistencia y supervivencia. Porque si algo había demostrado el siglo XX con el Holocausto, es que la ilustración moral no impide las cámaras de gas. Que la educación no frena los pogromos. Que la democracia, como la República de Weimar, puede hundirse en el infierno. Y que los judíos, una vez más, serán los primeros en caer si no están protegidos por un poder armado.
Desde esta óptica, el Estado de Israel no puede permitirse la candidez liberal. Su existencia no es una concesión del mundo, sino una afirmación trágica y permanente: un refugio armado, una muralla de acero, un hogar exclusivo que no pide permiso para existir. Como escribió el propio Strauss, el derecho a la autodefensa precede a cualquier fantasía cosmopolita. Y para ejercerlo, hace falta una comunidad cohesionada, un ethos de sacrificio, y un ejército dispuesto a luchar por su ciudad.
Aristóteles, la ciudad y el gobierno de los mejores
Esta visión no está reñida con el ideal aristotélico del gobierno de los mejores. Al contrario. Una ciudad —polis— sólo puede subsistir si quienes la gobiernan son prudentes y virtuosos, y si los soldados, campesinos, artesanos y sabios son protegidos por instituciones fuertes, disuasorias frente a cualquier amenaza. Aristóteles comprendía que el buen gobierno necesita no sólo razón, sino escudo. No sólo leyes, sino fortaleza.
Un pueblo que no se defiende acaba asesinado. Un sabio sin protección es un esclavo. Y una ciudad sin muros no es una ciudad, sino un campo abierto a la rapiña.
Paz por territorios: una fórmula fracasada
Durante décadas, Occidente impuso a Israel una lógica perversa: “paz por territorios”. Cada concesión territorial debía traer la calma. Cada repliegue se prometía como una puerta a la coexistencia. Gaza, entregada en 2005 a la Autoridad Palestina, fue el mayor de esos sacrificios: todas las comunidades judías desalojadas, cada casa destruida por Israel para evitar que quedara huella de su presencia. ¿Resultado? Hamas. Terror. Masacres. Secuestros. Cohetes. Una y otra vez.
La fórmula fracasó porque partía de una premisa falsa: que los enemigos de Israel buscan la paz. La realidad, como atestiguan no sólo los textos fundacionales de Hamas y Al Fatah, sino los propios discursos de líderes del mundo musulmán, es que el Estado judío es considerado ilegítimo por principio. No se quiere la paz: se quiere la aniquilación de Israel.
En ese contexto, la anexión no es un acto de expansión imperial, sino de supervivencia estratégica. Gaza no puede seguir siendo una base de operaciones terroristas. Cisjordania (Judea y Samaría), en manos de facciones hostiles, tampoco. No se puede tolerar, por razones de defensa, moralidad y lógica geopolítica, que una población armada por Irán o Qatar pueda amenazar las principales ciudades del país.
La opción de la anexión: realismo estratégico
La guerra del 7 de octubre de 2023 y sus secuelas han demostrado, con una brutalidad inapelable, que no hay posibilidad de coexistencia con quienes consideran la masacre de civiles como forma legítima de lucha. Israel no puede permitirse más equivocaciones.
La anexión de Gaza —ya militarmente efectiva, pronto jurídicamente consolidada— y la posterior anexión de Judea y Samaría, son pasos necesarios para garantizar que jamás se repita el error de 2005. Esta vez, no se cometerá el crimen de abandonar el destino de los ciudadanos israelíes a manos de organizaciones islamistas genocidas.
El control territorial permite:
- La desarticulación total de la infraestructura terrorista.
- El control directo de pasos fronterizos y túneles.
- El reestablecimiento de colonias y presencia judía en zonas clave.
- La redefinición del marco legal de soberanía israelí sobre zonas que nunca debieron abandonarse.
Israel no busca la guerra, pero tampoco puede seguir confiando en la paz como fantasía. La disuasión, no el diálogo vacío, es lo que garantiza la vida.
¿Qué opinan los israelíes? ¿Y por qué Occidente no entiende nada?
La sociedad israelí, golpeada por décadas de atentados, traiciones y fracasos diplomáticos, ha dejado de creer en las promesas vacías de la comunidad internacional. La anexión, según encuestas recientes, cuenta con un apoyo creciente, especialmente tras las masacres perpetradas por Hamas. La desconfianza hacia la Autoridad Palestina, incapaz de garantizar seguridad y cómplice de múltiples actos de incitación, es generalizada.
No se trata de religión ni de extremismo político, sino de realismo histórico. Israel es un pueblo que ha aprendido a vivir en alerta, que ha enterrado demasiados niños, y que ha decidido no repetir el error de confiar en quienes le odian.
En cambio, Europa sigue atrapada en su retórica pacifista, multicultural, estéril, incapaz de comprender lo que significa luchar por la existencia. Embriagada por un cosmopolitismo irreal, proyecta sus propias inseguridades sobre Israel, al que acusa de lo que en realidad no se atreve a hacer: defenderse.
Y, para colmo, muchos de estos sectores que se autodenominan “progresistas” proclaman su apoyo a los enemigos de Israel bajo una supuesta defensa de los derechos humanos, ocultando un antisemitismo larvado y cada vez más explícito, mientras callan ante las atrocidades de Siria, Irán o Yemen.
De Esparta a Jerusalén: la lección de la historia
La historia ha dado la razón a Strauss. Esparta, con su disciplina y sentido trágico del mundo, entendía que la existencia está amenazada por el caos. Atenas, con sus asambleas y disputas internas, acabó cayendo por su ingenuidad.
Israel, sabio en su sufrimiento, ha comprendido que no puede darse el lujo de parecer débil. Ni ante Hamas. Ni ante Irán. Ni ante una ONU infiltrada por regímenes totalitarios que condenan a Israel cada semana mientras miran hacia otro lado ante las atrocidades islamistas o comunistas.
La verdad es esta: si quieres que los sabios enseñen, que los artesanos trabajen, que los niños jueguen… necesitas soldados armados, preparados y dispuestos a morir por la ciudad.
Esa ciudad, hoy, se llama Jerusalén.
Y por eso, la anexión de Gaza, y la próxima de Judea y Samaría, no es un capricho político. Es un imperativo histórico, ético y filosófico. Porque un pueblo que renuncia a defenderse está condenado a desaparecer.
Y los judíos ya han estado demasiado cerca del abismo.

