Desde hace algún tiempo se sabe que Siria dispone de lo que se ha venido en llamar el arma nuclear de los pobres, un arsenal químico mortal. Pero los americanos se han abstenido de denunciar los riesgos porque lo sucedido con Saddam Hussein aún está fresco. Obama desde luego no va a pasar años gritando «que viene el lobo» como un Bush cualquiera.
Pero la verdad sale a la luz aunque duela: Estados Unidos pasó página a pesar de los miles de avisos israelíes y advertencias de diversos servicios secretos, y el Wall Street Journal dice que varios funcionarios del ejecutivo Assad afirman «haber trasladado parte de un arsenal químico». Y la alarma se acompaña de una declaración clara: «Es impensable sentar el precedente de tolerar otro programa de armamento de destrucción masiva delante de nuestras narices. Es increíblemente peligroso para nuestra seguridad».
Por no hablar de la de los europeos o la de los israelíes. Hablamos de un rais árabe dispuesto a hacer lo que haga falta, que hace dos días liquidaba a 220 personas en la región esta vez de Hama, donde Assad viene realizando diversos intentos de limpieza étnica para liberarla de enemigos de los alauitas.
¿Por qué anda Assad en danza con el armamento químico exactamente, y qué podría suceder ahora que se sabe? Las razones son básicamente tres, e incluyen las teorías de América: la primera es que el programa se estaría poniendo a buen recaudo, a la espera de usarse contra los rebeldes; la segunda es que preocupan las manos en las que pueda caer, sitiando las bases rebeldes de la zona de Homs, Hama, De la Zour o Alepo, donde hay misiles de largo alcance con cabezas llenas de productos letales hasta el momento. Circulan informaciones de que hay en esa zona movimientos de armas, incluyendo la excavación de nuevos búnkeres y la ampliación de las instalaciones existentes.
La tercera razón hipotética es que se trata de una fuerte medida disuasoria contra los insurgentes sunitas, a los que hay que convencer de quedarse en casa en lugar de buscar una muerte horrible.
Pero es difícil de adivinar una razón tan abstracta para una colosal obra de cantidades importantes de armas químicas que, de hecho, son bastante fáciles y baratas de construir, pero muy difíciles de controlar. Siendo claros, tanto si es a propósito como por descuido, a manos de los leales a Assad o de sus detractores, existe un acuerdo en que el uso del arsenal químico sirio sería una catástrofe.
Y salta a la vista: Siria posee el mayor arsenal de todo Oriente Próximo. Parece que sus misiles Scud ya están equipados con sustancias ensayadas. Las cabezas se dividen en dos tipos: las dotadas de un agente y las binarias. El primer tipo, según el experto israelí Arie Egozi, contiene el gas nervioso VX junto a otros agentes que provocan graves quemaduras y problemas respiratorios. El segundo tipo alberga dos agentes, que incluyen el gas sarín o GF, y ambos letales.
Para ser en general de la máxima eficacia, las sustancias han de liberarse a varios cientos de metros de altura para caer en forma de lluvia brumosa sobre un área grande. El dispositivo que detona la cabeza a la altura correcta es muy sofisticado. Siria también dispone de un amplio abanico de armamento convencional, como balas, granadas o misiles tierra-tierra. ¿Qué puede suceder ahora que estas armas ven la luz?
Todo o nada: esta hipótesis dice que las fuerzas internacionales se enfrentan a la perspectiva de que Assad convierta Oriente Medio en una enorme bomba química que habría que desactivar de forma activa, algo que no se recomienda por miedo a Assad, un químico decidido a sobrevivir. El rais sirio puede contar con el apoyo abierto de Rusia e Irán, por un lado, y con el silencio ridículamente cómplice de un Kofi Annán metido a mediador que callaba el suministro de armamento de cualquier tipo a Siria antes. Él tiene las armas químicas, y Kofi Annán no. Partida difícil.
Fiamma Nirenstein es escritora y periodista italiana. Desde 2008 es la vicepresidenta del Comité de Exteriores de la Cámara Baja de Italia.