No más Mentiras

Antonio García Fuentes

Creer, no creer en Dios… «o como se llame»

Creer, no creer en Dios… “o como se llame”

Dudo en que exista un ateo que de verdad lo sienta totalmente. Por obtuso que sea, ante su inteligencia; y por corta que ésta sea, se le habrá presentado una (“o las mil preguntas”) del “qué y por qué”; de aquello y sobre todo, de sí mismo. Hoy cuando escribo es el día de mi ochenta y tres cumpleaños y aproximadamente en la hora, en que mi madre me dijo que nací (sobre las cuatro de la tarde de un día de calor de los que y como hoy mismo, “cuecen” a mi Andalucía) y lo que le ocasionó grandes padecimientos como primeriza que era, en aquellos tiempos, y donde, “se paría en casa, en la cama y sin ayuda médica de nadie”.


Yo no he conocido el calor de éste verano; puesto que llevo un mes junto al mar, y las brisas que ambientan este rincón de la costa malagueña (Torre del Mar) son muy agradables, al menos en mi vivienda de aquí, frente al faro, y viendo la orilla del “Mare Nostrum” tan cerca; que por las noches, tengo que taparme con sábana y colcha, por el frescor y humedad sobre todo de la madrugada. Anoche sobre las 11,30 vino a “saludarnos” un pequeño terremoto, que alarmaría a otros, a mí no; y pese al “tableteo del espaldar de mi cama con el tabique del dormitorio”; por ello seguí tranquilo leyendo en ese libro de las “Máximas de Epicteto”, del que tanto he hablado y escrito; pues precisamente anoche leí por enésima vez, la siguiente: “Cuando de noche te halles en tu habitación a oscuras y cerrada la puerta, no creas por ello estar solo; no te figures jamás, estés donde estés y por completa que sea la soledad que te rodea, que en verdad estás solo, porque no lo estás”. Por lo que sea, yo aguanté el temblor telúrico (que después de han dicho fue de unos cuatro grados) tan tranquilo y en mi “soledad” de viudo, ya bien asumida y aceptada; y simplemente pensé, que en el quinto piso o planta, donde me encuentro, lo mejor era no moverse, “y lo que tenga que ser será”; creo firmemente que “tuve un minuto para venir y confío en tener otro para marchar”; y esto; “imagino está escrito en alguna parte de la que no tengo noticia”.


Como cada mañana y antes de que salga el Sol, he paseado por el magnífico paseo marítimo que aquí tenemos; y me he recreado, como siempre en observar y oír “los latidos del padre mar”; que hoy eran tranquilos y agradables; luego he vuelto a mi casa, he ido a desayunar mis tostadas con aceite de aceituna y una buena capa de tomate fresco y triturado, y un té negro, en leche entera, endulzada con miel; y después un vaso de agua fresca, tomando las medicinas que tengo recetadas. Después he enviado por correo electrónico, “a unos cientos de destinos”, mi habitual artículo que mando, seis veces por semana y de lunes a sábado, incluidos; después he vuelto a mi casa a seguir con mis trabajos, para continuar, en… “ese saber que no sabemos nada”.


A la dos de la tarde, he ido a comer un plato de arroz marinero, que muy bien condimentado, hacen en la freiduría que tengo cerca y que se denomina, “Villamar”; arroz que he regado con un “tanque de cerveza de medio litro”; y así he celebrado, mi ya vieja onomástica; después y cómo de costumbre me echo en la cama y reposo lo suficiente, hasta que como hoy, “algo me impulsa a volver al portátil y escribir lo que escribo hoy; y que como siempre, no sé quién o qué, me impulsa a ello, pero, la verdad, cuando termino, me quedo, más satisfecho, que con “el arroz y la cerveza mentados”; pues el impulso me viene, de lo que, “el Maestro me dice en esos momentos”.


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“¿De qué hubiese servido que la Divinidad hubiese hecho los colores, de no haber hecho también ojos para distinguirlos? ¿Y de que los ojos y los colores si no hubiese creado la luz? ¿Quién ha hecho, pues estas tres cosas que tan divinamente se completan? ¿Quién es el autor de esta maravillosa alianza? La Divinidad, luego hay una Providencia.


El hombre, en esta vida, debe ser el espectador de su esencia y de las obras de la Divinidad, su intérprete y su panegirista. Pero tú, ¡desgraciado!, empiezas y acabas por donde empiezan las bestias, pues vives sin sentir. ¿Por qué no acabas donde la Divinidad ha acabado en ti? ¿No acabó dándote un alma inteligente y capaz de conocerla? Sírvete, pues, de este alma y no pretendas salirte de tan admirable espectáculo, sin haber hecho más que entreverlo; mira, conoce, alaba y bendice.


Como estás dispuesto a emprender un largo viaje para ir a Olimpia a ver los juegos y de paso contemplar la magnífica estatua de Fidias, considerarías una gran desgracia morir sin haber alcanzado a gozar de tales maravillas. Pero ¿y esas otras obras muy superiores a las de Fidias, esas obras muy superiores, esas obras, que no necesitas ir a buscar tan lejos, que no cuestan fatigas ni desazones y que puedes admirar en todas partes? (1) Estas obras, ¿no sentirás jamás deseos de estudiarlas detenidamente? ¿No se te ocurrirá nunca pensar en quién eres y por qué has nacido? ¿Morirás sin haber prestado atención al admirable espectáculo de este Universo que la Divinidad ha desplegado ante tus ojos para inducirte a conocerla?


La Divinidad te ha dotado de armas para hacer frente aun a los acontecimientos más espantables. Tales armas son, entre otras, la grandeza del alma, la fuerza, la paciencia y la constancia. Sírvete, pues de ellas, y si no lo haces, confiesa en vez de lamentarte, que has arrojado las armas con que te había hecho fuerte (2).


La Divinidad nos llama a comparecer como testigos, y nos pregunta: ¿No es cierto que el bien y el mal existen sólo en nuestra voluntad? ¿No es cierto que yo no he perjudicado a ninguno de vosotros? ¿Qué a cada uno le di aquello que podía serle útil? –A esto ¿qué contestas tú? Pues contestas diciendo que te abruman calamidades insoportables; que nadie se interesa por ti, que nadie te asiste; que todos te calumnian; que todos te condenan, y que eres la vergüenza de los hombres. ¡Miserable! ¿Es con este pesimismo injustificado como agradeces el honor que la Divinidad te ha dispensado, llamándote a comparecer como testigo para glorificarla, en aquellas grandes verdades? Cuando ella pedía un testimonio de su mucha bondad, de su veracidad y de su justicia, tú insensato, te conviertes en su acusador.


Entre los gladiadores de César vemos todos los días algunos que se desazonan por no poder presentarse al combate y hacen votos a los dioses para que les saquen del marasmo en que se consumen, pidiéndoles como señalada merced que les lleven al circo para poder lucir sus fuerzas y habilidades. Pues bien: mientras esto ocurre de continuo, yo no conozco a uno sólo, gladiador o no, que haya implorado la ocasión de poder demostrar su amor a los dioses.


Mi deber, mientras disfrute de la vida, es dar a los dioses gracias por todo, alabarles por todo, así en público como privadamente y no cesar de bendecirles hasta cesar de vivir”.


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Tras esta gran lección, ¿se puede afirmar el que se dice ateo en su ateísmo? Considero que no en absoluto; puesto que, “todo efecto proviene de una causa” y lo queramos aceptar o no; “La Gran Causa que nos abruma, es esa precisamente, que ante nosotros, que simplemente “somos efecto y no causa”, existe esa inabarcable realidad, de Una Creación que fue la del Creador; y al que se le denomina Dios; y además ello de forma natural, puesto que las tribus, por más “primitivas que sean o fueron”, siempre reconocieron, que en la gran obra que ellos apreciaran, según sus, “caletres o cerebros”, había una Unidad creadora, quizá y como reaccionaran, aceptando que en su tribu había, “un jefe”. El definir el por qué, fuimos creados y para qué o el porqué de ello; eso el único que lo sabe, es ese Creador; nosotros y pobres “monos humanos”, pese a que dicen que sabemos mucho, pero en este tema como en tantos otros derivados del mismo, “no sabemos nada”; y ese es el gran misterio, o la única respuesta que se puede dar o presentar; por tanto… Amén.

(1) Estoy seguro que el sabio, pensaba en una flor, en el ala de una mosca, en el conjunto de cualquier insecto, incluso en el examen detenido de una simple hoja de cualquier árbol o arbusto; y si hubiera conocido el microscopio, en una humildísima gota de agua, vinagre o vino; y hubiera visto, “la vida que dentro de ellas hay y donde cualquiera, “simplemente medio despierto”, hubiese visto la Divinidad o Dios; puesto que los sabios aunque hablen de dioses, pero siempre superponen a un solo Dios.


(2) En mi idioma existe el axioma siguiente: “Ayúdate que Dios te ayudará”…?


NOTA FINAL: Acabo de insertar en mi Web, en “Trabajos literarios”, el que considerado como, “el mejor discurso de todos los tiempos”; es el denominado, “Sermón del Monte”: cuyo autor fue Cristo; y en el que entiendo, es algo así, cómo… “La Constitución del Cristianismo”; invito a su lectura y a meditar sobre ella; y luego, analicen, “las parafernalias navideñas y tantas otras añadidas a la realidad de este maravilloso discurso, el que como tal, es, “incumplible por la carne humana”; por tanto piense y medite, antes de atreverse a denominarse “cristiano”, de lo que como mucho, somos pobres “aprendices”; pero no obstante, esa lectura consuela mucho y nos lleva a la realidad de lo que… “en realidad somos”.

Antonio García Fuentes
(Escritor y filósofo)
www.jaen-ciudad.es (aquí mucho más) y
http://www.bubok.es/autores/GarciaFuentes

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Antonio García Fuentes

Empezó a escribir en prensa y revistas en 1975 en el “Diario Jaén”. Tiene en su haber miles de artículos publicados y, actualmente, publica incluso en Estados Unidos. Tiene también una docena de libros publicados, el primero escrito en 1.965, otros tantos sin publicar y mucho material escrito y archivado. Ha pronunciado conferencias, charlas y coloquios y otras actividades similares.

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