Palpito Digital

José Muñoz Clares

Instant karma

Un autobús mexicano lleno de trabajadores somnolientos es asaltado por cuatro maleantes que amenazan al conductor y desvalijan al pasaje a base de violencia y exhibición de armas. Cuando se van a bajar del autobús alguien se alza en la oscuridad desden el fondo oscuro, levanta el brazo hasta la horizontal y con cuatro disparos certeros mata primero al líder de los asaltantes y luego, uno tras otro, a los otros tres atracadores. Avanza lentamente entre las filas de asientos con personas atenazadas por el miedo, el olor a pólvora y los cuatro muertos aún calientes a las puertas del autobús. Finalmente se baja del vehículo, devuelve a los pasajeros las dos mochilas en que iban sus pertenencias y se pierde en un bosque y en la noche. Nadie ha ofrecido a la policía dato alguno que permita identificar al justiciero. Alegan oscuridad. En otros casos – los inexistentes testigos de los crímenes de ETA – podríamos pensar que el silencio obedecía al miedo; en esta caso no: en este caso el silencio se debe al agradecimiento, a un destello de justicia en mitad de un país criminalmente a la deriva.
La ciudad más violenta del mundo es hoy día Caracas. Ha costado todo un chavismo y un mucho de Maduro para convertir a un país próspero en un lugar con la tasa de homicidios más alta del mundo, habiendo como hay competencia feroz en el entorno centro y sudamericano. La respuesta oficial no ha consistido en luchar contra el crimen sino en prohibir a los periodistas que se acerquen a la morgue para que no puedan contar los muertos que se amontonan. También Argentina se desangra con unos crímenes atroces mientras a los viajeros se les recomienda que si se ven en problemas no llamen a la policía, que no tomen taxis por la noche, que desconfíen… De Colombia y su entorno narco nos llegó el secuestro exprés: víctima de clase media, rescate corto (doce mil, veinticuatro mil euros) al alcance del grupo familiar, y duración de menos de 24 horas. O pagan o la víctima ya no aparece nunca más o si aparece es muerta en cualquier descampado. El crimen avanza allá donde el Estado se retira o no ha existido nunca o existió pero no tiene ya – o no tuvo nunca – voluntad de oponerse a lo que cree que no puede parar.
El justiciero en la sombra despierta una admiración trémula en quien tiene noticia de él. Es como el héroe de una película de Van Damme o del eternamente suertudo Bruce Willis. Pero debe darnos miedo que en una sociedad se extienda una forma tan primaria de justicia que bordea, si no trasgrede, la línea que separa la justicia del más estricto linchamiento. La impunidad de los criminales excita reacciones como la que les cuento y no seré yo quien afee la conducta a los pasajeros que nada vieron que permita identificar al ciudadano indignado y – en este caso afortunadamente – armado. Es un instant karma, ese supuesto reconfortante en que alguien recoge de inmediato la recompensa por el mal ejecutado sobre otros ciudadanos indefensos, que acaban por ser amparados con fogonazos certeros que surgieron de la oscuridad. No es el ideal de justicia, desde luego, pero al menos es un atisbo, un fogonazo de justicia en una sociedad harta de ser avasallada. Así que cumplamos con la parte de hipocresía que ahora nos corresponde: descansen en paz.

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José Muñoz Clares

Colaborador asiduo en la prensa de forma ininterrumpida desde la revista universitaria Campus, Diario 16 Murcia, La Opinión (Murcia), La Verdad (Murcia) y por último La Razón (Murcia) hasta que se cerró la edición, lo que acredita más de veinte años de publicaciones sostenidas en la prensa.

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