Primero fueron los sediciosos y sus fechas sucesivas para que Cataluña desconectase: junio, luego julio y finalmente octubre. Llegaron los días y no hubo nada. La afición, que ya no quiere realidades sino promesas, hizo que se fijara el 1 de octubre para la kermés del referéndum y las 48 horas siguientes para la independencia; incumplieron el plazo, fijaron un lunes, acataron la suspensión del Constitucional (¿), fijaron el día siguiente, martes, retrasaron el asunto una hora mientras la CUP los sermoneaba, y ya saben: Puchi ni dijo ni dejó de decir. Peor: dijo lo suficiente como para que los congregados creyeran que había proclamado la independencia – júbilo – y luego suspendió todavía no sabemos qué – grandes lloros -, y se fueron los aficionados escocidos y aparentemente divididos. Digo aparentemente porque la CUP, que iba a dejar caer el gobierno de Puchi, al final se ha amigado hasta con el PdeCat: por encima de las ideologías el delirio común.
Luego le tocó a Rajoy. Dígame claramente si proclamó o no proclamó, tiene hasta tal día tal. Llegó el día tal y Puchi se arrancó por peteneras: quiero que usted negocie la secesión para que nos vayamos cómodamente del Estado Español dejando a la púa más de 70.000 millones de euros y abierto el camino de la disolución de España. En vista del toreo de salón que le daba Rajoy amplió el plazo (¿), que vence hoy, y ahora amenaza con someter a votación autonómica la independencia efectiva de Cataluña: ¿No ha contestado de forma clara esta vez? No cabe sino aplicar el art. 155, tal como prevé la Constitución, relevar del mando a los responsables de la sedición y poner fin al sainete. Y dejar que los jueces investiguen y la Fiscalía acuse. Los pacíficos Jordis están en prisión, Trapero imputado y Cataluña no arde. Pero Rajoy se ha tomado este asunto como si fuera cuestión de desgaste, siendo, como es, una cuestión de firmeza.
Rajoy se tiene que ir a su Registro de Santa Pola o poner en práctica su obligación de cumplir y hacer cumplir la Constitución. Cada día que pasa sin hacerlo debilita sus argumentos y hace más fuertes a quienes han sobrevivido en plena insurrección. Si no le tembló la mano al Rey para dirigirse a la Nación, menos le debería temblar al encargado de protegerla con los medios a su alcance. El asno de Buridán sólo murió de hambre en la mente de un lógico obtuso: los asnos no dudan cuando tienen hambre porque el hambre manda más que cualquier otra fuerza en la naturaleza. Rajoy morirá políticamente, y no de hambre, por el no uso de los medios del Estado.
Cuando César tenía la fuerza de su lado no asediaba: ejecutaba. En el caso de Uxeloduno, en la Galia, con la voluntad de que no cundiera el ejemplo de tribus encastilladas, cortó toda fuente de avituallamiento, secó los manantiales, asaltó finalmente la plaza y ordenó cortar las manos a los rebeldes pero los dejó vivos, dispersos, erráticos e inútiles, como anuncio a la Galia de lo que ocurriría a quienes se opusieran al poder de Roma.
No nos sirve el método pero sí el impulso que revela esa acción. Sólo esperamos un día histórico, y no es otro que el fin de la sedición y de la carrera política de los sediciosos. Y Rajoy, mientras tanto, ofreciendo amnistías que la Constitución prohíbe, a un solo paso de la traición.