Palpito Digital

José Muñoz Clares

CUESTIÓN DE PRINCIPIOS (1 y 2)

CUESTIÓN DE PRINCIPIOS (1) Las siamesas Adart
Las siamesas Jodie y Mary (nombres supuestos), hijas de un matrimonio católico de origen maltés, nacieron en Manchester (Reino Unido) en el otoño de 2000, unidas por la pelvis con la particularidad de que no tenían órganos duplicados y compartían aparato urogenital, de modo que estaban condenadas a vivir para siempre unidas -lo que, en realidad, equivalía a morir ambas en unas semanas-, o ser separadas salvando a una (Jodie) a costa de sacrificar a la otra (Mary), enormemente deprimida y parasitaria de su hermana, a través de cuyos órganos sobrevivía en situación sumamente precaria. No se trataba de una niña con dos cabezas -anomalía muy poco frecuente– sino dos personalidades distintas, ya nacidas e indisolublemente unidas en su dimensión física, lo que abocaba a poner fin a la vida de una de ellas o aceptar la pronta muerte de ambas.

Los padres, católicos fervientes, vivieron este hecho inmersos en un shock paralizante que igualmente atenazó a los representantes de las demás confesiones cristianas, que se opusieron a la separación quirúrgica y pidieron que se dejara obrar a la naturaleza en la vana esperanza de que sobrevivieran ambas hermanas. Extrañamente, el Gran Rabino de Londres no sólo abogó por la intervención sino que apoyaba expresamente la muerte de la hermana más débil con fundamento en una muy antigua interpretación, procedente del Talmud, que permitía dar muerte al hermano que amenaza la supervivencia de su hermano.

Al final se recabó la opinión médica, que se decantó por la separación en razón a las nulas posibilidades de supervivencia de Jodie si seguía siendo parasitada por su hermana, condenada a morir en cualquier caso. El asunto acabó en los tribunales de justicia, que aceptaron la tesis de los científicos en contra de los teólogos –a excepción del citado rabino de Londres– y de la opinión de los padres de las menores. Finalmente el tribunal de apelación dio la razón a los médicos y ordenó que, contra la opinión de los padres, se practicara la intervención. Dentro del drama general que la situación comportaba había un aspecto especialmente espeluznante: el primer paso de la operación consistía en cortar el riego sanguíneo a Mary, lo que ocasionaría su muerte inmediata. Y no se trataba de un feto sino de una niña nacida viva, aunque estuviera pegada a su hermana y la parasitara hasta el punto de amenazar ciertamente su supervivencia.

Después del caso expuesto cabe decir que el aborto, sobre todo en las primeras semanas de desarrollo fetal, no supone un dilema ético de la profundidad del supuesto de las siamesas Adart. Los afligidos mortales hemos de hacer frente a esos y a otros dilemas y, además, resolverlos desde nuestro limitado entendimiento. Y eso es lo que hemos intentado con el aborto: resolver un problema social e individual de primer orden. Lo hemos hecho mal y el asunto se nos ha ido de las manos. El aborto, que es una solución cuando el conflicto se da entre la vida de la madre y la del feto, ha terminado convertido en un cruel método anticonceptivo, no siéndolo. Se aborta por no haber tomado las debidas precauciones y el feto, digan lo que digan las feministas radicales, no equivale a una ligera tumoración benigna que hay que extirpar. Es algo mucho más serio.


CUESTIÓN DE PRINCIPIOs (2). El aborto en España
Mark Twain recomendaba ir al cielo por el clima y al infierno por la compañía. Como friolero patológico que soy prefiero el infierno por la compañía pero, sobre todo, por el clima. Y si eso es todo lo que me va a pasar por defender la legislación actual del aborto –una ley de plazos y no de indicaciones-, daré por bien pasada una eternidad caliente pese a las inevitables molestias que trae consigo el infierno y el oficio mismo de demonio.

Según la moral católica quienes cooperan, inducen se hacen practicar o practican un aborto quedan automáticamente excomulgados latae sententiae, lo que significa que sin necesidad de procedimiento ni sentencia dictada por autoridad eclesiástica esas personas morirán en pecado mortal e irán directamente al infierno salvo que los perdone el obispo de su diócesis previo arrepentimiento. En la medida en que defendí a unos médicos abortistas contra la asociación ProVida, que los acusaba de asesinato y no de aborto, que era lo procedente, y no me he arrepentido nunca de haber ganado en buena lid aquel juicio, costas incluidas, iré al tan repetido infierno, sección excomulgados. Sin más.

El PP, que tuvo mayoría absoluta con Rajoy, no derogó la ley de plazos. Eso sólo le costó unas decenas de miles de votos y dieron por buena la pérdida como yo doy por buena una bien ganada eternidad calurosa y atormentada. Y si el PP no lo hizo fue porque los barones le dijeron al gallego impasible que no los metiera en berenjenales éticos. Que en España, con mayoría nominal católica, abortan más de nueve de cada diez mujeres que saben que les viene un down, por ejemplo. Así que me las tomaré en el pub Satanás con Rajoy y con sus barones. Espero que no tenga que soportar a Teodoro, que ese sí que irá al cielo.

La insistencia de la derecha española en mantener de cara a la galería lo que no practica en privado es una manifestación más de la hipocresía extrema a la que conduce la moral católica, tan severa para el otro como complaciente consigo misma. A los abusos sobre menores me refiero, y a las infidelidades que se saldan con un par de minutos en un confesionario. Una moral de máximos conduce inevitablemente a la hipocresía como única salida en este limitado mundo de lo meramente posible.

Vivimos en un entorno cultural y geográfico de ley de plazos, lo que lleva a una minoría a sostener que los occidentales somos unos infanticidas, asesinos en masa equiparables a los criminales nazis. Y que nos iremos todos al infierno. Y nosotros decimos “sea”, y seguimos adelante con nuestras maravillosas vidas imperfectas. A los antiabortistas, sin embargo, no les basta con que nadie los obligue a abortar y se les permita expresar su rechazo al aborto con total libertad. Necesitan que los demás no aborten y no se condenen. Nosotros, sin embargo, no esperamos que ellos hagan nada que no quieran hacer y no especulamos con su futuro de ultratumba. Vivimos y dejamos vivir.

El aborto es un mal, no tengo duda al respecto. En la mejor sociedad imaginable no habría más abortos que los espontáneos que produce la naturaleza, a menudo para librarse de un feto inviable. Pero ese mal es una solución cuando una gestante necesita quimioterapia que mata toda célula en división, y un feto no es otra cosa que un conjunto de células en división. Y también cuando un feto sufre taras o enfermedades incompatibles con la vida. El PP, sin embargo, tiende inevitablemente a complicar la vida de sus votantes y de todos los demás proponiendo un magistrado para el Tribunal Constitucional que le dé la razón y derogue lo que ellos, pudiendo hacerlo, no hicieron. Y se suma a una manifestación contra la reforma de la ley mordaza sin haberse planteado seriamente qué se reforma y qué consecuencias tiene, que no son, ni mucho menos, dejar a la policía indefensa, como tendré ocasión de explicar en estas páginas.

Así que el PP tiene que decidirse: o está con la gente o está contra la gente normal, la que aborta, la que se divorcia, la que fuma maría por no abusar de los orfidales, la que no va a misa porque no soporta sermones, porque es homosexual o porque no cree en ningún dios.

El PP, en definitiva, no puede aspirar a gobernar pensando exclusivamente en los que luchan por ir al cielo mientras las niñas buenas vayan al cielo y las malas vayan a todas partes.



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José Muñoz Clares

Colaborador asiduo en la prensa de forma ininterrumpida desde la revista universitaria Campus, Diario 16 Murcia, La Opinión (Murcia), La Verdad (Murcia) y por último La Razón (Murcia) hasta que se cerró la edición, lo que acredita más de veinte años de publicaciones sostenidas en la prensa.

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