Desde la llegada de Hugo Chávez al poder, Venezuela se ha convertido en un país de rumores. Desde 1999 hasta el día de hoy, cada día ha representado un paso más hacia la opacidad como forma de gobierno.
El propio jefe de la ‘revolución’ se encargó de saltarse todas las leyes, incluso esa constitución de la que tanto alardeaba, para ocultar las informaciones que no le eran políticamente beneficiosas.
A día de hoy, por ejemplo, muchos afirman que Chávez murió en Cuba. La versión oficial del régimen es que murió en Venezuela. Todo el proceso de aquel cáncer letal fue ocultado a los venezolanos, más conocían los ciudadanos por información del portal Runrunes, que por las mentiras del Ministro de Comunicación de la época, Ernesto Villegas.
Ahora se habla de la salud del actual dictador. «Me cuentan que Nicolás Maduro está profundamente deprimido», dice Carlos Alberto Montaner en una columna del periódico Infobae.
El periodista maneja información de que los cubanos están preocupados nuevamente por la salud del heredero de Chávez, porque, «ha pensado, incluso, en suicidarse».
«En 1954 el brasileño Getulio Vargas se mató de un tiro en el corazón. Salvador Allende, durante el golpe de Augusto Pinochet, el 11 de septiembre de 1973, utilizó la metralleta que le había regalado Fidel Castro para quitarse la vida. En julio 4 de 1982, Antonio Guzmán Fernández, el presidente de los dominicanos, se encerró en un baño y se disparó un tiro en la sien», comenta el también escritor.
Jorge Rodríguez, psiquiatra, es el más preocupado de los cómplices de Maduro. Ha pedido presidir la Asamblea Nacional como el último esfuerzo para enrumbar el proceso. En caso de que Maduro se mate (o lo maten) él se trasladaría a Miraflores para gobernar lo que queda de Venezuela. Al fin y al cabo viene haciendo trampas desde el revocatorio del 2004.
Los venezolanos recuerdan perfectamente cómo a las 8 de la noche el conteo rápido a pie de urna, efectuado por una firma muy prestigiosa, revelaba que el 60% había votado por revocar a Chávez a quien sólo lo respaldaba el 40%. Pero a las 4 de la madrugada, mientras el país dormía, mágicamente se habían invertido los resultados y Jorge Rodríguez, a nombre del CNE, lo anunciaba muy ufano. Era la primera vez que se utilizaban las máquinas electrónicas para cometer un fraude. El pobre Jimmy Carter se lo creyó y avaló la monstruosidad desde el Centro Carter de Atlanta.
Las sanciones de Estados Unidos y de medio planeta, incluidas las de la muy circunspecta y discreta Suiza, fueron cerrando el círculo implacablemente. El último episodio fue el más grave. Cuatro naves registradas como griegas –Bella, Bering, Luna y Pandi—, pero con más de un millón de barriles de petróleo procedentes de Irán destinados a Venezuela, fueron detenidas en alta mar y guiadas hasta Houston, Texas. Allí las esperaban varias compañías que se disputaban el contenido de las embarcaciones para resarcirse de las deudas no pagadas por PDVSA, como revelara el experto Russ Dallen.
No hay dinero en las arcas venezolanas para nada. No hay crédito ni posibilidades de abonar lo que se debe. Maduro no puede confiar ni en el Banco de Inglaterra. Más de mil millones de dólares en lingotes de oro, en el momento en que ese metal sube de precio, según el Tribunal Supremo de Su Majestad han sido provisionalmente confiscados porque el gobernante al que reconoce el Reino Unido es Juan Guaidó.
Eso quiere decir que la estrategia norteamericana está dando resultados. La comenzó Obama, genuinamente preocupado por los vínculos entre Venezuela e Irán, cuando el barril de petróleo merodeaba los cien dólares, y la ha seguido Donald Trump, ahora que anda por la cuarta parte de ese valor. Esto le da la medida a Maduro de que es inútil ilusionarse con una posible derrota de Trump en las elecciones del 3 de noviembre. La política es bipartidista. Si ganara Biden no habría gran diferencia.
Estados Unidos ha descubierto cómo derrotar a casi todos sus enemigos sin disparar un tiro. Eso sí: debe volcar todo su peso económico tras el empeño. No vale decir “pero Cuba no ha sido derrotada por el embargo”. Si Estados Unidos se hubiera empeñado en ello con el mismo brío que frente a Venezuela, seguramente otro gallo cantaría.