Entre las promesas de Trump y Harris, la narrativa antimigratoria parece estar asegurada, sin importar quién gane. Pero los impactos potenciales no son iguales para todos, y para los países latinoamericanos pueden significar un golpe directo a su ya frágil estabilidad económica y social.
Para millones de latinoamericanos, Estados Unidos representa la esperanza de una vida mejor, y la inmigración sigue siendo su única salida frente a la pobreza, la violencia y los desastres que deja el cambio climático. Sin embargo, esta aspiración se enfrenta a dos proyectos de futuro: uno más radical con Trump, que apunta a barrer con cualquier puerta de entrada, y otro con Harris, más moderado, pero también enfocado en el control fronterizo y el endurecimiento del asilo.
Trump parece estar decidido a cerrar Estados Unidos a cal y canto. Su retórica se intensifica al prometer una «limpieza» masiva de indocumentados mediante la creación de una fuerza de deportación, apoyada incluso por el ejército.
La postura de Trump no es una sorpresa; su política antimigratoria fue una de las principales banderas que lo llevó a la presidencia en 2016, y su lenguaje ahora es aún más extremo. Su idea de un «cubo de basura» resume una visión despectiva y xenófoba de quienes llegan a su país buscando oportunidades.
La consecuencia económica de estas políticas sería devastadora para Latinoamérica, especialmente para Centroamérica, donde las remesas representan una fracción considerable del PIB en países como El Salvador y Nicaragua. Las deportaciones masivas y el fin de programas como el Estatus de Protección Temporal (TPS), que ampara a miles de personas en Estados Unidos, dejarían a muchos hogares sin recursos y sin posibilidades de subsistencia. La amenaza de aranceles del 200% también afecta directamente a México, que depende del comercio con su vecino del norte, especialmente en la industria automotriz.
Por otro lado, Harris representa una postura menos agresiva, pero su compromiso con el reforzamiento fronterizo y la reducción del TPS también impactarían negativamente a la región. Su enfoque podría ser más diplomático y paulatino, pero las repercusiones no dejan de ser preocupantes. La idea de “atacar las causas de la migración” es más constructiva en el papel, pero hasta ahora ha resultado en pocos avances concretos para resolver los problemas estructurales en los países emisores de migrantes.
Las elecciones de noviembre representan, en gran medida, una encrucijada para América Latina. Mientras que Trump busca el aislamiento bajo el lema de que Estados Unidos no debe tener amigos, sino intereses, Harris intenta equilibrar la política migratoria con un enfoque progresista, aunque limitado por la necesidad de reforzar la seguridad fronteriza.
Esta elección es una batalla entre dos formas de ver el mundo, pero ambas dejan a América Latina en una posición vulnerable, obligada a depender de las decisiones de su vecino del norte, en una relación que sigue siendo, al parecer, unilateral.