Sheinbaum ha planteado en rueda de prensa un mensaje que equilibra preparación y diplomacia en torno al tema migratorio.
Su postura refleja una dualidad constante en la política exterior mexicana: la búsqueda de cooperación con Estados Unidos y, al mismo tiempo, la obligación de responder a las consecuencias de sus políticas internas.
El anuncio de una estrategia para recibir a millas de mexicanos que podrían ser deportados en caso de un endurecimiento de las políticas migratorias de Donald Trump es, en principio, un gesto responsable. Es innegable que preparar al país para un escenario de deportaciones masivas es crucial, considerando el impacto social y económico que un regreso forzado de migrantes puede generar. Sin embargo, la pregunta inevitable es si la propuesta pasa de ser un discurso políticamente correcto a una estrategia verdaderamente integral.
La mandataria menciona programas como Sembrando Vida y Jóvenes Construyendo el Futuro como ejemplos de su compromiso para atender las causas de la migración. Ambos, concebidos durante el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, buscan ofrecer oportunidades económicas a poblaciones vulnerables en México y Centroamérica. La intención es loable, pero ¿han sido realmente efectivos para frenar la migración? Hasta ahora, los índices de movilidad hacia Estados Unidos no muestran una reducción significativa atribuible a estos esfuerzos.
Sheinbaum propone abrir canales de migración legal, reconociendo que Estados Unidos necesita trabajadores migrantes para sostener su economía.
Este enfoque es acertado y pragmático, pero no es nuevo. La idea de establecer mecanismos bilaterales que faciliten la migración laboral ha sido un tema recurrente en la agenda entre ambos países, y su implementación efectiva ha sido esquiva, especialmente frente a gobiernos republicanos con políticas restrictivas.
El contexto internacional no es menos inquietante. Con la posibilidad de que Donald Trump retome el poder y designe a figuras como Tom Homan, conocido por su enfoque duro hacia la inmigración, el panorama para los migrantes mexicanos en Estados Unidos podría tornarse sombrío. Las deportaciones masivas, que incluirían a familias enteras, no solo representan una crisis humanitaria, sino también un desafío logístico para México, que tendría que absorber a millas de ciudadanos en condiciones de alta vulnerabilidad.
El verdadero reto para Sheinbaum no será solo «dar la bienvenida» a los deportados, sino garantizarles un retorno digno, con acceso a empleo, vivienda y servicios básicos. Es aquí donde su discurso queda corto. Más allá de las palabras, no se han presentado detalles concretos sobre cómo se ejecutará esta estrategia de recepción, ni cómo se articularán esfuerzos a nivel estatal y municipal para enfrentar un posible flujo masivo de retornados.
La insistencia en que la migración debe atenderse «desde sus causas» es un punto clave, pero no suficiente.
La pobreza y la desigualdad son problemas estructurales que no se resolverán en el corto plazo. Mientras tanto, miles de mexicanos seguirán buscando en el norte lo que no se encuentran en casa: oportunidades y seguridad.
México no puede permitirse que esta estrategia se quede en promesas. La realidad es que el país enfrenta un desafío que requiere más que discursos bien intencionados. Es momento de que el gobierno de Sheinbaum pase de las palabras a la acción, estableciendo una hoja de ruta clara y colaborativa para proteger a quienes, por necesidad, cruzaron la frontera en busca de un mejor futuro.
La migración es un reflejo de nuestras propias fallas como nación. Prepararse para recibir a los deportados es importante, pero aún más lo es construir un México al que nadie quiera emigrar por desesperación. Esa es la verdadera prueba de liderazgo que tiene Sheinbaum ante sí.