Jamie y Gladys son hermanas. Las dos cumplen condena perpetua en un centro penitenciario en Misisipi, por un robo a mano armada que tuvo un botín 11 dólares. El gobernador de ese Estado sureño acaba de perdonarlas. Dice que ya no son un peligro para la sociedad. Pero hay una condición para su puesta en libertad: una debe donar un riñón que necesita la otra para sobrevivir …
Lea el artículo completo en www.elpais.es