Hubo de todo en la presentación del libro-mamotreto del ex director de 'El Mundo'

A Pedrojota le cae encima un espontáneo gritón tras escuchar las puyas que le soltaba Bono

Desde el que se subió al estrado a declamar de lo suyo hasta las señoras que tuvieron sus más y sus menos por un asiento

Bueno, en realidad no hubo de todo. Porque políticos del Partido Popular, a nivel de la dirección nacional, o cargos del Gobierno, no se vio ni a uno. Y lo mismo respecto al PSOE.

Pero no adelantemos acontecimientos. En el venerable Ateneo de Madrid, en la calle del Prado, se presentaba, a mayor gloria de su autor, el último libro de Pedrojota Ramírez.

La convocatoria anunciaba que el acto comenzaría a las ocho de la noche pero a las siete y cuarto de la tarde ya había cola para entrar al Salón de Actos.

Allí, con un público más que talludito -y no muy orbytero, todo sea dicho-, se dieron escenas por las que Ramón del Valle-Inclán hubiera pagado para inspirarse.

Por allí pululaba una señora clón de Agatha Ruiz de la Prada mientras dos ancianas discutían por el asiento que una de ellas le estaba reservando a un familiar.

A la espera de que diera comienzo el acto, abundaban los culos inquietos que cambiaban de asiento mientras un señor que hubiera hecho las delicias de Arturo Pérez-Reverte para uno de sus artículos -iba el hombre ataviado con sus bermudas y sus deportivas- dirigía el tráfico de posiciones al tiempo que la música ambiente pasaba una y otra vez los acordes del Himno de Riego.

De los invitados VIP la más madrugadora fue Cristina Alberdi, exministra de Felipe González, y, por el ramo masculino, el director de Marca Óscar Campillo, con pinta de despistado.

Más tarde aparecieron el exvicedirector de El Mundo Miguel Ángel Mellado, la periodista Lucía Méndez y el columnista de ABC David Gistau.

La entrada triunfal de Pedrojota fue antecedida por su pareja, Ágatha Ruiz de la Prada. Al exdirector de El Mundo le acompañaba otro ex, José Bono, con gesto serio.

Tal vez porque a unos pocos pasos por detrás venía Eduardo Zaplana acompañado de Federico Jiménez Losantos de la misma forma que Rosa Díez apareció con Carlos Martínez Gorriarán, que, todo sea dicho, tras los saludos pertinentes tomó las de Villadiego.

El pintoresco diputado de UPyD no podía prever que se perdía cerca de dos horas de presentación que aguantó impertérrito el expresidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero, que entró junto a la expresidenta madrileña Esperanza Aguirre.

Tampoco faltó, y fue de las pocas, la alcaldesa de Madrid, Ana Botella, escoltada por algunas patas de su gobierno de mesa camilla municipal como su efusiva -ayer- dircom Elena Sánchez o el discretísimo -y poderoso- Juan Antonio Gómez Angulo, que optó por quedarse de pie en la fila del fondo.

Los hubo que llegaron un pelín tarde, como el escritor Álvaro Pombo. Pero es que Pombo, oigan, ya está por encima del Bien y del Mal.

Más delito tuvo lo del consejero delegado de Unidad Editorial, Antonio Fernández Galiano, y lo del director de El Mundo, Casimiro García Abadillo, que entraron en la sala cuando Victoria Cano, responsable de la sección del Ateneo organizadora de la presentación, les había dado el agradecimiento.

¡Cosas del tráfico madrileño! Por si acaso, el sustituto de Pedrojota Ramírez tuvo un gesto cariñoso para Ágatha.

Más morro le echó un espontáneo tardío que, sin encomendarse a nadie, piano, piano, se sentó en un asiento libre de la primera fila al lado de Botella. Tardaron poco en que desalojara.

La tardanza hizo que se perdieran uno de los momentos más pintorecos: el del saludo de la llamativa hija de Pedrojota a los integrantes de la mesa presidencial.

La joven atrajo la atención con sus besos y, sobre todo, con un vestido amarillo canario chillón corto, muy corto, ¡pardiez!

Fue Esperanza Aguirre -presentada, entre otros títulos, como «condesa consorte» y «grande de España»- la que abrió el fuego de los discursos recordando al desaparecido Gonzalo Anes.

Javier Gómez de Liano, a la sazón abogado de Luis Bárcenas, escuchaba a pie firme cómo doña Espe lanzaba una ironía sobre el autor: «¡Qué no nos escribirá ahora que tiene tanto tiempo libre!»

El testigo lo recogió la historiadora Carmen Iglesias, que olvidó que aquello era una presentación y no una lección magistral.

Para levantar los ánimos estaba Bono, que se dedicó a las puyitas y a las frases de doble sentido.

«Agradezco que hayas vuelto a invitarnos a tu piscina», soltó tras haber arrancado con un «no te puedes bañar dos veces en el mismo río».

El peculiar sentido del humor, o lo que sea, del expresidente del Congreso volvió a hacer acto de presencia. «Nadie está donde estaba», apuntó recordando la presentación del anterior libro de Pedrojota.

«El público asistente no es el mismo», siguió, poniendo el nombre de Mariano Rajoy, haciéndole un recordatorio al riojano por «las caudalosas aguas que tú removiste a su favor».

Lo de Bono iba de ajuste de cuentas.

«Ayudaste a la molienda y acabaste hecho polvo».

Frase, por cierto, muy aplaudida por un auditorio bastante nutrido que obligó a habilitar hasta el palco superior.

Rajoy se convirtió en parte del hilo conductor del discurso del político, que Ramírez escuchaba con una amplia sonrisa. «Te necesitaban para echarnos y hoy necesitan tu ausencia para mantenerse», continuó.

Para que la cosa no decayese, el de Salobre llegó a comparar a Zapatero con el duque de Angulema y lanzó una puya contra los «detractores presentes a los que no cito ni saludo», unos «zurriagos que gustan a los tontos porque hablan mal de todo el mundo», aseguró citando el libro de marras.

¿Y por quién iba la cosa? Hagan sus apuestas. Quizás por cierto locutor presente en la sala con el que se las ha tenido tiesas.

Y, por fin, tras casi dos horas, el testigo fue cogido por Ramírez, que arrancó dando las gracias… con el discurso de El primer naufragio y una frase con claros destinatarios: «Hay que ver lo que cambia el Poder a algunas personas».

Luego, después de los aplausos, llegó el turno para que otro espontáneo, subido en la tarima del escenario, declamase sus cuitas a voz en grito.

Que ya les dijimos que hubo de casi todo.

 

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