Carmen Rigalt: "José María García le endosó al Príncipe el bulo de la pasión atlética sin venir a cuento"
No es tiempo de pan y circo, sino de fútbol y reyes. Al menos es así en lo referido a los espacios de opinión de la presa de papel española el 15 de junio de 2014. Encontramos mucha, demasiada para los gustos de algunos, columna dedicada a comentar la estrepitosa derrota de España ante Holanda en el Mundial de Brasil. Hay otra gran cantidad, aunque son algunas menos, dedicada a comentar la sucesión en el trono y, por fin, algún despistadillo escribe sobre otro asunto, como puede ser la situación del PSOE o el omnipresente Pablo Iglesias y su partido Podemos.
Tras hacer sonar, como cosa excepcional por ser domingo, nuestra armónica de afilador, nos ponemos manos a la obra para repasar lo más jugoso de la jornada. Advertimos, eso sí, que no vamos a dedicar ni una sola palabra a 1-5 mundialero y a quienes escriben sobre ello.
Arrancamos en esta ocasión en la contraportada de El País, donde Manuel Vicent se dedica a imaginar que alguien topa dentro de cien años, cuando él afirma que ya se habrá encontrado la fórmula de la inmortalidad, con un ejemplar actual de un periódico, en concreto del día en el que Felipe de Borbón y Grecia sea proclamado rey de España.
Nadie recordará entonces el nombre de este monarca, ni el de su padre, ni el de los políticos inanes y corruptos de su entorno, ni el debate entre Monarquía o República, ni qué significa independencia, soberanía, Cataluña o España, palabras sin sentido, que todos repetían.
¿Realmente cree que en apenas un siglo, por mucho que se hubiera logrado encontrar con el modo de ser inmortal, las personas olvidarán así? Incluso los alumnos del lamentable sistema educativo español saben quienes eran los Reyes Católicos y Felipe II, y ha corrido bastante más tiempo que una centuria. Y cualquiera sabe qué paso hace 100 años en los campos de batalla de gran parte de Europa.
Por mucho que se empeñe Vicent, seguramente muchos se acordarán del nombre de Felipe VI y de Juan Carlos I. Eso sí, reconocemos que para conocer a Rajoy, Zapatero, Rubalcaba, o Sáenz de Santamaría habrá que haber estudiado algo más.
Saltamos ahora a La Razón, donde Cristina López Schlichting —a quienes nos digan que Chinchetru es un apellido difícil de pronunciar, le retamos a que diga en voz alta Schlichting— titula La salita un artículo dedicado a criticar que Juan Carlos I no vaya a estar presente en la proclamación de su hijo como Rey de España.
La Corona es una institución fundamentada en la tradición y la herencia de padres a hijos en el seno de una familia señalada por el pueblo y el parlamento. La legitimidad de Don Felipe radica precisamente en el relevo de su padre. Y verlos juntos es la expresión plástica y rotunda de esa continuidad.
A este humilde lector de columnas le parece que razón no le falta. A pesar de no ser monárquico, aunque visto quién está reclamando la república a uno le entran ganas de superar a Ussía en pasión por la intitución coronada, considera que si existe una monarquía esta debe respetar las tradiciones y las formas, y entre estas está la de dejar patente de forma plástica la continuidad dinástica.
Concluye Schlichting:
Creo que tenemos dificultades para distinguir entre el boato y el respeto institucional. Supongo que habrá quien desee que Don Felipe, en lugar de uniforme militar, lleve camisa de pana. Es mucho más deportivo y cómodo, no lo dudo, pero, inmeditamente después, el que ha sugerido el cambio de indumentaria preguntará a voces por qué ese joven alto y rubio ha de ser el monarca y no su hijo.
Saltamos ahora a ABC. En medio de un bosque de columnas sobre la derrota futbolística de dos noches antes nos topamos con un Iñaki Ezquerra que escribe sobre La pablización del PSOE. Tras lamentar que Alberto Sotillos, uno de los aspirantes a sustituir al hombre que fracasó al intentar protagonizar ‘El milagro de Pe Punto, no se parezca a su padre y que resulte muy parecido a Pablo Iglesias (el de Podemos, no el fundador del Partido Socialista), dice:
¿Qué ha pasado en el PSOE? ¿Cómo quienes llevaron un sentido pedagógico y civilizador de la política al País Vasco hace treinta años; quienes hicieron digna y eficazmente de padres morales de una juventud como la mía, que corría el peligro de la desorientación y la radicalización, han dado luego esos hijos a su propio partido? El peligro hoy no es que crezca el voto de Podemos, sino que el PSOE use sus votos para convertirse en un doble y un bafle del partido del pitagorín de la coleta. El peligro es esa pablización socialista, de la que Sotillos es una simple punta de iceberg. Es esa metástasis de la que Madina fue precursor. Madina era pablista antes de que Pablo Iglesias apareciera. Cuando uno oye a los dos, se pregunta qué fue antes, si el huevo o la Madina.
Merece la pena la columna de Jon Juaristi en ABC titulada ‘Escarapelas’ criticando que la minoría antimonárquica en el Parlamento siga confundiendo la política con el vodevil:
Porque una cosa es jugarse el tipo, como se lo jugó Santiago Carrillo el 23 de febrero de 1981 ante los asaltantes armados del Congreso, Mario Onaindía en diciembre de 1970 ante el tribunal militar de Burgos, o Lluís Companys, el 6 de octubre de 1934, al proclamar el Estat Catalá frente a la República del 14 de abril, y otra muy distinta hacer el payaso como don Cayo Lara, don Sabino Cuadra o don Alfred Bosch, el 11 de junio de 2014, en uso legítimo y estúpido de la palabra ante las Cortes de una monarquía parlamentaria. Lo que va de ayer a hoy, de la valentía al gamberrismo y de la tragedia a la astracanada.
Y dado que ha salido ya el nombre de Pablo Iglesias saltamos a El Mundo, donde Raúl del Pozo escribe sobre su experiencia al asistir a la asamblea de Podemos en la que se ha elegido a a mediático lider como líder, tal y como lo habían diseñado el líder y los suyos. Titula Leninismo amble bajo los plátanos:
Hablé con Juan Carlos Monedero. «Es un encuentro», dice, «para saludarnos, para conocernos, para analizar la situación». Se quejan del acoso mediático. «Lo hay no sólo para Podemos. En los últimos meses han cesado a tres directores de periódico, el de El Mundo, el de La Vanguardia y el de El País».
Si no supieramos que el populismo necesita siempre altas dosis de victimismo, nos llamaría poderosamente eso del «acoso mediático». Ellos, que han compredido mejor que nadie la importancia de los medios, en especial la televisión, y que lo han demostrado, se quejan de «acoso». Ya quisieran otros partidos minoritarios que los periodistas les préstaramos la mitad de la antención que la que dedicamos a ‘Pablemos’.
Íñigo Errejón, doctor en Ciencias Políticas, director de la campaña electoral de Podemos, que se mueve bien en los platós, listísimo como todos los que han pasado por el trotskismo, estaba enfadado con las teles porque según él les mandan provocadores.
Será que todos los que no les doran la píldora y viven fascinados con ellos son provocadores. Se suelen llenar la boca reclamando más ‘democracia’ (cuidado, eso también lo hacen Nicolás Maduro, los Castro o Rafael Correa) pero demuestran llevar mal las críticas. Todo el que no les rie las gracias y osa a contradecirles o a preguntarles por asuntos espinosos pasa a ser un provocador. Al menos, no por el momento, no lo señalan como ‘enemigo del pueblo’.
Cerramos en el periódico ahora dirigido con mano de hierro por Casimiro García-Abadillo. Si Del Pozo era el altavoz elegido por José María García para mendigar su vuelta a la COPE –JOSÉ MARÍA GARCÍA MENDIGA DESDE EL MUNDO SU VUELTA A LA COPE–, dos días después una amiga de este último saca los colores a quien sueña por retornar a los micrófonos de la radio de la Conferencia Episcopal.
Carmen Rigalt incluye, en su largo artículo de contraportada Juan Carlos, el rey de los ‘jubilatas’ en un aparte titulado ‘El Rey y la buena vida’.
Cierto es que Don Juan Carlos mantiene buenas relaciones con el Real Madrid y sobre todo, con la selección (yo misma lo comprobé durante un viaje a Australia: el Rey dejó una recepción a medias para irse con los periodistas a ver un partido por la tele, pero ni él ni el Príncipe son grandes aficionados al fútbol. A fraguar la leyenda atlética del Príncipe contribuyó José María García , que le endosó el bulo sin venir a cuento. Felipe era entonces un crío, pero más de una vez ha tenido ocasión de recordárselo al periodista . El tiempo hizo el resto.
No sé a usted, estimado lector, pero al afilador de columnas le resulta muy llamativo que Carmen Rigalt saque a relucir esta historia justo cuando José María García se auto propone como locutor estrella de la COPE.