¡Qué panda de personajes para el desfibrilador de tontos, que diría Carlos Herrera desfilan este 7 de noviembre de 2018 por las tribunas de la prensa de papel! Por un lado, a los listos del Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo que pretende hacer creer a la sociedad que al ‘bueno’ de Otegi no se le juzgó imparcialmente en España. Y por el otro, al podemita Íñigo Errejón, que pasa ahora por ser el asesor alimenticio del régimen venezolano. ¡De traca!
Ignacio Camacho, en ABC, tiene claro que digan lo que digan los jueces de Estrasburgo, Arnaldo Otegi no deberá de ser un terrorista o, como poco, un testaferro de ETA:
Durante buena parte de su vida, Arnaldo Otegi fue un terrorista y el hecho de haber dejado de serlo, un evidente paso positivo, no implica de ninguna manera que no lo haya sido. Los jueces de Estrasburgo son muy garantistas y el separatismo cuenta con abogados expertos en explotar esa clase de brechas. Pero una grieta en el procedimiento no va a convertir a Otegi en Mandela. Nunca podrá ser otra cosa que un testaferro de ETA. Y pese a su expresión circunspecta, ésta en la hora en que aún no ha pedido perdón siquiera.
El editorial de ABC va en la misma línea:
La sentencia dictada por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, en la que condena a España por vulnerar el derecho de Arnaldo Otegui a un Tribunal imparcial, es un varapalo a la Justicia española. En concreto a la Audiencia Nacional, una de cuyas magistradas quedó contaminada para poder juzgar al etarra cuando antes le había espetado en otro juicio que «ya sabía yo que no me iba a contestar» tras preguntarle si condenaba el terrorismo de ETA. Aquel comentario sobraba y, en efecto, podía prejuzgar cierta falta de imparcialidad de esa juez. Sin embargo, Otegui no obtiene nada de nada: no deja de ser un terrorista por este fallo de la justicia europea.
El Mundo considera que, pese a que la presidenta del tribunal que juzgaba a Otegi debió haberse apartado, entiende que Estrasburgo hubiera dictaminado exactamente lo mismo:
El tirón de orejas que el tribunal de Estrasburgo dio ayer a la Justicia española, considerando que Arnaldo Otegi fue condenado en el caso Bateragune por un tribunal cuya presidenta ofrecía dudas de «falta de imparcialidad», fue explotado por el líder abertzale para proclamarse nada menos que una víctima. Una paradoja repulsiva y la última demostración de que vivimos instalados en la posverdad. Pues en modo alguno cabe interpretar que los hechos probados durante el juicio no sean ciertos: desde las entrañas de ETA, Otegi intentó reconstruir la ilegalizada Batasuna y formar una alianza independentista al dictado de la banda. Cierto es que, por prudencia, la presidenta debió haberse apartado del juicio. Y decimos esto desde la convicción de que el fallo habría sido idéntico. Pero la grandeza de la democracia estriba en que el Estado trata a los criminales diferente a como éstos tratan a los demócratas.
Jesús Lillo, en ABC, define las declaraciones de Íñigo Errejón sobre las tres veces que, según él, comen al día los venezolanos, con una frase demoledora:
El humor negro es una práctica habitual en las filas de Podemos, y reírse de la dieta venezolana es para ellos tan inocente como hacer un chiste de Irene Villa.
Pedro Narváez, en La Razón, le mete un palo sideral al estómago agradecido de Íñigo Errejón por su blanqueo al sátrapa Maduro que tiene muerta de hambre a la población venezolana:
Errejón puede permitirse estar flaco, muy flaco. Si lo desea haría una estúpida prueba en internet para comprobar a cuál de sus amigos se le marca más las costillas. Es un joven rico que desayuna si le apetece, merienda si tiene apetito y almuerza entre caña y caña si así se encarta. Más de una generación le separa de la necesidad. Sólo hay que ver su altura, la estructura ósea, la piel que habita. Sus padres no tuvieron que hacer colas para hacerse con un kilo de arroz, ni llevar las mulas hasta el molino para que el trigo se convirtiera en harina, y devolverlo al pueblo para que de la harina se hiciera pan en un horno de barro encalado, allá en la Janda.
John Muller, en El Mundo, le recuerda a Pedro Sánchez que la moción de censura le sirve solo para resistir en la poltrona, pero no para gestionar:
Rajoy inauguró el tiempo en que se perseguía el poder simplemente para estar en él. A Sánchez le sucede algo parecido. Si no es capaz de crear una coalición Frankenstein, de retales políticos, que le permita aprobar los Presupuestos, su único proyecto será ocupar la Moncloa. Como decía un constitucionalista: «Nadie le explicó que con la moción de censura un Gobierno puede resistir, pero no puede gobernar».
Juan Velarde es redactor de Periodista Digital @juanvelarde72