Cortita y al pie.
Pablo Motos, presentador de ‘El Hormiguero‘, no se cortó en la noche del 17 de junio de 2025 cuando dio la verdadera razón por la que Pedro Sánchez había decidido encastillarse en La Moncloa y no convocar elecciones anticipadas.
Para el showman de Antena 3, el motivo que alegaba el presidente del Gobierno socialcomunista no era, precisamente, el temor a que la ultraderecha pudiese llegar al poder.
Motos fue contundente al expresar que la pesadilla que atenaza al jefe del Ejecutivo es lo que puedan pensar los más de 40 millones de ciudadanos con derecho a voto en los comicios:
Pedro Sánchez no le tiene miedo a la ultraderecha, Pedro Sánchez le tiene miedo a los españoles y por eso no convoca elecciones.
De hecho, el conductor de ‘El Hormiguero’ lleva varios días zurrándole la badana al presidente socialcomunista desde que se conoció la implicación de Santos Cerdán en varios casos de corrupción:
Si lo sabía es cómplice y si no lo sabía es un incompetente,
Un plató convertido en termómetro político
De hecho, El Hormiguero se ha consolidado como una especie de ágora moderna donde políticos y expolíticos —como Felipe González o Emiliano García-Page— no dudan en despachar sus opiniones con una franqueza poco habitual en otros foros. Sin embargo, pocas veces se había visto a Motos tan vehemente y directo como en esta ocasión, abriendo un debate sobre la responsabilidad —o falta de ella— del presidente del Gobierno.
Mientras tanto, el propio Pedro Sánchez trata de capear el temporal reuniéndose con sus socios parlamentarios y defendiendo la estabilidad del Ejecutivo progresista frente a los embates internos y externos. La situación es tan delicada que voces mediáticas y políticas no dudan en preguntarse si la legislatura podrá sobrevivir a este nuevo terremoto socialista.
¿Complicidad o incompetencia? El dilema incendiario
La pregunta lanzada por Motos no es baladí. En las últimas horas, tras la renuncia forzada de Santos Cerdán —pieza clave del aparato socialista— por su presunta implicación en tramas investigadas por la Guardia Civil, la oposición y parte de la prensa han colocado a Sánchez ante un dilema incómodo: o era conocedor de las irregularidades, lo que le haría cómplice, o era ajeno a ellas, lo que le presentaría como un dirigente incapaz de controlar su propio partido.
En este contexto, las palabras de Motos han tenido el efecto de un megáfono amplificando un sentir que se percibe tanto dentro como fuera del PSOE: el desconcierto ante una sucesión de escándalos que amenazan con dinamitar la credibilidad del Gobierno. La dimisión de Cerdán no solo supone una crisis interna sin precedentes recientes en Ferraz, sino que reaviva viejas heridas abiertas por casos anteriores como los protagonizados por Koldo García e incluso José Luis Ábalos.
El papelón del PSOE y las respuestas del Gobierno
La reacción socialista ha sido inmediata pero poco clarificadora. Desde Ferraz insisten en que “la hoja de ruta se mantiene” y que España necesita avanzar sin retroceder hacia coaliciones conservadoras. Sin embargo, los hechos —dimisiones, investigaciones judiciales y pérdida de referentes internos— dibujan otro panorama bien distinto: el PSOE navega a la deriva mientras los partidos rivales piden una moción de censura y los socios minoritarios exigen explicaciones.
En este clima, hasta los propios miembros históricos del partido han levantado la voz. Felipe González criticó hace apenas unas semanas la falta de proyecto claro del actual Ejecutivo socialista, mientras Emiliano García-Page pedía volver a espacios “de cierto consenso” para evitar una política basada únicamente en bloques enfrentados.
Un show mediático con efecto dominó
El impacto mediático del “momento Motos” no puede subestimarse. No solo por la audiencia millonaria —El Hormiguero sigue siendo líder absoluto del prime time— sino porque refleja cómo el debate político ha saltado definitivamente del Congreso al plató. Y lo hace con fórmulas tan directas como efectistas: preguntas sin rodeos y sentencias lapidarias que dejan poco margen para matices.
Curiosamente, mientras Sánchez busca recomponer alianzas parlamentarias y relanzar su imagen pública entre reuniones y comparecencias urgentes, buena parte del país asiste atónita —y no sin cierto humor negro— al espectáculo político-mediático. Porque si algo ha demostrado el caso es que, a falta de certezas políticas, España nunca pierde su capacidad para convertir cualquier crisis institucional en un show digno de late night.