Si hay algo que me pareció claro en Luis Bárcenas -escribe Edurne Uriarte en ABC– en la conversación que mantuvimos con él algunos compañeros de este periódico es su lealtad al partido y a Rajoy, la conciencia de que su biografía es la biografía de su partido.
Ni palabras de amenaza ni nada que se le pareciera y menos contra Rajoy. El único compañero cuestionado lo fue en un explícito «off the record» y Bárcenas también dejó clara su voluntad de evitar una crítica pública para no dañar a su partido.
Y, sin embargo, la última derivada del culebrón Gürtel es el supuesto chantaje de Bárcenas a Rajoy. Que es la enésima maniobra, creo que completamente fallida, para cazar o al menos herir a Rajoy en esta operación.
La teoría del chantaje de Bárcenas a Rajoy la encontré por primera vez en uno de los columnistas más sectarios de la izquierda hace dos o tres semanas. Si Rajoy no cesa a Bárcenas, insinuaba, es porque el tesorero debe de tener secretos inconfesables sobre él y el partido.
O sea, que no se ha encontrado un solo indicio de financiación ilegal del PP y el único dirigente importante imputado lo ha sido por el regalo de cuatro trajes, pero vaya usted a saber si hay algo oscuro que Bárcenas pudiera revelar. O, mejor dicho, tiene que haberlo, que Rajoy se escapa vivo de nuevo.
Bárcenas se ha convertido así en el último cartucho para golpear a Rajoy, estimulado, eso sí, por el propio Bárcenas con una estrategia de comunicación que se le ha ido de las manos.
Incapaz de calibrar que él es un instrumento para la teoría del chantaje y los secretos inconfesables y el eterno correlato, la incapacidad de Rajoy para tomar una decisión, para cesarlo. O Rajoy es un corrupto, o es un chantajeado, o, si no funciona todo lo anterior, es un indeciso.
Y todo esto cuando la decisión más sencilla y la más justa para Bárcenas, la dimisión si hay imputación, está tomada desde el primer momento.
