ZP suspendió en coherencia y Rajoy dejó pasar la ocasión de ponerlo frente a sus contradicciones
Ya le dijo Talleyrand a Napoleón que las bayonetas sirven para todo, excepto para sentarse en ellas. Y eso es exactamente lo que ha hecho Zapatero con la guerra hasta el punto de que, a partir del debate de ayer en el Congreso, ostenta un nuevo sambenito: «Quién te ha visto y quién te ve», puesto, para mayor escarnio ideológico, por Izquierda Unida (Gaspar Llamazares).
En realidad, eso es lo que ha hecho Zapatero con esta guerra y con todas las guerras: utilizar la sangre ajena para obtener tajada política; convertir las intervenciones en armas arrojadizas para minar a la oposición, acceder al poder y mantenerse en él. Lo hizo con Irak, lo hizo con Afganistán y ahora trata de hacerlo con Libia.
La sesión parlamentaria de ayer, en la que el Congreso aprobó el envío de efectivos militares a Libia cuando los F-18 llevan dos días en el teatro de operaciones, fue una especie de test de coherencia que puso a prueba a todos los grupos políticos, pero el que cosechó un clamoroso suspenso fue el campeón del «donde-dije-diego…».
Tenía toda la razón Gaspar Llamazares al espetarle a Zapatero: «¡Quien le ha visto y quien le ve!» y poniéndole frente a sus contradicciones al subrayar: «Otrora enarbolando la pancarta de ‘No a la guerra’; después el ‘Sí, pero’ a la intervención en Afganistán y ahora encabezando la coalición de París». A l margen del contenido (la necesidad o no de actuar contra el dictador libio), el giro de 180 grados del presidente es tan incoherente en este terreno, como el que dio en materia de derechos sociales con unos recortes que implican su haraquiri ideológico.
Si quedaba alguna duda respecto a los principios del Gobierno del PSOE, ayer fueron definitivamente despejados en el hemiciclo: no existen. L a propia naturaleza de la misión de guerra lo confirma. El viernes ante el secretario general de la ONU, Ban Kimoon, Zapatero aseguró que uno de los objetivos era conseguir que Gadafi abandonase el país; sin embargo ayer, en la tribuna de oradores, explicó que la resolución 1973 solamente persigue proteger a la población civil y excluye derrocar al tirano.
Todo lo cual deja en el aire numerosos interrogantes, que le fueron planteados atinadamente por Mariano Rajoy y los representantes de otros grupos parlamentarios y que el presidente socialista no fue capaz de despejar con argumentos de peso. Nos encontramos así con que el adalid de la paz embarca a España en una aventura bélica, cuyo alcance y objetivos no puede explicar.
En buena medida porque ni siquiera los tiene claros la coalición internacional. Además de tardía, la respuesta internacional está siendo inconcreta (dejar el futuro de Libia en manos de los enemigos internos de Gadafi es apostar por una larga guerra civil como apuntó Rajoy) y, para colmo, descoordinada (los desacuerdos de Francia y los demás países, la renuencia de EE UU y la reticencia de la OTAN a asumir el mando únicamente sirve para regalar un tiempo precioso al sátrapa, que está reconquistando el terreno perdido).
Todos y cada uno de los argumentos con los que Zapatero trató de justificar su metamorfosis bélica se pueden revertir fácilmente como un calcetín. Especialmente los de pretendido carácter humanitario. Si lo que quería era evitar el derramamiento de sangre, la intervención llega tarde (como subrayó Duran i Lleida).
Exactamente un mes tarde y tras decenas de muertos. Cifra que aumentará si persiste la descoordinación internacional. Tampoco es de recibo preguntar retóricamente, como hizo el portavoz socialista José Antonio Alonso: «¿Nos vamos a quedar cruzados de brazos?», ante la matanza libia, dado que por esa regla de tres España debería agrupar, por orden alfabético, a las decenas de dictadores sanguinarios del planeta y empezar el baile, sin dejarse en el tintero a los hermanos Castro.
Quien sí fue coherente con su línea de siempre fue el Partido Popular, que apoyó con pocos matices y ningún reproche a Zapatero. En este sentido, la formación de Rajoy no ha dado un giro de 180 grados ni se ha apartado de su doctrina. Pero ha dejado pasar la ocasión de poner a los socialistas frente a su esquizofrenia en materia de paz y de guerra.
Hizo bien el líder popular en poner peros a la resolución de la ONU, recordando el desastroso precedente de Bosnia y Kosovo, donde tampoco hubo intervención terrestre; así como en advertir que la división de los aliados podría traducirse en un enquistamiento del conflicto. Pero se equivocó al no echar en cara a Zapatero su caída del caballo pacifista, después de haber basado su estrategia central para desalojar al PP de La Moncloa en la guerra de Irak.
«Me importa lo de ahora que es Libia», se había justificado Rajoy antes del debate. No deben pensar lo mismo los votantes del propio PP que fueron tildados de asesinos por Rubalcaba y Blanco en 2004. L o de ahora es desenmascarar el pacifismo impostado de Zapatero, los trucos sucios para instrumentalizar el conflicto de Irak primero y de Libia después, o la incoherencia que supone enviar cazabombarderos al mismo sátrapa al que se le han vendido armas por valor de 2.000 millones de euros.
Como expresamos ayer, no se trata de dejar manos libres al dictador libio, pero sí de que la respuesta de Occidente sea eficaz y coordinada. Y de denunciar la hipocresía de quien ha tomado el pelo a los españoles con su yenka bélica: «Hemos pasado del ‘OTAN no’, del ‘No a la guerra’, al ‘Sí a la guerra», como dijo ayer un Llamazares que arrancó aplausos de algunos diputados del PP, el mismo partido que ha dejado pasar una oportunidad de oro para hacer una oposición contundente y más justificada que nunca.
Originalmente publicado en La Gaceta.