MADRID, 8 (OTR/PRESS)
El último estudio del CIS arroja luz sobre un problema inquietante: los ciudadanos no confían, mejor dicho: desconfían de los políticos. Suspenden a Zapatero, a Rajoy y apenas salvan a un par de ministras. No es una cuestión menor. No hay precedentes. A lo largo de los últimos treinta años siempre había dos o tres que se salvaban: Suárez al principio de su mandato; Felipe a lo largo de los diez primeros años en el Gobierno; Aznar hasta lo de Iraq; Pujol durante años. Bono y Rato casi siempre. Incluso Ardanza, Atutxa o Carrillo tuvieron sus días de gloria demoscópica.
¿Qué ha pasado? ¿Por qué el grueso de la gente dice desconfiar incluso de aquellos a quienes, a la postre, acaba votando? Tengo para mi que lo que pasa es que ante la crisis económica que padecemos la gente está muy preocupada; incluso asustada. Cuatro millones de parados, son cuatro millones de problemas sin solución a corto plazo. Mirar al Gobierno es ver que mucho bla,bla,bla y mucha foto y mucha televisión pero de lo fundamental: cómo salir del agujero, pues, de eso, nada de nada.
Zapatero es bueno para enredar y tener ocurrencias políticas, pero no resuelve. Y ¿a quién tiene enfrente? Pues a un Rajoy premioso, cambiante, a la espera de ganar por agotamiento del rival. Ninguno de los dos inspiran confianza. La gente no entiende por qué no se unen para afrontar la crisis económica más grave de los últimos treinta años. Sí han llegado a un acuerdo en el País Vasco –aparcando sus diferencias y sus ambiciones de partido–, ¿por qué no hacen lo mismo en resto de España? Falta grandeza política, falta sentido del Estado, les falta altura de miras. Por eso suspenden en el examen; por eso la gente desconfía de ellos. Son políticos de segunda división.