Fernando Jáuregui – Lo que va de un 20-n a otro


MADRID, 29 (OTR/PRESS)

Dijo Zapatero, y no le faltaba razón, que, para él, el veinte de noviembre, que es la fecha a la que ha adelantado las elecciones, no es sino un día más. Tampoco Mariano Rajoy, en su rueda de prensa paralela a la del aún presidente del Gobierno, concedió demasiada importancia a la pregunta que le hizo un periodista -extranjero, claro_ acerca de si tenía algún significado emblemático el presunto regreso «de la derecha» precisamente en el 36 aniversario de la muerte de Franco. Menuda bobada.

He insistido siempre en que esta España nada, absolutamente nada, tiene que ver con aquella -y quien suscribe tuvo, ay, abundante oportunidad de conocerla– que presenció la agonía y el fallecimiento del dictador. Nada. En estos treinta y seis años se han sucedido las generaciones nacidas y crecidas en libertad y democracia y nuestro país ha experimentado el período que yo creo que ha sido el más fructífero de su historia. Y no, Zapatero no ha quebrado esa racha, sino las muchas improvisaciones que, sobre todo en la descentralización autonómica, han caracterizado la construcción de la por otra parte bastante afortunada democracia española.

Es cierto que Zapatero podría haber hecho muchas cosas mucho mejor. Y otras que hizo bien podría habérselas ahorrado, especialmente en ese punto neurálgico que acabo de apuntar: la marcha de las autonomías. Es cierto que Zapatero llegó sin la menor idea de economía y se va habiendo experimentado en sus carnes que solamente acertó cuando rectificó sus muchos dislates en la materia. Y sí, es también verdad, a mi entender, que aquel diputado leonés que llegó hasta La Moncloa tenía más parecido con un indignado del 15-m que con un primer ministro europeo según los moldes clásicos.

Y, sobre todo, en su debe yo colocaría el desdén mostrado en esta su segunda Legislatura por el pacto a gran escala: se equivocó sobre la llegada y alcance de la crisis y eso le hizo extender su famoso optimismo más allá de lo razonable, rechazando pedir ayuda al otro gran partido nacional y refugiándose, por el contrario, en alianzas coyunturales contra natura con quienes solo pensaban en aprovecharse del Estado, no aprovechar al Estado.

Pero también es verdad que en el haber del presidente que se marcha hay algunas cosas, incluyendo el adelantamiento electoral: los avances en la lucha contra ETA, quizá la más relevante. Mucho se le ha criticado en este aspecto, pero, en mi opinión, han sido críticas sin justicia y con escaso fundamento. Ha impregnado, por otra parte, su trayecto por el poder de una conciencia social que, no obstante, no siempre se ha visto plasmada con éxito en el Boletín Oficial del Estado. Ha hecho que muchas verdades y situaciones asentadas y obsoletas se pusieran en tela de juicio, aunque, en verdad, casi nada se ha tocado a fondo. No ha sido, desde luego, el revolucionario que a él secretamente le hubiera gustado ser.

Desde luego, si el 20-n-1975 se inauguró -que por supuesto se inauguró– una nueva era, algo semejante ocurrirá, de manera inevitable, el 20-n-2011. Pero no será José Luis Rodríguez zapatero quien pilote esa etapa tan importante, y estoy seguro de que esa, porque ZP es un político de raza, es su mayor fuente de amargura.

Estuve en la rueda de prensa que era casi su despedida y le ví más sereno que en otras ocasiones; me parece que ha soltado lastre. Creo que confía en el hombre que, en el socialismo, quiere ser su sucesor, y tengo la impresión de que se ha entendido mejor de lo que parecía con un Mariano Rajoy a quien, no me cabe la menor duda, le ha consultado más cosas de lo que parece, entre ellas la fecha de las elecciones. Ahora, José Luis Rodríguez Zapatero aguarda, creo que con una relativa tranquilidad, el veredicto futuro de la Historia. Será más benévolo con él, pienso, que el presente.

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