Fermín Bocos – De hetairas y «gorrillas»


MADRID, 9 (OTR/PRESS)

Suprimir el lado feo de las ciudades, esconder algunas de las mil caras de la pobreza, en suma: ocultar la miseria y sus variados rostros, ha sido a lo largo de la Historia el sueño imposible de alcaldes y gobernadores.

Tiempos hubo en los que la primera autoridad era el «corregidor». Cambian los nombres, pero lo que no desaparece es el afán de regular la vida de los otros.

La crónica madrileña de estos días trae noticia de un proyecto de ordenanza municipal que siguiendo la estela trazada en Barcelona, pretende sancionar el mercadeo de Venus si el regateo se realiza en la calle. 750 euros de multa por solicitar servicios de prostitución en la vía pública.

También hay espacio en el folio municipal para sancionar la mendicidad disfrazada bajo alguna de sus manifestaciones más habituales: malabares y venta de pañuelos en los semáforos, «gorrillas» que cobran por permitir aparcar en la calle, mendigos a las puertas de un supermercado, limpiadores improvisados de parabrisas etc.

Quienes se dicen viajados, aunque en relación con éste asunto no lo parecen -el verdadero viaje es conocer mundo y regresar más sabio- dicen que en Suecia tienen muy estudiado el asunto de la prostitución. Tanto como para haberse dejado llevar de la parte más puritana del luteranismo y haber establecido una norma que multa a los clientes de la hetairas y hace públicos sus nombres.

No creo que nuestros bienintencionados munícipes se atrevan a llegar tan lejos. No está claro que los poderes públicos puedan saltarse el derecho a la privacidad que asiste a todo ciudadano en un país, España, en el que la prostitución es alegal -ni está prohibida, ni está regulada-. Como, ya digo, no creo que esté en la mente de los munícipes ir tan lejos, en éste y en otros asuntos relacionados con la convivencia y los más sensato sería darle una vuelta al proyecto, repensarlo.

¿Alguien cree que la prostitución, el oficio más viejo del mundo, disminuirá porque los guardias multen a los clientes necesitados de solaz? Y, otra más: ¿Alguien cree que un indigente cuya única fuente de ingresos es pedir limosna a la puerta de un supermercado o vender pañuelos aprovechando la parada de los coches ante un semáforo, podrá pagar las multas que se anuncian?

Es la necesidad, la miseria, en suma: el hambre lo que les empuja a realizar sus piruetas. Decirles que se acabó, es tanto como decirles que se busquen la vida en otra parte sin decirlos dónde; empujándoles, tal vez, a la delincuencia.

Cuando tiene lugar una tragedia como la de Lampedusa se nos llena la boca con las grandes palabras (solidaridad, vergüenza, etc), pero las olvidamos en seguida.

Las olvidamos en cuanto nos molesta ver que un pobre llama con los nudillos a la ventanilla de nuestro coche para ofrecernos un paquete de pañuelos a cambio del euro que ése día le permitirá llevarse algo a la boca ¡Qué tiempos¡.

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