Naturalmente un autócrata intenta llamar así al primer oponente que se le ponga delante; pero no hace ascos a llamarle dictador. En estos días pasados hemos observado que el dictador venezolano se autoproclamaba presidente e incluso pretendía hacernos creer que su pueblo le quería. Todo tipo de amenazas, conminaciones e intimidaciones ha pronunciado contra los que intentasen evitarle ejercer su villanía. En realidad gran parte del mundo se ha pronunciado contra esta autoproclamación.
Casi todo el mundo se pronunció en contra, menos algunos que siguen la misma “bola”. Este es el caso de nuestro autócrata Pedro Sánchez y séquito. Bien sabido es que la actitud de nuestro presidente difiere de forma muy significativa de la de cualquier otro presidente de un país democrático: el nuestro acapara el control y el poder de la mayoría de las Instituciones del Estado, siendo muy llamativa la colonización del Tribunal Constitucional y de los principales medios de comunicación. Pero tenía una “chinita en el zapato” que le estaba molestando mucho y se trata del poder judicial que, al ser tan amplio y diverso, se le hacía muy difícil controlar. Pero no hay problema en ello, ya que puede superar eso legislando: Se hace una ley en la que ni a él, ni a su familia ni a su entorno se le puede imputar en nada y además con carácter retroactivo y… todo arreglado. Con ello se confirma aquello que alguno afirmaba: “España, el rehén de Sánchez”; ciertamente el 2024 ha acabado como un lodazal de escándalos, que solo puede darse entre dictadores. En España en este año hemos vuelto a tener otra pandemia, más difícil de erradicar que la del COVID-19, se trata de la corrupción gubernamental.
Pablo D. Escolar