Alejandro Blasco Miquele: «Las vocaciones pervertidas»

Alejandro Blasco Miquele: "Las vocaciones pervertidas"

Las vocaciones, como los amores imposibles, son algo a lo que ni puede ni debe ponerse coto, en tanto que, cuando son sinceras, corren por la sangre como aguas desbocadas y febriles, sin que nada podamos hacer a este respecto, salvo apelar al abandono y a lo que Dios quiera hacer de ellas y con nosotros.

Hace demasiado tiempo ya que nuestros jóvenes abandonaron esa loca ilusión de pretender llegar a ser poetas malditos, anhelo que, además de ser propio de románticos trasnochados predestinados a morir de sífilis en cualquier buhardilla parisina de medio pelo, es concepto muy probablemente ni tan siquiera rozado por los libros de texto y los currículos de nuestros escolares.

Quizás las vocaciones -no sería extraño pensarlo así- se hayan escorado hacia otros vagos y más imaginativos horizontes; basta tan solo con admirar las imposibles sesiones del Congreso para darse perfecta cuenta de ello. Contemplando el espectáculo desplegado hace unos días a propósito de la convalidación del proyecto de la reforma laboral, parece inevitable concluir que sobre vocaciones queda todavía mucho por escribir y experimentar. La clase política, tan necesitada de señores, parece hallarse ahora saturada de plebeyos morraleros que, habiendo olvidado el presumible noble anhelo que un día los condujo hasta allí, han pervertido su vocación hasta convertirla en el simple y obsesivo afán por mantener un mullido escaño desde el que poder ejercer de hooligans en un indisimulado y fracasado esfuerzo por acatar las apariencias.

El Congreso se ha convertido en una recurrente y casi perpetua bronca de bar que apesta a sardinas asadas y tinto peleón, faltándole tan solo un poco de serrín sobre el entarimado para convertirse en un genuino garito de carretera secundaria. Nuestros representantes, todavía con el palillo en la comisura de los labios, parecen haberse transmutado en actores y actrices de telenovela únicamente apta para noctámbulos desesperados, en la que el guion, como no podía ser de otra manera, ha pasado a un segundo plano; porque ya no se recapacita en lo que dicen, sino en la manera como lo dicen.

De este modo, de la reforma laboral poco o nada sabemos, dado que nos hemos quedado en lo más superfluo de todo ese serial circense, prestando más atención al momento del beso y el abrazo final que a lo que verdaderamente allí acontece. De igual manera, si la sociedad adolece de pedagogía, también lo hace y lo demuestra el propio Congreso de los Diputados y sus moradores, que cada vez con mayor frecuencia precisan de alguien que, al inicio de cada sesión, ejerza de azafata de vuelo para explicarles cómo funciona aquello de las votaciones telemáticas, los señuelos y las oportunas y certeras aritméticas.

Ciertos espectáculos, si no parecieran tan irresistiblemente cómicos, serían decididamente dramáticos. La verdadera desdicha de este país consiste en haber caído en el derrotismo del que ya nada se toma en serio. Hemos aprendido a dudar de casi todo, y ya no sabemos determinar la veracidad de cuanto acontece en esa hermosa lonja de nuestro Congreso, donde todo el pescado está vendido antes de ni tan siquiera haber salido del mar. Es preciso no olvidar que es tiempo de ojeadores políticos y, quien más quien menos, resuelve jugar todas sus cartas hasta el final de la partida, aunque para ello tenga que ser tachado de incompetente, díscolo o traidor, según se tercie, con todas sus letras y en mayúsculas.

Apelando a Baudelaire y a su “hay que ser sublime sin interrupción”, uno empieza a echar de menos esas vocaciones ya perdidas que, como por los sueños de los gatos, pasaban por los sueños de una juventud que aún seguía creyendo en la capacidad para transformar un mundo. Pero de todo aquello han pasado ya demasiados años, el tiempo exacto que al malditismo de nuestra casta política le ha costado perder definitivamente el respeto y el miedo a la sociedad a la que tan infielmente representa.

Alejandro Blasco Miquele
(escritor, autor de las novelas Resucitando sombras y A ras de suelo)

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