Alejandro Blasco Miquele: «Pablo Iglesias, que estás en el cielo»

Pablo Iglesias
Pablo Iglesias

El pasado viernes cuatro de marzo, el director del podcast La Base, Pablo Iglesias, señalaba a Manuel Jabois por las opiniones de este último al respecto de la decisión de Unidas Podemos de no apoyar el envío de armas a Ucrania. A través de su cuenta de twitter, el señor Iglesias afirmaba parecerle indecentes las declaraciones de Manuel Jabois, añadiendo que “recibirá seguro el aplauso de muchos periodistas poderosos, pero tratar así a quien con argumentos defiende que es ineficaz enviar armas, revela que en nuestro país ser hipócrita tiene siempre premios (periodísticos y literarios)”. En la entradilla de dicha cuenta, que más que una mera y modestita presentación constituye todo un prólogo en sí misma, el exvicepresidente segundo del Gobierno hace constar, entre sus conquistas, el premio de periodismo La Lupa (2013), no sabemos si concedido por méritos propios o, atendiendo a las mismas hipótesis y el idéntico “jarabe democrático” que él mismo dispensa para desprestigiar, por haber alcanzado ciertas cimas de las hipocresías y los fingimientos más sonrojantes.

Sea como fuere, no deja de sorprender semejante reacción en alguien que con tal ahínco defiende las vías diplomáticas y el sostenimiento de un mundo en paz, pero que, dialécticamente hablando, y a la primera que salta, dispara a matar y sin contemplaciones, comportamiento que únicamente evidencia lo poco que a este señor, tan preso ya de sus contradicciones y sus hemerotecas, le gusta que le lleven la contraria, ya sea a él o a cualquiera de sus correligionarios, circunstancia que deja muy en entredicho su decidido e inequívoco discurso antibelicista.

Pablo Iglesias, ese chico malote de pelo largo y verbo ágil, en una suerte de Sansón desbordado de ideas, a punto estuvo casi de ilusionarnos con esos ocurrentes y fabulosos eslóganes de chico muy leído en sus rebeldías predestinado a cambiar el rumbo de la historia. Así, tomó los cielos por asalto, y de los mismos -paradojas democráticas- hubo de salir por consenso de las urnas madrileñas, instantes previos a cortarse definitivamente la coleta y prolongar su alargada sombra de ciprés sobre las lápidas de un partido sin brújula, sin líder y sin coherencia.

Pero más allá de ciertas retiradas que en la inercia tauromáquica de España presentíamos inequívocamente definitivas, un reconvertido Sansón ejerce hoy de maestro de escuela para, en su nueva pedagogía de pelo corto, pontificar desde lo más alto de su pedestal, pues, como buen Mesías, debe abrir los ojos a todo un pueblo que se nutre, pobrecito él, de las fuentes equivocadas, en un momento que, como el propio señor Iglesias señala, “la formación mediática es más imprescindible que nunca”.

Hay que reconocer, no obstante, que buena parte de lo que el señor Iglesias comparte a través de su podcast y de su cuenta de twitter hace a uno dudar -cosa que siempre es buena y probablemente hoy más necesaria que nunca- a la hora de pronunciarse al respecto de lo que actualmente está aconteciendo en Ucrania, pues la verdad no siempre es una y de este modo tenemos que considerarla a la hora de tomar posiciones frente a la historia. Así, resulta evidente que no debemos obviar hoy que los muertos como consecuencia de la invasión militar rusa de Ucrania deben sumarse, como apunta Rafael Poch en su esclarecedor artículo “El forense y la víctima”, a los miles de muertos y desplazados registrados “a lo largo de ocho años desde el arranque de la <<operación antiterrorista>> iniciada en Ucrania oriental en 2014 por el gobierno ucraniano y la resistencia rusófila que le hizo frente”. De igual modo, tampoco deben ser olvidados los millones de personas muertas y desplazadas en otras agresiones imperiales a las que ni hemos sabido -y sobre todo no hemos querido- mirar a los ojos, tal es el caso de, por poner únicamente algún ejemplo, Afganistán, Irak, Siria o Pakistán. Todo esto es cierto y nada puede decirse al respecto, salvo reconocer que el mundo, como un inmenso tablero de ajedrez al que reiteradamente llegamos siempre a partida ya comenzada, se nos revela hoy en toda su oscuridad de túnel al que no sabemos verle un final y mucho menos otorgarle la más mínima luz o salvavidas a los que poder sujetarse en mitad de tanta tormenta.

No obstante, y a pesar de dar por buenas todas esas argumentaciones, y asimismo asépticamente compartirlas, uno tiene la impresión de que algunos únicamente están pretendiendo escribir y explicar la historia en el mismo momento en el que la misma está siendo ejecutada, al objeto de hacer competición y notaría de la verdad, en un momento en el que la verdad es el levantamiento de centenares de cadáveres ante cuyo hedor, una vez más, volvemos a ponernos el trapo en la nariz y la venda sobre los ojos. A veces, uno tiene la sensación de que estamos tan llenos de ideas que ni tan siquiera se nos presiente ya el ser humano que llevamos dentro, olvidando aquello de que “matar a un hombre no es defender una doctrina, sino matar a un hombre”.

Así, el propio señor Iglesias, una vez contextualizadas todas las batallas y estrictamente alineadas -que no enfrentadas- las unas con las otras, se pregunta si no es lo mismo “un niño bombardeado de piel morena que un niño bombardeado rubio y de ojos azules”. En esa dialéctica de politología momificada, que levanta acta de todo y absolutamente de nada participa, Pablo Iglesias se transmuta en juez de paz que únicamente reparte justicia y pan por riguroso orden de llegada, no sabemos si por desprecio de lo que pudo haber logrado desde la vicepresidencia segunda de un gobierno o por inconsistencia de una ideología del “no a la guerra” que, en caso de ser pronunciada hoy en la plaza Roja de Moscú, podría ser motivo de un delito de “desinformación” penado con entre tres y quince años de cárcel, no porque el camarada Putin sea el nuevo Satán del siglo XXI, sino porque las cosas, puestas en contexto, pueden ser sencillamente así.

Al margen de todo ello, sería oportuno transmitirle que en modo alguno nos escandalizan las ideas, sino, más bien, las inconsecuencias con las ideas, razón por la que tal vez Manuel Jabois se permitió la licencia de irónicamente criticar la posición tomada por Unidas Podemos al respecto de la guerra de Ucrania.

Apelando a la misma demagogia de la que con tal arte hace gala Pablo Iglesias -“que la democracia no vale para nada. Que hablen las pistolas…”- estaríamos en disposición de recordarle, y recordarles, que, en estos momentos, transcurridos ya más de veinte días desde el inicio de esta miserable carnicería y en esta Europa tan vergonzosa que lleva décadas entregada al dolce far niente y a su maquillada imagen frente al espejo, a todos nos gustaría estar facendo l’amore y no la guerra, salvo escasísimos casos aislados de gonorrea presentida y demás causas ahuyentadoras.

Existe un alto riesgo en quienes, como el señor Iglesias, más que ideas reparten doctrina, pues esta, como verdad revelada, debería dejar incólume, al menos en lo que a principios se refiere, a quien la jalea y enarbola. De este modo, se entiende bastante mal que la ministra Ione Belarra, en una reiterada amenaza de una dimisión que nunca llega, siga haciendo democracia de precisión para seguir posicionada eternamente al lado del presidente Sánchez y su “partido de la guerra”, cuando quizás lo más consecuente hubiera sido darle con la puerta de la Moncloa en las narices, al igual que se entiende bastante mal que el director del podcast La Base defienda la altura y la ética de su compañera al tiempo que exonera al presidente Sanchez de haber resuelto finalmente enviar armas a Ucrania, obligado por la “salvaje presión mediática” a la que se vio sometida la criatura, hecho que demuestra que el señor Iglesias reparte furia dialéctica y discursiva a quien quiere y cuando quiere, no necesariamente a quien con mayor fiereza antibelicista lo merece.

El problema de las ostentaciones, y más en lo que a principios inabdicables se refiere, es que en cualquier momento a uno, si verdaderamente se aplicara convenientemente su propia ética, bien podrían dejarle sin escaño, sin morral y sin vergüenza, salvando, en contraprestación, el honor de la palabra dada desde el mismísimo tuétano de las convicciones, si es que algún día estas fueron tales.

Todo puede resultar dudoso y profundamente oscuro, pero no se puede mirar hacia otro lado cuando el horror y el padecimiento es tan inequívoco. ¿Deberíamos, acaso, seguir perpetuando esas mismas cegueras de brazos cruzados que hasta la fecha hemos mantenido en Siria, en Afganistán y en tanto y tantos otros sitios? El hecho de llegar tan tarde a mirar un drama no debería eximirnos de tener que mirarlo aquí y ahora por no haberlo hecho antes, pues, en caso contrario, estaríamos condenados a seguir cayendo eterna y definitivamente en los mismos callejones sin salida de una historia predestinada a repetirse hasta la indecencia.

Desde un punto de vista rigurosamente humano, quizás haya llegado ya el momento de no pretender otorgar a todo una nacionalidad, una causa y un contexto, porque con las causas y sus ojeadores se escribirá la historia, pero con la muerte y la indolencia absolutamente nada, salvo nuestro propio retrato ante el espejo y los nombres y apellidos de miles de personas en sus correspondientes lápidas, sean quienes sean y provengan de donde provengan.

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