Rafael Blasco García: «El desarrollo de la conciencia europea»

Una sociedad moderna sana debe saber permanecer igual y cambiar, conservar y reformar. Europa ha cambiado sin saber conservar: esa es su tragedia. (Theodore Dalrymple)

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Escribía Gustavo Bueno que <<cuando superas la idea de una Europa sublime, solo ves una organización de tiburones y multinacionales que no están por encima de los estados sino que los utilizan>>. Las políticas fallidas, a base de parches, han socavado la confianza en el futuro de una Europa, atrapada entre Asia y Norteamérica, que camina hacia su decadencia. Ortega y Gasset, en La rebelión de las masas, predijo el fracaso de los totalitarismos y la creación de una supernación europea. El pensamiento orteguiano aporta en la actualidad un válido paradigma que tropieza con una época de nubes negras que auguran tiempos difíciles en los que muchas economías pueden caer en recesión. La invasión rusa de Ucrania está llevando a Europa hacia una fuerte crisis energética que desestabiliza la economía, en un panorama en el que, tras las heridas de la pandemia y la fuerte inflación, se presagia un futuro desafiante sumergido en una tormenta que no da señales de amainar con prontitud. En nuestra desprevenida sociedad se ha desatado el crecimiento exponencial de ciudadanos que se encuentran saliendo del mullido lecho del bienestar pasando a formar filas ante la cruda desnudez de la vida, que genera las confusas mudanzas y lutos de las migraciones de grupos movientes sin voz.  Y es triste y preciso decir que también esto es vivir, sabiendo que nada es verdad sino su encarnizada inminencia. Nuevas mentiras siguen esperando detrás de la cortina para sorprender nuestro extravío de páginas en blanco. La mordedura de la desconfianza en las instituciones está debilitando el entusiasmo de una sociedad que va apagando las hogueras que regían la fe en el futuro. La Europa real que rinde pleitesía al capital se tambalea, y su gloria  y primacía se va extinguiendo en un planeta dominado por poderes financieros que se nutren del despotismo y el capitalismo. Nuestro viejo continente dispone de sólidas referencias ideológicas para reconstruirse y estimular la participación ciudadana. La fraternidad, en la que se acomoda la solidaridad, siempre definió a Europa ante otras zonas del mundo. No podemos permitir seguir fundiéndonos en un déficit moral alejado del pensamiento humanista, que abdica de la esterilidad del orgullo. Está puesta la mirada en una nueva generación que define al mundo más allá de ella y que trae el cambio generacional más grande de la historia, de cuya mano vendrá a consolidarse una nueva normalidad que, por el momento, se ve sumergida en un dramático tumulto socioeconómico de grave inestabilidad internacional, con altas tasas de desempleo y recesiones que nutren los sentimientos nacionalistas y fomentan el autoritarismo. Hay una percepción de vivir un tiempo en transformación mucho más acusada de lo que lo ha sido en el pasado, ante la conciencia de la velocidad de cambio del mundo conocido. Las modificaciones en las relaciones personales y sociales, en las estructuras que regulan la sociedad, producen la sensación de pérdida de referentes respecto al futuro, demandando la necesidad de clarificar la razón de estos movimientos. Como apuntó Jürgen Habermas <<el desarrollo de la conciencia europea es más lento que el avance de la realidad concreta. Hay una grotesca desproporción entre la influencia profunda que la política europea tiene sobre nuestras vidas y la escasa atención que se le presta en cada país>>. La Unión Europea debe afrontar los retos medioambientales, la lucha contra el cambio climático, la transformación digital y el fomento de una economía al servicio de las personas y de la justicia social. La vulnerabilidad humana requiere el trabajo en equipo para reforzar los resultados en una sola y audible voz en la política internacional y en la preservación de nuestra riqueza cultural. El hombre, al igual que Prometeo, continúa elevando su protesta en medio de la convulsión histórica que vivimos, en la que seguimos mostrando nuestra sordera ante el grito de la rebelión humana. La libertad sigue siendo para millones de seres un lujo que puede esperar en este invierno del mundo.

En nuestro país se propaga la gripe política, con epicentro en Madrid y, en su febrícula, andan los ministros y ministras removiendo sombras, mientras hurgan en el depósito de las manoseadas ideas, con su tinte rancio de sepia que ha ido lamiendo la historia, incapaces de mostrar la lucidez que precisamos, y, mientras hablan de pobres como de dígitos, se enfrentan con nula deportividad en un ejercicio de esgrima con sable, espada y florete. Se estanca el mercado laboral y se desploman las exportaciones. La ansiedad del gobierno por llegar a los próximos comicios con su mejor imagen, como moscardones en celo, le lleva a vender una recuperación inflada, según las estimaciones de todos los economistas. La Moncloa tiene su pilar fundamental en el esperado “manguerazo” de fondos europeos, cuyas tuberías tienen atascos que hay que resolver. Hay un pecado tórpido en la política española y un grado de paludismo intelectual. El socialismo de mural y retórica ya no da luces verdes a la gente del pueblo que ve como su presidente vislumbra orfeones de bienestar desde el limitado periscopio de su bunker, mientras, con el Falcon de “siete leguas”, va vendiendo su perfil de hojalata como abanderado del mejor progresismo europeo, en representación de la Marca España. Los ciudadanos no claman contra la política que se hace, que no sabemos bien cuál es, pero sí claman contra la carencia de voluntad para fortalecer los mecanismos de defensa del orden constitucional, que precisa el necesario y urgente acuerdo de las principales fuerzas políticas. La socialdemocracia, acomodada en los ecos de su mejor pasado, nos ofrece como argumento su resistencia, ante la carencia de otros de más peso. Los huevos de la gallina de oro de la ayuda europea cubren con su brillo la carencia de diálogo y proyectos de calado, que se sustituyen por lujosos sofismas del mejor progresismo, mientras se hace evidente la desatención a la sanidad pública y el empantanamiento del Poder Judicial, entre otras muchas cuestiones.

Sánchez “cogió su fusil” dialéctico, con sobrada energía y carencia de palabra, y fue dejando en la jungla de la política un murmullo de desconfianza que ha quedado hecha jirones entre la ciudadanía que siente en su ánimo esa “aguda espina” machadiana. Nuestras pequeñas revoluciones de fin de semana, entre vinos y cervezas, terminan cada lunes con plomo en las orejas, en este país de mentirosos profesionales donde hasta la pertinaz sequía es mentira, porque lo único que ocurre es que no llueve. El español muestra una incapacidad secular para la filosofía que le arrastra al pragmatismo de la lógica; somos más fanáticos que ideólogos. Estamos padeciendo una política monologante que, más que estar en posesión de la verdad, está poseída por el convencimiento de tenerla. En este escenario, Núñez Feijóo vuelve a cargar con el mito de Sísifo y a empujar la roca de su partido, que tiene por costumbre aplastar a su portador, siempre empecinado en dirigirla por el mismo camino con los mismos errores del anterior cadáver político, en la búsqueda de “ese tranvía llamado deseo” que es el poder.

Entre tanto, la paz mundial sigue temblorosa sobre el mármol de la conspiración de nuestro “avanzado” mundo de trogloditas en el que nuevamente surge la amenaza de la perdigonada nuclear. Todo son medias luces y profundas sombras en el vasto horizonte del futuro. Europa precisa encender antorchas para penetrar con lucidez en él, sin romper el delicado equilibrio entre lo nuevo y el bagaje cultural de nuestra historia.

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