Este sábado 1 marzo 2014 Fernando Ónega titula La división constitucionalista su columna de opinión en La Vaguardia.
Cuando Rubalcaba anunció que no iba a estar gritando «Viva la Constitución» cada quince días, lo decía por algo: porque intuía la descomunal presión que se le viene encima por Catalunya. Y es una presión múltiple: de un sector de su propio partido (el Sur manda mucho), que lo quiere más españolista que Rajoy; del tirón de Rosa Díez que, como se descuiden, se convertirá en autora de la agenda política en grandes temas de Estado, como la unidad territorial o el terrorismo; del Partido Popular y su gobierno, que muestran la actitud que más complace a un amplio electorado español, y atención: de un sector de la prensa madrileña que entiende que no existe más idea de España que la representada por Rajoy.
Añade:
Se sigue desterrando la tercera vía; no sirven de mucho las invitaciones al diálogo de Duran; un moderado y pactista como Rubalcaba queda fuera de juego, y el mismísimo Rajoy se ve obligado a archivar su hipotética oferta de reforma de la Constitución, que sólo pudo mantener durante 24 horas.
Y concluye:
El desenlace es el que ayer más se destacó en titulares: división en el Congreso. También se podría decir sin faltar a la verdad: grietas en el constitucionalismo. Ante ello, este cronista dice: cuando el jueves se votó la resolución sobre la consulta, no sólo se produjo una escisión en la mayoría constitucionalista. Se cerró la puerta a una idea que podrá ser torpe, ingenua, cándida o arriesgada, pero es la única que a fecha de hoy ofrece una salida distinta: sentarse pacífica y serenamente a hacer un diagnóstico compartido y tratar de encontrar una solución a partir de él.