Si la horda de ‘salidos’ hubiera estado integrada por rusos, noruegos o italianos, los medios de comunicación hubieran titulado con grandes caracteres de forma unánime:
«Un millar de rusos/noruegos/italianos se lanza a manosear y violar alemanas durante la Nochevieja».
Pero en esta ocasión, la panda de facinerosos no eran europeos, sino norteafricanos y árabes.
Y en lugar de santiguarse, si rezan, lo hacen mirando a La Meca e invocando a Alá y eso son arenas movedizas para los periodistas occidentales. También para los políticos y por lo visto para los policías.
Tuvieron que pasar cuatro días y que hubiera más de 150 denuncias en el despacho de su director, para que los timoratos agentes germanos se atrevieran a hablar de «una oleada de ataques de dimensión desconocida».
Y cinco días para el canal público ZDF diera una somera información. Lo que tardaron periódicos y periodistas germanos en tocar de refilón el asunto, evitando identificar a la chusma o utilizar palabras como ‘árabe’ o ‘musulmán’.
Lo mismo sucedió fuera de Alemania y un ejemplo son los diarios, emisoras de radio y cadenas de televisión españolas, donde hasta el 6 de enero de 2016, no se abordó el tema y cuando se ha hecho ha sido envuelto en una nube de eufemismos para eludir lo obvio: los que metieron mano o violaron en Colonia, Hamburgo y una decena de ciudades son musulmanes y entre ellos hay refugiados llegados recientemente a Europa.
¿Cómo es posible que la policía permitiera más de un centenar de agresiones a pocos metros de la Catedral, uno de los lugares más visitados del mundo?
¿No dar munición a los movimientos xenófobos justifica el silencio de la prensa y los melindres de la policía?
A trancas y barrancas, las autoridades han terminado confirmando que hay «algunos» solicitantes de asilo entre los rufianes de Nochevieja.
Ese ‘algunos’ es más de la mitad: de los 40 maleantes identificados, 22 están en proceso de recibir asilo en Alemania.
Sería un espanto que esto se tradujera en un rechazo a los que huyen de la guerra y vienen buscando una vida mejor, pero sería un paso hacia el abismo asumir las tesis de los alcaldes de Colonia y Viena y concluir que algo de culpa tienen las chicas, por empeñarse en salir a la calle, tomar copas, bailar y festejar el Fin de Año en su propio país.
A algún cenutrio le costará entenderlo, pero no debe ser sencillo ir a comisaria a denunciar que te ha violado un eufemismo.
ALFONSO ROJO