Manuel del Rosal

Ada Colau y Miquel Iceta

Ada Colau y Miquel Iceta
Manuel del Rosal García. PD

«La política es la segunda profesión más antigua del mundo. A veces creo que cada día se parece más a la primera» Ronald Regan, cuadragésimo presidente de E.E. U.U.

Que la política es un negocio turbio, lo saben todos los que posean un mínimo de inteligencia. Que en ese negocio todo vale con tal de obtener el poder, también. Y que para ello se manipula obscenamente a los ciudadanos se demuestra todos los días. Los políticos y sus consejeros estudian detenida y pormenorizadamente a la sociedad, para ofrecerle, no lo que es mejor para los ciudadanos, sino lo que los ciudadanos valoran, aunque lo que valoren no sea precisamente lo que pueda resolver los problemas que afectan a toda sociedad compleja. Ejemplo de ello son los semáforos paritarios y el andar por las calles en una sola dirección como manada de borregos, entre otras memeces que no aportan nada a los verdaderos problemas de los ciudadanos y que, sin embargo, son bien vistos por una sociedad que, estúpidamente, prioriza lo inútil e inane porque suena bien, es progresista, tolerante y solidario, según entiende esta sociedad el progreso, la solidaridad y la tolerancia. En los últimos días y en clave absolutamente electoralista, dos políticos han hablado de sus tendencias sexuales, poniéndolas en valor.

Miquel Iceta ha hablado de lo maravillosos que sería ser el primer presidente homosexual de Cataluña. Maravillosos para él y para los catalanes. Que sea maravilloso para él es obvio, que lo sea para los catalanes por el mero hecho de tener un presidente homosexual, queda por demostrar. Lo único cierto es que la sociedad moderna de este siglo XXI pone en valor ciertas cosas y a quienes las poseen, mientras minusvalora las que de verdad aportan o añaden valor. Para que esto suceda así, ya se encargan ciertos lobbys de intoxicar con sus mensajes a la ciudadanía. De momento Iceta y sus asesores está convencidos que ondear la bandera arco iris les va a dar votos.

Ada (No hada, cuidado) Colau acaba de confesar en un programa de la talla intelectual de Sálvame, que practica la vela y el motor, el pelo y la pluma; es decir: es ambidextra. Lo podía haber confesado hace años, pero no. Sus asesores y ella misma han calibrado que, a pocos días de las elecciones catalanas, es el momento para ello. Y saben que el haberse declarado ambidextra ante esta sociedad que empodera y valora lo que ni añade valor ni mejora la vida de la sociedad, pero suena muy bien en estos tiempos de buenismo, tolerancia, igualdad y solidaridad que no son tales; va a arañar votos. Decididamente la política va camino de desbancar del primer puesto a la profesión más antigua del mundo; al menos aquí en España.

En una sociedad en la que un profesor universitario de Filosofía llamado Luis Alegre, fundador de Podemos y homosexual, se considere superior a quienes no somos homosexuales -«Los homosexuales somos más libres, odiamos menos y mejor y eso nos coloca en una posición privilegiada» – y esta afirmación sea bien recibida, al menos no contestada por los ciudadanos, dice muy a las claras el valor que para ellos tiene esta inclinación sexual. Y eso lo saben los políticos y sus asesores.
Aventuro que para dentro de unos años, las disputas electorales y las campañas de los partidos políticos se dirimirán entre los partidos amparados en el movimiento LGTB y los heterosexuales. Y añado que serán los pertenecientes a ese movimiento los que ganarán por dos cuerpos a los – ¡pobrecitos míos! – heterosexuales carcas y reaccionarios.

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