El odio: esencia de lo humano
Sí, insisto: sentir odio es de lo más humano, y quien diga lo contrario miente con absoluto descaro. Odiar no es un crimen; es parte de nuestra naturaleza. Como señalaba Aristóteles, somos “animales potencialmente racionales”: a veces usamos la razón, a veces renunciamos a ella. Y odiar, como sentir admiración, amor, simpatía o solidaridad, forma parte de la experiencia humana.
Todos hemos sentido odio: hacia padres que no nos dieron suficiente afecto, hacia hermanos percibidos como rivales, hacia vecinos a quienes envidiamos, hacia profesores que nos trataron injustamente, hacia amores no correspondidos o abandonos dolorosos.
Incluso odios aparentemente triviales: recuerdo cómo, de niño, odiaba ir al peluquero. Me sentía como un soldado recién rapado, feo, con el cuello irritado, y mi padre me hacía esperar mientras tomaba un vino. Sí, odiaba a los peluqueros… y odiaba a mi propio padre.
Lo humano no está en negar el odio, sino en aprender a gestionarlo. Porque odiar es tan natural como amar, y la diferencia entre uno y otro no radica en el sentimiento, sino en el uso de la razón.
La ideología progresista: una doctrina de odio
Lo verdaderamente sorprendente es el cinismo de quienes se llaman progresistas, izquierdistas, socialistas, comunistas o feministas. Ellos odian a la civilización occidental greco-romana-judeo-cristiana, a nuestra historia, a nuestra lengua, a nuestros antepasados.
Pretenden implantar leyes que atacan la vida, como el aborto o la eutanasia. Odian la institución familiar, el matrimonio, la educación, el esfuerzo y el mérito. Promueven la ignorancia porque saben que “la ignorancia incita al miedo, el miedo al odio y el odio a la violencia”, como escribió Averroes.
Y, sin embargo, se presentan como poseedores de una superioridad moral incuestionable, mientras censuran y persiguen a quienes expresan lo que millones piensan y sienten.
El caso de los sacerdotes perseguidos
Un ejemplo concreto de esta arbitrariedad judicial y política lo constituyen el P. Custodio Ballester, el P. Jesús Calvo y el periodista Armando Robles.
Los tres fueron denunciados por una asociación llamada Musulmanes contra la Islamofobia por expresar opiniones críticas sobre el islam y el islamismo radical, publicadas en artículos y entrevistas en internet.
El P. Custodio fue citado ante la Audiencia Provincial por un artículo de 2016 titulado El imposible diálogo con el islam. La Fiscalía alegó que esas declaraciones podían haber promovido hostilidad hacia un grupo protegido y pidió sanciones que incluían cárcel.
Lo que para cualquier observador objetivo es una crítica intelectual y una denuncia del yihadismo y del islamismo radical, para la acusación constituía un presunto “delito de odio”.
“El mensaje es claro: quien salga del discurso políticamente correcto puede acabar en los tribunales.”
Y lo más grave es que no se trata solo de un proceso judicial. Es un mensaje ejemplarizante y disuasorio: los sacerdotes y periodistas que se atrevan a tocar ciertos temas saben que pueden acabar procesados. Mientras tanto, se protege a ciertos colectivos de cualquier crítica, aunque sea legítima, y se penaliza la defensa de millones de cristianos y ciudadanos europeos.
El próximo 1 de octubre, tras múltiples aplazamientos, se sentarán en el banquillo de los acusados de los juzgados de Málaga el P. Custodio, el P. Jesús Calvo y Armando Robles. Allí, no por cometer crímenes de violencia, sino por expresar lo que muchos piensan: la incompatibilidad de determinadas prácticas con la libertad y la seguridad de Occidente.
Del odio a la Ley del “odio”
En España, la figura del llamado “delito de odio” se ha utilizado con frecuencia como excusa para perseguir opiniones políticas y religiosas disidentes.
El Código Penal Español sanciona “a quienes públicamente promuevan o inciten odio, hostilidad o violencia contra un grupo o etnia, raza o nación…”.
El problema es que esta definición es demasiado amplia y permite interpretaciones arbitrarias: ¿quién no pertenece a una raza, profesa una religión, tiene un género, edad, ideología o preferencia sexual? La noción de “odio” se vuelve difusa y su aplicación amenaza la libertad de pensamiento y expresión.
El sofisma ético detrás de esta ley consiste en confundir protesta legítima con odio. Criticar una invasión territorial, alertar sobre riesgos de seguridad o defender el bien común puede ser presentado como incitación al odio.
Así, se facilita la censura y la persecución de quienes discrepan del discurso oficial. Mientras los sacerdotes son procesados por denunciar la sharía o el plan Kalergi, se archivan sistemáticamente ofensas a los sentimientos religiosos católicos.
Ese silencio no es neutral: es escandaloso y peligroso para la libertad.
Libertad para odiar, libertad para pensar
Odiar no es un delito: es humano. Lo que debe castigarse es la violencia, la difamación o la intención deliberada de dañar a terceros, no el simple sentimiento. Expresar odio forma parte del derecho fundamental a la libertad de pensamiento y de expresión: la libertad de odiar existe, como existe la libertad de amar, de criticar, de disentir y de denunciar injusticias.
El caso del P. Custodio, el P. Jesús Calvo y Armando Robles demuestra que en España se intenta legislar contra pensamientos y opiniones incómodas, bajo la excusa de prevenir la violencia. Pero la auténtica libertad de expresión exige que podamos decir lo que pensamos, incluso si molesta, incluso si irrita, incluso si incomoda al poder.
“Negar la libertad de odiar es negar la libertad de pensar.”
Finalmente, recordemos: odiar a otra persona es dañarse a uno mismo, como beber un vaso de veneno esperando que muera el otro. No hay mayor estupidez que desperdiciar tiempo y energía en odiar, pero debe existir la libertad para odiar, porque negar esa libertad es negar nuestra humanidad.
El juicio de Málaga será una prueba decisiva: ¿vivimos en un país que respeta la libertad de conciencia, o en un régimen que pretende controlar hasta lo que sentimos? Y aunque enfrentarse a ese abuso del poder pueda ser doloroso, persistir en decir la verdad, denunciar la injusticia y defender la libertad es un deber moral y cívico.
Porque odiar es humano, sí. Pero callar por miedo es renunciar a ser libres.
