Pedro Sánchez se ha empeñado en convertir la política exterior y la seguridad nacional en un circo ambulante de titiriteos y ocurrencias. Su última número: enviar al patrullero «Furor» P-46 de la Armada -con sus armas y su tripulación- para escoltar a la flotilla de activistas que pretende “romper” el bloqueo de Gaza. En otras palabras, usar recursos del Estado —nuestro dinero y nuestra Marina— como escolta privada de la pijoprogre y eterna adolescente sueca «Greta Thunberg» y de toda la troupe de la divina izquierda internacional –que vive entre la pancarta, la subvención y la impostura– capitaneada por la comunista y ex alcaldesa Ada Colau.
La pregunta es inevitable: ¿por qué para la señorita Greta y para Ada sí, y para los españoles no? Porque mientras un buque de la Armada –perfectamente pertrechado– de 93 metros de eslora y con helipuerto protege a la “pijoprogre adolescente” y a los filoislamistas que la rodean, en el Estrecho y en la Bahía de Cádiz nuestros guardias civiles arriesgan la vida contra narcos marroquíes a bordo de simples Zodiacs. Barcas inflables –tipo zodiacs– frente a potentes y rápidas narcolanchas con tres motores de 300 c.v., mientras los narcos campan a sus anchas. El contraste es tan insultante e inmoral que se explica por si solo: para Sánchez y sus ministros, la propaganda vale mucho más que la vida de los servidores públicos y miembros de la Benemérita.
Nuestra ministra de Defensa, Margarita Robles, ha convertido al Ejército en un «accesorio decorativo» para el gran teatro progresista. En vez de emplear a la Armada en tareas propias de defensa de fronteras o de nuestra seguridad marítima, prefiere regalar llamativos titulares internacionales: la España “solidaria” que manda un buque de guerra para proteger a activistas de lujo. Un buque patrullero reducido a una meraz ONG con uniforme y armamento, mientras en nuestras fronteras, los agentes de Interior son carne de cañón para los narcos.
El ministro del Interior, Fernando Marlaska — sin GRANDE- sí es el único y directo responsable de la situación en el Estrecho. Sus guardias civiles mueren en servicio, embestidos por narcolanchas o rodeados por decenas de encapuchados, y él responde con buenas palabras y ridículos e indignos homenajes. Es difícil encontrar una prueba más clara del desprecio del Gobierno hacia los que de verdad protegen la seguridad y defienden la vida de los españoles. A los narcos se les combate con chalecos obsoletos y caducados, coches sin apenas mantenimiento y embarcaciones que harían sonrojar a cualquier puerto pesquero o a su cofradía de pescadores, mientras el escaso presupuesto se va en gasolina para llevar a Greta y a Ada a Gaza con escolta oficial.
La incoherencia es tan bestial e injusta que supera con creces la inmoralidad. El mensaje que transmite el Gobierno es que la vida de la activista sueca y de la exalcaldesa Colau —convertida en icono palestinocomunista y filookupas— vale más que la de un guardia civil en el Estrecho, que el glamour de las pancartas pesan más que la sangre de quienes defienden la ley y, que las causas de moda amplificadas en redes, en plataformas audiovisuales y tertulias– merecen buques de la Armada, pero los problemas reales de los españoles solo merecen zodiacs de juguete.
Aquí asoma la verdadera doble moral de las dos activistas de referencia de este Gobierno. Greta –que vive como una estrella de rock a costa de predicar la austeridad climática a los demás– y Ada Colau –que pasó de ser una alcaldesa antisistema a musa del “okupismo” subvencionado. Ambas disfrutan de la simpatía acrítica de un Gobierno que no duda en sacrificar la dignidad de las Fuerzas Armadas y de la Guardia Civil para seguir alimentando el mito.
Y aquí también queda retratada la indignidad de los ministros. Robles, que viste de solemnidad los actos castrenses mientras degrada el papel de la Armada y Marlaska, que prefiere aplaudir el discurso buenista antes que dotar a los agentes de los medios que necesitan. Ninguno se atreve a responder a la pregunta que late en el aire: ¿vale más la vida de Greta y de Colau que la de un guardia civil español?
La respuesta, a la vista de los hechos, ya la ha dado Sánchez con su política. Y es una respuesta que indigna, humilla y ofende a cualquier español que no viva del cuento ni de las mentiras de la campañas pancartiles.
