¡Yo quiero ir al Reina Sofía!

Guernica
Guernica

El deseo, tan vehemente, lo expresa Emma, alumna de segundo de primaria del colegio Nuestra Señora del Sagrado Corazón. Es su petición por el día de su cumpleaños. Quiere ir al museo, y es que quiere ver su cuadro.

Emma participa en la extraescolar de pintura del colegio y ha pintado su propia versión del Guernica en un tamaño que a ella misma la hace parecer pequeña. Picasso, quien afirmaba haber necesitado una vida entera para aprender a pintar como un niño se sentiría seguramente orgulloso. No pudo ser el mismo día del cumpleaños, pues la familia requería la presencia de la pequeña artista, pero sí poco después. Allí, delante del cuadro, pudo valorar todo aquello que le habían contado mientras realizaba su obra: lo terrible de la guerra que la pintura representa, la paloma, casi escondida con su ala rota  que simboliza la paz en peligro, los muchos grises que el pintor, como ella en su papel, plasmó en el lienzo. Y cuando volvió a clase lo contó entusiasmada.

Lo de Emma es una excepción no tan excepcional: es una alumna brillante y resulta extraordinario el ímpetu y el entusiasmo con que abordó la tarea y sobre todo el que la iniciativa partiese de ella misma: descubrió el cuadro en un puzle que vio a su padre hacer en casa y eso dio origen a un vendaval creativo. Pero lo que no es tan inaudito es el interés y el deseo de un niño de su edad por conocer y experimentar con lo visual. No todos van a plasmar su interés en un lienzo tres veces mayor que ellos, pero casi todos van a querer probar, van a interesarse y sobre todo van a disfrutar. Ocurre que, muchas veces, nosotros mismos se lo ponemos difícil.

La enseñanza de las artes plásticas es, ahora mismo, el patito feo de nuestro sistema educativo. Se han relegado las materias que la tratan, no ya a un segundo sino a un tercer o cuarto plano, se restan horas lectivas, se minimiza su importancia y se supedita a otras necesidades. Nunca es prioritaria, lo que resulta paradójico en una sociedad, como la nuestra, inmersa en y dependiente de lo audiovisual.

Tendemos a reducir el gusto por las artes –plástica, música, danza…- a un mero divertimento que pocas ventajas prácticas proporciona. Pero ello no tiene que ser así. La enseñanza de la pintura, el dibujo o cualquier otra actividad artística potencia la creatividad, la búsqueda de soluciones, la propia iniciativa y, bien guiada, el trabajo metódico y la responsabilidad. Cualidades todas que, plenamente desarrolladas, permitirán en un futuro afrontar con posibilidades de éxito problemas complejos en cualquier ámbito al que queramos referirnos. Es una forma de aproximación al mundo y a la realidad que en muchos casos facilita su comprensión y entendimiento global. Mejora las habilidades motrices mediante el entrenamiento. Y emocionalmente no puede más que aportar beneficios.

La actividad artística facilita una vía de expresión a un mundo interior que no puede quedar confinado. Hace relevantes las inquietudes y sentimientos de la persona. En niños de corta edad proporciona al educador una herramienta a través de la cual identificar e interpretar posibles carencias, dificultades y necesidades. En edades más avanzadas, e incluso en adultos, favorece el conocimiento de uno mismo, la introspección, la propia comprensión. Mejora la concentración y el autocontrol en quienes puedan tener dificultades de atención y permite canalizar las energías que en muchos niños desbordan y en ocasiones no son bien focalizadas. Y siempre,  cuando se lleva a cabo con interés y buena disposición, eleva la autoestima y genera satisfacción. Pocos gozos mayores que el de la propia creación.

Integrar la práctica artística desde edades tempranas en un currículo global favorece el desarrollo armonioso de la personalidad, establece las bases para conseguir adultos equilibrados y plenos, seguros de sí mismos y satisfechos. Dota al niño de aptitudes y actitudes que le permitirán resolver situaciones complejas con estrategias creativas. En ámbitos que como el científico en principio podríamos considerar muy dispares puede llegar a ser esencial: disciplinas como la biología, la medicina, las carreras técnicas e ingenierías hacen buen uso del dibujo, la fotografía… como herramientas de comprensión, análisis y representación.

Grandes científicos han sido a la vez grandes artistas y viceversa, hombres y mujeres completos, en definitiva, que supieron integrar ambos aspectos: si Leonardo es el paradigma como artista, científico e ingeniero excelente en cada campo no es el único ejemplo: Ramón y Cajal fue un excelente dibujante -cuyas ilustraciones de preparaciones al microscopio le valieron el premio Nobel- y un fotógrafo de nivel que desarrolló métodos de fotografía en color; Samuel Morse, creador del telégrafo, dudó entre su carrera científica y su pasión por la pintura, era un destacado retratista; Salvador Dalí era poseedor de una amplia cultura científica que reflejó en muchas de sus pinturas para las que se inspiró en temas como la doble hélice de ADN o la mecánica cuántica; Escher, creador de famosísimas figuras imposibles, reflejó en toda su obra su vertiente como matemático. Si hablamos de la estrecha relación que existe entre música y matemáticas, Albert Einstein fue un virtuoso violinista, Brian May, guitarrista del grupo Queen, es un reputado astrofísico… la lista se haría larga.

Si nos referimos estrictamente al terreno de lo artístico y de la estética la aproximación precoz a las disciplinas plásticas facilita afinar la sensibilidad, modular el gusto, desarrollar el sentido crítico… y además nos permitirá evitar lo que podría denominarse el sesgo de la iconicidad. El lenguaje artístico de nuestro tiempo se ha alejado progresivamente de lo que durante siglos fueron postulados estables basados en la representación fiel del mundo real. Buena parte de los artistas modernos y contemporáneos que han explorado otros derroteros, como por ejemplo Joan Miró, Paul Klee, los pintores abstractos o el mismo Picasso pueden resultar arduos para un adulto pero son sin embargo asimilados con naturalidad por los niños. Lo que en nosotros requiere un esfuerzo intelectual de comprensión y asimilación es en ellos una experiencia emocional e intuitiva que aceptan sin cuestionamientos. Este acercamiento temprano abonará el terreno para que el futuro adulto admita o rechace con auténtico sentido crítico y comprensión profunda lo que en definitiva son los lenguajes visuales de su tiempo, de su mundo.

El niño se abre a ese mundo con inquietud y voluntad de aprendizaje y entre lo mucho que se le ofrece son las artes visuales uno de los campos más fértiles, enriquecedores y que mayor satisfacción pueden aportarle. En cuanto a esto, sin embargo, muchas veces parecería que nos empeñemos en plantear obstáculos, limitar sus posibilidades, ahogar lo que quiere crecer. Pero entre todos podemos hacer que no sea así. Reconozcamos al niño la posibilidad y el derecho a desarrollar su sensibilidad artística. Concedamos el peso que merecen a las materias que la trabajan, concedamos a nuestros alumnos las oportunidades y los medios ya desde el principio y hagámoslo entro todos: familias, colegios, administraciones. Alentemos el entusiasmo cuando seamos capaces de reconocerlo.

Emma ha ido al Reina Sofía y ahora quiere ir al Prado.

Carlos Cruz

Profesor de Educación Plástica

Colegio Ntra. Sra. del Sagrado Corazón, Madrid

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