Parece evidente que a Pérez Rubalcaba no le conviene que un Ejecutivo así de plano y amortizado siga en activo durante nueve meses
La remodelación del Gobierno tras la salida de Pérez Rubalcaba va a pasar sin pena ni gloria política porque el problema de Zapatero sigue siendo el agotamiento de su crédito para dirigir el país.
La coincidencia de los nombramientos de José Blanco, Elena Salgado y Antonio Camacho con la subida descontrolada de la prima de riesgo de la deuda española no es una mera causalidad ni un capricho del destino.
Como subraya ABC en su editorial, representa la postración de la economía española ante los mercados internacionales.
De poco sirve señalar a Grecia e Italia como responsables de la jornada de miedo que se vivió ayer si, al final, España es tratada como uno más del pelotón de cola.
Como admite El País, tradicional defensor de la gestión del PSOE y ahora inusualmente crítico -«El euro, ante el precipicio«-, la explosión de los intereses de la deuda asfixia cualquier recuperación en España, porque los gastos financieros consumen cualquier margen presupuestario, reducido de entrada por la obligación de controlar el déficit.
No hay argumentos para sostener por más tiempo esta legislatura. No aumenta la actividad económica, ni baja significativamente el desempleo ni mejora la confianza internacional en nuestras expectativas.
Subraya Ignacio Camacho en ABC que queda meridianamente claro, a la vista del papel que le han asignado a Blanco y de el ascenso de camacho en Interior, que estamos ante un Gabinete provisional retocado a la espera de la convocatoria de elecciones, y con el mando a distancia en manos del dimitido Rubalcaba.
Zapatero era presidente interino desde el momento en que anunció su retirada, pero ahora lo es también en la medida en que ya no tiene en sus manos la decisión de agotar la legislatura. Su voluntad de cumplir los plazos queda a expensas de los intereses del candidato.
La gravedad de los problemas que acechan a la economía española es tal que este cambio de piezas dentro del Gobierno Zapatero resulta irrelevante y solo responde a esa dinámica perversa que ha instalado el PSOE entre sus problemas internos y las necesidades nacionales, por la que estas quedan sometidas a la solución de aquellos.
Pero, incluso analizando estos cambios desde la óptica socialista, el acceso de José Blanco a la función de portavoz del Gobierno abre una probable vía de contradicciones con los planteamientos del candidato Pérez Rubalcaba.
Que Blanco no participe en la campaña electoral de su partido y, en cambio, sea el portavoz de Zapatero podrá responder a claves tácticas, pero aparenta una escena de cierto pugilato con el candidato socialista.
Sea cual sea la explicación de este nombramiento, incluso la de que Blanco haga de enlace entre Gobierno y partido, parece evidente que a Pérez Rubalcaba no le conviene que un Ejecutivo así de plano y amortizado siga en activo durante nueve meses.
No debería dudar de que el previsible empeoramiento de la situación económica va a hacer que se le transfieran las responsabilidades del Gobierno. Y cuanto más apele a sus fórmulas mágicas contra el paro, peor, porque esas recetas hacen falta ahora y no para el caso de que gane las próximas elecciones.
Pasados los primeros momentos de la euforia impostada por los socialistas el pasado sábado, por la designación de su candidato para las elecciones de 2012, algo tan inapelable como la prima de riesgo de la deuda pública los devuelve a la realidad de que esta legislatura no da más de sí.