Por todo lo alto

Brígida Gallego

Santa Teresa, la hereje que conquistó a Dios

Santa Teresa, la hereje que conquistó a DiosEntre los numerosos libros que se están publicando con motivo del V Centenario de Santa Teresa hay uno que nos ha llamado la atención: Santa Teresa is different. Andanzas por tierras abulenses de un excéntrico inglés, de Percy Hopewell.

El viajero británico ha recorrido las huellas teresianas y buceado en la personalidad de una monja que, a golpe de heterodoxia, conquistó a Dios. De algunos lugares (como la Universidad de la Mística, en Ávila) salió entusiasmado. De otros aspectos de su biografía -como la reiterada profanación de su cadáver- quedó horrorizado.

Así nos lo cuenta:

“Nueve meses después de su fallecimiento, el padre Jerónimo Gracián, gran amigo de Santa Teresa (¡cómo serían sus enemigos!) viaja a Alba de Tormes con una sierra bien afilada. Gracián era provincial de los carmelitas; es decir, el mandamás de la Orden. El amigo de la Santa ordena exhumar el cadáver. Con ayuda de Francisco Ribera (primer biógrafo de la carismática monja) y un matarife lo colocan sobre la mesa de operaciones. Una vez comprobado que el cuerpo estaba incorrupto -“sus senos se apreciaban llenos y la carne firme”-, el matarife amputa la mano izquierda.

Obtenida la codiciada extremidad vuelven a depositar el cuerpo en la caja mortuoria y lo entierran.

La mano izquierda -junto con el corazón- es la reliquia más preciada de los santos. A ella se le atribuyen infinidad de poderes: ahuyenta al diablo, esclarece el raciocinio y contribuye a prevenir infinidad de “tormentos” y “pestilentes humores”, como la peste, el cólera, los celos o el mal fario.

Una vez en Ávila, Gracián seccionó el dedo meñique, que lo guardo para sí. El resto de la pieza lo donó al convento de las carmelitas descalzas. Pero la famosa extremidad no paró quieta.

Según relata Francisco Ruiz de Pablos en su libro Santa Teresa y la Inquisición, la mano fue trasladada posteriormente a las carmelitas de San Alberto (Lisboa).

Tras la revolución portuguesa de 1910, las carmelitas son expulsadas del país. Las monjas se dispersan por distintos conventos españoles. La mano -Ruiz de Pablos no especifica cómo- viaja al convento de las carmelitas descalzas de Ronda (Málaga).

Otra fuente precisa que llegó a Ronda en el equipaje de las carmelitas de Olivais, tras ser expulsadas de Portugal.

Durante la Guerra Civil, Ronda cae temporalmente bajo el bando republicano. Un grupo de milicianos de la Confederación Nacional de Trabajadores (CNT) se la apropia y la deposita en Málaga. El coronel José Villalba Rubio comprueba que está revestida de un guante de plata y piedras preciosas. Le gusta y se la queda.

En 1937 los nacionales se apoderan de Málaga y la reliquia es requisada por una brigada falangista. De Málaga viaja a Valladolid y es expuesta junto con otras piezas religiosas que se había apoderado el ejército de la Segunda República Española. Franco se entera y reclama la mano. Concluida la guerra, el dictador pide autorización eclesiástica para conservarla en el palacio del Pardo. La autoridad eclesiástica le concede el deseo.

Las monjas carmelitas de Ronda escriben una y otra vez al todopoderoso generalísimo para que devuelva la reliquia. Franco, que la considera su “talismán de la suerte”, se niega. Asegura que ha llegado a su poder “de forma milagrosa”. El obispo de Málaga, ante argumento tan contundente, se queda sin respuesta. Franco enriquece la valiosa mano con la cruz laureada de San Fernando. El dictador la conservó en su dormitorio hasta su muerte; concretamente en un mueble-oratorio que hizo construir para tal efecto. En vacaciones no se desprendía de ella. Se la llevaba al Pazo de Meirás (Coruña) y también al palacio de Ayete (San Sebastián). Aseguran las piadosas lenguas que la quería -y la necesitaba- más que a su mujer.

Tras el fallecimiento del dictador, las carmelitas de Ronda vuelven a la carga e insisten en que les restituyan lo que es suyo. Unas semanas después, la viuda de Franco, Carmen Polo, y su hija Carmen Martínez Bordiú, acceden a la petición. La comitiva -formada por un nutrido cortejo de automóviles y autoridades- fue recibida de forma apoteósica por los rondeños. En la plaza de la Merced no cabía ni la cabeza de un alfiler. El júbilo religioso (muy enraizado en el pueblo andaluz) que provocó la mano se podría comparar al fervor que suscitan los pasos de Semana Santa.

La mano incorrupta se exhibe -desde entonces- en una pequeña capilla del convento de las carmelitas de esta localidad. A lo hora de misa la trasladan a una hornacina, junto a la Virgen. Miles de visitantes y peregrinos acuden anualmente a venerarla. Muchas de estas personas son mujeres que ruegan ser madres. Las monjas aseguran que Santa Teresa, por intercesión de su mano, ha obrado varios milagros. Entre ellos se cuentan la de una niña con leucemia (desahuciada por los médicos) y el de varias mujeres infértiles que, tras sus oraciones, lograron quedarse embarazadas.

Más reliquias

La historiadora neoyorquina Catheleen Medwick (Teresa de Jesús, una mujer extraordinaria) describe el itinerario que sufrió el saqueado cuerpo de la Santa (la desenterraron hasta cuatro veces; en cada una de ellas los buitres carroñeros la fueron troceando).

Uno de estos buitres -el más insaciable- fue el padre Jerónimo Gracián. No contento con la mano izquierda regresó a Alba a de Tormes en 1585 (dos años después de la primera amputación). Esta vez su sierra trabajó sobre el brazo izquierdo (ya sin la mano). Pero no se debió de quedar conforme, pues cogió el desmembrado cuerpo y se lo llevó a Ávila. Los duques de Alba, al enterarse del robo, enfurecieron (los Alba tenían tanto poder -o más- que el Rey) y Gracián tuvo que devolver los restos a su primitiva morada.

El cuerpo fue desenterrado tres veces más. El corazón y el brazo izquierdo se quedaron en Alba de Tormes (están expuestos en sendos relicarios, junto al féretro), una clavícula permanece en el convento de San José de Ávila (no se puede ver; las monjas velan por ella en sus dependencias de clausura); Santa Teresa se rompió la clavícula en San José, al caerse por las llamadas escaleras del diablo. El dedo anular de la mano derecha (al que le han colocado un anillo con esmeraldas) se venera en la iglesia-convento de La Santa (Ávila). Su pie derecho descansa en el convento de Santa María della Escala, en Roma; se lo cercenaron en 1616, fue un regalo de la Orden del Carmelo a la congregación italiana de los carmelitas descalzos; lo amputaron con el beneplácito de Paulo V, el Papa que la beatificó en 1614 (antes de beatificarla quería comprobar su estado de conservación). Un trozo de mejilla se encuentra en Madrid. Variados restos de su cuerpo andan desperdigados por Bruselas, París y México.

En 1588 (seis años después de su muerte) su biógrafo Francisco Ribera la pudo ver. Al parecer estaba todavía bastante entera. “Se podía mantener erguida y aún se apreciaban los tres lunares de la cara”.

El padre Daniel de Pablo -de quien ya hemos dado noticia en estas notas de viaje- es contrario a estas “inclinaciones necrófilas” que fanáticos creyentes han realizado desde los orígenes del cristianismo. Escribe: “La principal reliquia que poseemos de Santa Teresa son sus páginas manuscritas, milagrosamente conservadas hasta hoy. En cada una de ellas está su alma inmortal, todo su espíritu creador, en ellas se refleja su vida y su obra”.

 Una mirada distinta

Percy HopewellHace unos años el dominical El Semanal encargó al viajero inglés Percy Hopewell varias crónicas sobre las costumbres, el folclore y la riqueza cultural de nuestro país. Lo que en un principio iban a ser media docena de reportajes acabaron convirtiéndose en más de cincuenta. Desde el primero de ellos, los lectores se vieron seducidos por el desenfado y la peculiar mirada de este singular trotamundos.

Con motivo del V Centenario del nacimiento de Santa Teresa, Percy ha vuelto a montarse en su dos caballos (al que incorporó una humeante chimenea y un claxon de sirena de barco) para recorrer las huellas que nos dejó la monja andariega. El autor resucita a una Teresa vital y contestataria, a una mujer que se enfrentó a la Inquisición y desobedeció a la jerarquía eclesiástica porque necesitaba hilo directo con Dios. Rebelde y astuta, tenaz y persuasiva, consiguió una voz propia -y un mundo propio- en una sociedad donde las mujeres constituían un cero a la izquierda”.

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