Otra bella historia jamás contada. V

Por Carlos de Bustamante

(Parte de guerra)

– ¡Los fascistas…! ,  gritó   uno  de los milicianos.

El comandante   Manuel de Bustamante y Sánchez, mi padre, pudo    ver al médico que de pie y con prisas se le acercó para darle el tiro de gracia. Oyó el disparo y cuando entre nebulosas encomendaba su alma, sintió un fuerte escozor en la cara. Perdió el conocimiento.

Llegaron los nacionales. De entre un charco de sangre, levantaron al jefe, que al parecer aún le quedaba un soplo de vida. Sobre unas mantas lo depositaron rápidamente en la caja del camión.  También al capitán irremediablemente muerto. A la máxima velocidad que   desarrollaba el viejo Chevrolet, partieron con destino urgente al hospital de Córdoba. Sin sangre en el Centro por los muchos heridos en el frente, una de las monjas que atendía a los hospitalizados ofreció la suya para el moribundo. Se obró el milagro. Recobrado el conocimiento, la sangre de la transfusión hizo que, tras sucesivas operaciones para extraer el plomo del cuerpo del herido, fuera poco a poco recobrando fuerzas.  De constitución atlética la mejoría sorprendió a cuantos contribuyeron a la cura de once-once heridas -once- de bala distribuidas por todo el cuerpo. Incluso las de los pulmones perforados cicatrizaron   de forma   asombrosa. Sonrió el jefe artillero cuando del bolsillo superior de la guerrera extrajo la monja (nada de monjita) el “detente” con la imagen del Corazón de Jesús que siempre llevó en las dos guerras donde participó a cuál con mayor riesgo. Lo que el cirujano no pudo restituir fue el lóbulo de la oreja derecha. El que se llevó la bala asesina con el tiro de gracia, tras marcar un surco profundo en la sien del mismo lado.

Lo que nunca llegó a saber el médico de Peñarroya, jefe de los milicianos comunistas, es que fue entonces cuando, con la dificultad en el habla al tener la garganta atravesada de parte a parte por uno de los disparos con que le acribillaron, cuando manifestó a su esposa, mi madre, “no   digas nunca a mis hijos quién ha sido el responsable, porque no quiero odios ni   venganzas”.

Cuando no hubiera sido difícil descubrir al `valiente rojeras´…, la particular memoria   histórica heredada, hizo que se perdonara y olvidase al causante de semejante barbarie.

Una nueva condecoración quedó prendida en la guerrera del comandante junto al bolsillo del `detente´:  mutilado de guerra por la Patria.

Curado de las once heridas de guerra, a los cinco meses del atentado junto a Cerro Muriano, desde su despacho de comandante mayor en el Regimiento de Artillería nº 26 (Valladolid) desempeñó su cometido con el mismo afán de servir a España en paz como el que puso por servir a su Patria en guerra “hasta derramar si fuera preciso -y lo fue- hasta la última gota de sangre”.

Próxima la hora de medio día, en que finalizaba la jornada de la mañana, conectó la radio, para escuchar el “parte” diario de guerra. Al tiempo de oírlo, la voz del locutor -Fernando Fernández de Córdoba- quedó eclipsada por un griterío de enorme júbilo procedente de la calle. Valladolid en pleno.

Para los desmemoriados o los que   no desean ver ni oír, dejo constancia del documento más importante del siglo XX, en la foto de entrada a este artículo.

 

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Tres foramontanos en Valladolid

Con el título Tres foramontanos en Valladolid, nos reunimos tres articulistas que anteriormente habíamos colaborado en prensa, y más recientemente juntos en la vallisoletana, bajo el seudónimo de “Javier Rincón”. Tras las primeras experiencias en este blog, durante más de un año quedamos dos de los tres Foramontanos, por renuncia del tercero, y a finales de 2008 hemos conseguido un sustituto de gran nivel, tanto personal como literario.

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