El telepredicador y el zar susurrante

El telepredicador y el zar susurrante

El gravísimo panorama social, económico, y sobre todo político en España, en estado durmiente antes de la pandemia por el COVID-19, se ha manifestado en toda su magnitud tras la eclosión del coronavirus y el posterior estado de alarma decretado por el Gobierno.

Su análisis me retrotrae, inexorablemente, a la experiencia abrumadora de Winston Smith, el sufrido protagonista de 1984, la profética y aterradora novela de George Orwell -publicada en 1949- que dibuja un futuro escalofriante donde un Estado policial y todopoderoso manipula la información hasta la náusea, vigila a todos los ciudadanos hasta conseguir el control total del individuo, sin resquicio alguno para la intimidad, el sexo o las emociones -prohibidas y consideradas criminales- y tortura a los disidentes hasta la muerte, aunque para ello sea necesario acusar a inocentes. Un Estado en el que la adoración al sistema es la condición sine qua non para seguir vivo.

Las tres consignas del INGSOC (Socialismo Inglés), el Partido Único de Oceanía, país donde transcurre la acción, a cargo del Ministerio de la Verdad y cuyo exacto cumplimiento vigila celosamente la Policía del Pensamiento, intimidaban a Winston cada vez que las veía grabadas en enormes y elegantes caracteres en la fachada del Miniver, el Ministerio de la Verdad en neolengua, la lengua oficial del Estado de Oceanía

LA GUERRA ES LA PAZ
LA LIBERTAD ES LA ESCLAVITUD
LA IGNORANCIA ES LA FUERZA

Las tres podrían trasladarse hoy al “Gobierno de España”. Sus conceptos, casi idénticos. Primera: la guerra social, intrafamiliar y de sexos como instrumento de lucha por la paz. Segunda: la abolición de la libertad del individuo y la instauración de la más férrea censura en favor del interés supremo del Partido y su Líder, el Gran Hermano. Tercera: la ignorancia como método infalible para someter, controlar y pastorear a las masas. Y como Partido Único, el SOPUE (SOcialismo Podemita Unido Español). No me negaran que la analogía es muy inquietante.

La tragedia social y económica que hoy nos aflige es devastadora. 31.000 muertos (*) y 220.000 contagiados (las mayores tasas de mortalidad y contagio del mundo por número de habitantes), según los datos oficiales cocinados por el Gobierno. 47 millones de españoles en arresto domiciliario durante estas seis durísimas semanas de muertos, caos sanitario y abandono a su suerte de los más vulnerables. Esta es la única medida contra el coronavirus que ha sido capaz de tomar el Gobierno ruin que padecemos, incompetente, imprevisor, negligente, censor y mentiroso, cuya desastrosa gestión propició, primero, la expansión de la pandemia, y después, una enorme incompetencia para su control.

Al cabo de seis semanas de decretar un estado de excepción disfrazado de alarma sanitaria, con todos los poderes del Estado en su mano, la terrorífica cifra de 31.000 españoles muertos a sus espaldas y el país en quiebra, el Gobierno social comunista que nos aflige ha tenido que reconocer que no sabe (o nos oculta que sabe) cuántos son en realidad los españoles que han muerto por coronavirus. Ni contar los muertos sabe. El doble o el triple de los declarados, según fuentes no gubernamentales.

Un Gobierno que a pesar de incautarse -con la excusa de la seguridad nacional y la salud pública- de la industria nacional de material sanitario (EPIs, mascarillas, guantes de látex,…incluso del alcohol), es INCAPAZ de proteger la vida, no ya de toda la población, que también, sino de los enfermos, los heroicos profesionales de la salud (y los no menos esforzados miembros de las Fuerzas Armadas, las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad y de Bomberos) al no proporcionarles EPIs, guantes, ni mascarillas suficientes… o ser defectuosas. Eso, después de haber negado la utilidad (y necesidad) de su uso generalizado por toda la población. Consecuencia: más de 33.000 sanitarios infectados, con un número indeterminado de muertos, entre ellos y los servidores públicos. Y la inmensa mayoría de la población sin ninguna protección. Sin mascarillas.

Y por encima de todo, un Gobierno que ha sido, y es, INCAPAZ de realizar tests masivos al conjunto de la población que permitan identificar, aislar y controlar los focos de contagio, y así poder planificar una estrategia nacional para salvar vidas y poner fin a la tragedia.

Es lo que hay. Y en vez de avergonzarse, reconocer sus errores, decretar luto nacional, pedir perdón, ceder paso a un gobierno de salvación nacional y marcharse a su casa poniéndose a disposición de la Justicia, el miserable Gobierno de Sánchez e Iglesias, tanto monta, todavía tiene la desfachatez de sacar pecho, y como si fuera un éxito, se atreve a proclamar la “proeza” de hacer 40.000 tests de coronavirus. Algo de esperar en un Gobierno tan prepotente como inútil, cuya única habilidad reconocida es maniobrar de todas las formas posibles para confundir a la opinión pública, comprarla o silenciarla para perpetuarse en el poder. Para eso están Tezanos, Rosa María Mateo, Ferreras…, o el general Santiago, Jefe del Estado Mayor de la Guardia Civil.

¿Se han dado cuenta el telepredicador de la Moncloa y el zar susurrante de Galapagar que a ese fantástico ritmo tardarían 1.175 días, o sea 3,2 años, en realizar el test a los 47 millones de españoles que aún sobrevivimos?

Cuando estemos todos muertos, el Sr. Illa -nuestro inefable filósofo y ministro de Sanidad- podrá pregonar urbi et orbe que hemos “doblegado”, por fin, la «curva» de muertos por coronavirus. En fin… Dios y la Unión Europea nos cojan confesados.

Post Scriptum

En la relación de héroes que luchan y mueren en primera línea de combate contra el coronavirus, auxiliando y confortando a los enfermos hasta la hora de su muerte, he tenido una omisión imperdonable. Me refiero a los miles de sacerdotes (más de 70 muertos ya por coronavirus) que en morgues, cementerios, hospitales, residencias o en sus casas acompañan a los infectados -condenados además a una soledad absoluta, sin amigos ni familia-, proporcionándoles consuelo espiritual en su lucha por la vida y en la hora de su muerte. Lo mismo digo de las monjas, permanentes cuidadoras en clínicas, hospitales y residencias y allí dónde se las necesite, siempre en los puestos de mayor riesgo y fatiga. Para todos ellos, mi recuerdo, mi agradecimiento y mi homenaje.

(*) Incluidos los fallecidos en Madrid y Cataluña que el Ministerio de Sanidad se niega a contabilizar, conforme al recuento oficial de muertos por coronavirus de los gobiernos autonómicos de la Comunidad de Madrid y la Generalidad de Cataluña.

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Autor

Antonio Cabrera

Colaborador y columista en diversos medios de prensa, es autor de numerosos estudios cuantitativos para la Dirección General de Armamento y Material (DGAM) y la Secretaría de Estado de la Defensa (SEDEF) en el marco del Comercio Exterior de Material de Defensa y Tecnologías de Doble Uso y de las Relaciones Bilaterales con EE.UU., así como con diferentes paises iberoamericanos y europeos elaborando informes de índole estratégica, científico-técnica, económica, demográfica y social.

Antonio Cabrera

Colaborador y columista en diversos medios de prensa, es autor de numerosos estudios cuantitativos para la Dirección General de Armamento y Material (DGAM) y la Secretaría de Estado de la Defensa (SEDEF) en el marco del Comercio Exterior de Material de Defensa y Tecnologías de Doble Uso y de las Relaciones Bilaterales con EE.UU., así como con diferentes paises iberoamericanos y europeos elaborando informes de índole estratégica, científico-técnica, económica, demográfica y social.

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