Apuntes psicológicos

Bertrand Regader

Nadie puede controlar sus emociones, y eso está bien

Nadie puede controlar sus emociones, y eso está bien

En su libro “Free Will”, el filósofo Sam Harris señala que, si nos paramos observar lo que ocurre en nuestra propia mente, nos daremos cuenta de que no decidimos el siguiente pensamiento que nos pasará por la cabeza más de lo que decidimos el próximo pensamiento que él escribirá. 

Es una idea tan sencilla como provocadora: ¿acaso el hecho de que ciertas ideas estén ligadas a nuestra experiencia subjetiva y privada no significa que tenemos más control sobre su origen, el modo en el que llegan a dar forma a ideas o imágenes mentales? En cierto modo, no: que esos contenidos mentales nazcan y mueran en nuestra mente no implica que hayamos contribuido a ello a través de decisiones conscientes ni mediante la reflexión deliberada. Si así fuera, los artistas no existirían, o quizás habrían sido sustituidos por algo así como ingenieros de la expresión artística: personas que se limitarían a buscar la mejor manera de plasmar artísticamente ideas dados unos recursos determinados. Por supuesto, todos trabajarían igual.

Cabe señalar que Harris utiliza esta frase para reflexionar sobre la naturaleza de lo que consideramos “libre albedrío”, y que tendemos a asociar al modo en el que tomamos decisiones: ¿hasta qué punto elegimos qué hacer con nuestras vidas de un modo realmente libre, dada nuestra condición de animales ligados a la naturaleza y a un mundo material que nos limita? Él opina que el libre albedrío tiene mucho de ilusión, un espejismo que nos lleva a asumir que lo que surge en nuestra experiencia subjetiva al estar conscientes ha aparecido en nosotros de manera desconectada del mundo que nos rodea, cuando en realidad no es así.

La verdad es que esa concepción de la mente humana como un lugar en el que cada individuo hace emerger ideas y decisiones modeladas a su gusto resulta bastante ingenua en pleno siglo XXI. Hoy sabemos que los procesos mentales son tan materiales como las olas del mar o la fotosíntesis de las plantas; no se explican a través de fenómenos misteriosos atribuibles a las almas encerradas en cuerpos mortales, sino a través de fenómenos naturales, aunque no sean palpables. Y una de las implicaciones de eso es que todo aquello que aparece en nuestra mente tiene causas en muchos elementos que están más allá de nuestro cuerpo como individuos: los estímulos que captan nuestros sentidos en ese momento, nuestras predisposiciones genéticas heredadas de generaciones anteriores, las experiencias que han quedado grabadas en los sistemas de memoria de nuestro cerebro, etc.

Ahora bien, para comprender en qué grado (no) controlamos lo que nos pasa por la cabeza, es insuficiente centrarse en la toma de decisiones. Hay otros procesos mentales que nos influyen tanto o más que la manera en la que decidimos entre alternativas para resolver un problema o dar salida a una necesidad, y que no pueden ser plasmados en palabras fácilmente. Se trata de las emociones y los sentimientos.

Las emociones son incontrolables por naturaleza

Si no somos capaces de dirigir a voluntad la aparición y desaparición de ideas en nuestra consciencia, controlar estados emocionales aún se nos da peor. Nuestra faceta emocional nos ha estado acompañando durante millones de años, desde mucho antes de que apareciesen los primeros simios hábiles en la capacidad de pensamiento abstracto. Por eso, la influencia que las emociones tienen en nosotros escapa a las reglas del lenguaje, no puede ser encerrada en estructuras lógicas. Y por eso, tampoco tiene por qué adaptarse a nuestros planes a corto, medio o largo plazo: las emociones simplemente están ahí, existen por sí mismas sin necesidad de que exista una finalidad en ellas.

De hecho, esta faceta emocional es la responsable de que, a veces, perdamos capacidad de influencia sobre si ciertos pensamientos aparecen o no en nuestra consciencia precisamente por ser contenidos mentales que han surgido de nosotros y no de los demás. Podemos escuchar ideas perturbadoras de la boca de otros y olvidarlas en pocos segundos, pero si se nos ocurren a nosotros, es probable que el mismo estado emocional que las ha hecho aparecer en nuestra mente nos haga volver a ellas una y otra vez.

Esta falta de control “jugando en casa” puede llegar a ser más que una molestia; algunas personas viven esta clase de experiencias tan a menudo y con tal intensidad que necesitan ir a psicoterapia para superarlas. Se trata de un problema conocido como “rumiación psicológica”, término que hace referencia a la manera en la que ciertos contenidos mentales vuelven una y otra vez a la consciencia de manera automática, casi como si se tratase de un proceso fisiológico, más que psicológico. 

Normalmente, esta alteración se da cuando la persona aprende a anticipar una cierta clase de pensamientos intrusivos que, precisamente porque son anticipados y temidos, ganan capacidad de invadir constantemente la consciencia de la persona en toda clase de situaciones. A medida que la rumiación se va consolidando, el individuo va creando más asociaciones entre los estímulos externos a los que se somete en su día a día y esas ideas que quiere evitar y que, por eso mismo, atrae hacia sí mismo. De este modo se va creando una especie de tela de araña que tiene en su centro esos contenidos mentales generadores de ansiedad o miedo. En casos así, es el propio mundo interno y subjetivo de la persona el que va dando lugar a esa pérdida de control, hasta el punto que se alimenta de las propias decisiones conscientes del individuo, que intenta por todos los medios no pensar en eso.

Entonces… ¿no se puede hacer nada?

Con lo que hemos visto hasta ahora, uno podría pensar que estamos condenados a adoptar un rol pasivo ante lo que nos pasa por la cabeza, nos guste o no aquello que nuestra consciencia nos hace experimentar. Sin embargo, esto no es así.

Desde luego, si nuestra única forma de influir en el flujo de pensamientos y emociones fuese la introspección, tendríamos muy pocas herramientas desde las que modular lo que ocurre en nuestra mente. Pero no es el caso: del mismo modo en el que el mundo exterior puede afectar a nuestra mente de infinitas maneras que se escapan a nuestro control, nosotros también podemos aprovechar los contextos en los que vivimos para influir indirectamente en cómo pensamos y cómo nos sentimos. ¿Qué es si no la psicoterapia? Un proceso en el que recibimos ayuda externa para lograr resultados en nuestras predisposiciones psicológicas; no desde la reflexión y los intentos de manipular nuestra mente mediante nuestro propio mundo interior, sino mediante profesionales formados a partir de hallazgos científicos acumulados durante décadas y surgidos en una sociedad hiper-conectada.

Así pues, la relación mente-entorno funciona en ambas direcciones. Puede que como individuos no tengamos una posición privilegiada para hacer con nuestra propia mente lo que queramos, pero sí podemos aprovechar su conexión con el mundo externo para influir en ella adoptando nuevos hábitos e interactuando de nuevas formas con el mundo y con quienes habitan en él. 

Pero por otro lado, esta clase de estrategias no tienen por qué ser nuestra filosofía de vida. A fin de cuentas, si la mente humana funciona de esa manera es porque resulta completamente normal que no la podamos tratar como a nuestra habitación; en la gran mayoría de los casos, no nos interesa tener que detenernos a reflexionar sobre cuál debería ser el siguiente elemento que nos viniese a la mente. Si la mente humana se caracteriza por algo es por fluir de manera espontánea, por permitirnos aprender y encontrar relaciones entre ideas sin siquiera proponérselo. Solo en algunos casos resulta útil intentar gestionar sus contenidos y predisposiciones, como por ejemplo si sufrimos un trastorno psicológico.

Desde luego, nunca llegaremos a tener un control total sobre las emociones y pensamientos que vivimos en propia piel, pero si la vida tiene esa capacidad para sorprendernos es, entre otras cosas, por motivos como ese.

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Bertrand Regader

Bertrand Regader (Barcelona, 1989) es psicólogo educativo. Escritor por vocación y divulgador por oficio, Regader es director de psicologiaymente.net, un portal dedicado a la psicología y las neurociencias.

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