Verdades y mentiras de la escandalosa vida sexual de la zarina que hizo grande a Rusia

La obsesión de la ninfómana Catalina la Grande por el general Potemkin que convirtió Rusia en un imperio

Cada amante que pasaba por la cama de la zarina, una mujer culta y muy inteligente, se marchaba con los bolsillos llenos de rublos y un mote por parte del 'consorte' Potemkin

La obsesión de la ninfómana Catalina la Grande por el general Potemkin que convirtió Rusia en un imperio
La zarina Catalina la Grande y el general Gregorio Potemkin fueron mucho más que amantes. PD

Es un personaje inmenso. Durante 34 años, Catalina la Grande gobernó aislada, enfrentada a su familia y gozando de un amante tras otro.

A su débil marido Pedro III de Rusia le derrocó con una revolución palaciega; mientras que la relación con el supuesto hijo en común de ambos, el futuro, y breve, Pablo I, se vio envenenada por las luchas cortesanas.

Para suplir su ausencia, Catalina se rodeó de una camarilla de íntimos, entre las que estaba la condesa Praskovia Bruce, que compartía con la emperatriz el entusiasmo sexual y se convirtió en «l’éprouveuse», la «catadora de amantes».  Pero el personaje clave, el único al que realmente apreciaba, fue el general Gregorio Potemkin.

Ni Catalina era rusa, ni Potemkin era príncipe, pero su unión sentimental, que duró décadas pese a no ser oficial, logró transformar a Rusia en una potencia.

La emperatriz y el general fueron amantes y su relación trascendió la alcoba real e influyó en el ámbito político, militar y social.

«A pesar de que Catalina era 10 años mayor que él, fueron amantes durante largo tiempo, amigos hasta la muerte y probablemente esposos en secreto», escribe el periodista colombiano Daniel Samper Pizano en su libro «Camas y Famas».

Pero ¿cómo fue su relación? Y ¿cómo convirtieron a Rusia en un país tan poderoso?

Una emperatriz alemana

Como subraya Analía Llorente BBC en News Mundo, Catalina la Grande no se llamaba así ni era natural de Rusia.

Nació en 1729 como Sofía Federica Augusta de Anhalt-Zerbst en Zerbst, una villa prusiana ubicada en lo que hoy es Polonia.

Era una noble alemana de rango menor, hija de Cristián Augusto, príncipe de Anhalt-Zerbst, un general prusiano que ejercía de gobernador de la ciudad de Stettin en nombre del rey de Prusia.

Su educación estuvo a la altura de la realeza de aquella época y desde pequeña recibió lecciones de tutores franceses, por lo que su interés tanto por la cultura como por la política la acompañó durante toda su vida.

Incluso intercambió correspondencia con pensadores importantes de la época como los filósofos franceses y figuras clave de la Ilustración Denis Diderot y François-Marie Voltaire, de quién recibió el apodo de «la Grande».

En 1745, después de ser aceptada por la Iglesia ortodoxa rusa y de cambiar su nombre a Catalina, se casó a los 15 años de edad con el gran duque Pedro, que más tarde se convertiría en el zar Pedro III de la dinastía Románov que gobernó Rusia por 304 años.

Pero las cosas no resultaron bien entre ellos.

«Pedro necesitó ocho años para consumar su matrimonio, lo que influyó para que Catalina inaugurara una larga historia de amantes y favoritos», señala Samper Pizano en su libro.

Los primeros amantes de Catalina

La lista de amantes de la noble es más o menos larga, según el relato de a qué historiador se acude. Hay quien le atribuye cuatro amantes, y hasta quien asegura que tuvo 15 en sus 67 años de vida.

Y es que Catalina la Grande coleccionaba amantes, aunque de alguna manera era monógama con cada uno de ellos, señala Simon Sebag Montefiore, en su libro «Los Románov».

Del matrimonio entre Catalina la Grande y Pedro III nacieron dos hijos, el futuro zar Pablo I que reinaría en 1754 y luego la Gran Duquesa Ana Petrovna, que murió cuando era niña.

Muchos historiadores especulan que Pablo y Ana no eran hijos biológicos de Pedro III, ya que la propia Catalina II de Rusia dejó constancia de ello en sus memorias.

Se sabe que Catalina tuvo como amantes al chambelán ruso Serguéi Saltykov, quese cree sería el verdadero padre de Pablo I, el diplomático Charles Hanbury Williams, Estanislao Poniatowski, que luego se convertiría en rey de Polonia, y un antiguo cosaco, Gregorio Orlov.

Cabe aclarar que el zar Pedro III también tuvo una amante, Yelizaveta Vorontsova.

Tras 20 años de matrimonio y con Pedro III con solo 186 días en el poder, empezaron a correr los rumores de que el emperador quería el divorcio y que ello causaría el exilio de la emperatriz.

Entonces, en 1762 Pedro III fue derrocado por un golpe de Estado orquestado por la propia Catalina y ejecutado por uno de sus amantes, el cosaco Orlov. junto al comandante de la Guardia Imperial Rusa.

Catalina fue proclamada entonces emperatriz de Rusia y gobernó por 34 años.

El amor con Potemkin y el reinado de Catalina

Uno de los objetivos de Catalina II era expandir el imperio ruso.

Y lo hizo hacia el sur y hacia el oeste, agregando territorios que incluían Crimea, Bielorrusia y Lituania.

Alcanzó acuerdos con Prusia y Austria que llevaron a tres divisiones de Polonia entre 1772 y 1795, extendiendo las fronteras de Rusia hasta el centro de Europa.

Parte de sus conquistas ocurrieron gracias a la elección de ayudantes y ministros talentosos que fueron capaces de lograrlo.

El más sobresaliente fue Gregorio Potemkin, probablemente el estadista y militar más destacado en los tres siglos de dominio Romanov, según le dijo a BBC Mundo en 2017 el historiador Simon Sebag Montefiore.

Ambos se conocieron cuando Catalina tenía 33 años y ya era emperatriz y Potemkin, tenía 23 y era un modesto subteniente de la Guardia Imperial con ciertos dotes de bailarín, cantante y comediante.

El mismo Orlov, que era amante de la emperatriz y jefe de Potemkin, fue quien los presentó.

Potemkin deslumbró a Catalina no solo por sus dotes culturales sino porque sabía griego, había estudiado teología y culturas indígenas rusas, era un hábil consejero y, según dicen algunos historiadores, estaba «bien dotado» para el sexo.

Poco a poco, Potemkin fue desplazando a Orlov y se convirtió no solo en el militar favorito de la emperatriz sino en su amante predilecto.

Con los años Catalina y Gregorio encabezaron guerras, tratados y alianzas con Turquía, Suecia, Inglaterra, Prusia y Francia, entre otros países.

El pueblo que le dio a Rusia su nombre

Estas hazañas le valieron a Potemkin, que provenía de una familia ganadera de un pequeño pueblo de Rusia, que Catalina le otorgara el título de príncipe, entre otros reconocimientos.

Y en el ámbito amoroso incluso hizo que se alojara en un piso más abajo del de ella en el Palacio de Invierno de San Petersburgo.

«Era un amor mutuo y apasionado. Él tuvo la inteligencia de no permitir que se le subieran los humos», describe Samper Pizano.

Cultura y cambios en la sociedad

La relación entre la emperatriz y Potemkin no solo dio sus frutos en la expansión de los territorios del imperio y en la satisfacción privada, sino que durante su reinado se acumuló una gran riqueza en joyas y arte.

Entre ellas la Corona Imperial que Catalina utilizó para su ceremonia de toma del poder, una joya que contiene 4.936 diamantes además de perlas blancas montadas en oro y pesa casi 2 kilos.

La colección de arte de Catalina dio inicio al Museo del Hermitage de San Petersburgo, uno de los más grandes y pintorescos del mundo. Actualmente atesora más de 2,5 millones de objetos culturales y artísticos de los pueblos de Europa y Oriente desde tiempos remotos hasta el siglo XX.

En el ámbito social también otorgó derechos a la servidumbre que en ese momento eran esclavos, y permitió que los hijos de ellos recibieran educación.

También obligó a las fábricas a ofrecer escuelas para los hijos de sus empleados, además de dictar medidas sobre la libertad religiosa.

Una alianza con permisos

Según varios expertos, Catalina era difícil de satisfacer sexualmente, por lo que el mismo Potemkin le conseguía amantes sustitutos cuando él no estaba disponible.

Claro que el príncipe tampoco era un santo. Se le conocieron varias amantes a lo largo de su vida, entre ellas algunas de sus sobrinas.

Pero pese a todo, la alianza político-militar-amorosa entre la emperatriz y el príncipe duró 29 de los 34 años que Catalina II reinó Rusia.

Y esa sociedad se terminó porque Potemkin murió lejos de Catalina en 1791 tras sufrir bronconeumonía.

La emperatriz vivió cinco años más haciendo su duelo como una «viuda angustiada», según detallan los especialistas.

La historia demuestra que esta unión fue amorosa, poderosa y duradera.

«Fue posiblemente el vínculo más exitoso y deslumbrante entre una mujer y un hombre en toda la historia», opinó el historiador Sebag Montefiore.

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