Pinto porque necesito pintar. Es una obsesión que además me produce placer. Nunca me planteé si me daría dinero y siempre he considerado la fama como algo vulgar
Es de esas historias de perseverancia que emocionan. Tras seis décadas pintando en el anonimato, Carmen Herrera logró vender su primer cuadro en 2004.
Desde entonces, las galerías de arte de Manhattan y coleccionistas privados se rifan sus obras.
Finalmente, su carrera ha despegado. Aunque ella, nacida hace casi un siglo en Cuba, está prácticamente confinada en su casa de Union Square, donde pasa la mayor parte del día pintando desde su silla de ruedas.
Ella dice que empezó a pintar en los años 30 y perseveró porque no tenía otra opción:
«Pinto porque necesito pintar. Es una obsesión que además me produce placer. Nunca me planteé si me daría dinero y siempre he considerado la fama como algo vulgar. Así que me dediqué a trabajar y esperar. Y ahora, al final de mi vida, estoy logrando un reconocimiento que, de hecho, me sorprende y me agrada.»
En los videos que acompañan estas líneas, Carmen cuenta su propia historia. Y The New York Times ha elaborado un bello perfil sobre ella titulado At 94, She’s the Hot New Thing in Painting.